Frío en Burgos
Arlanzón helado
Arlanzón helado
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Tengo un hijo de 17 años en 2º de Bachiller y que cuando tenía 12 ó 13 vino un día a casa quejándose de que en el “cole” no encendían la calefacción y los niños pasaban frío. Uno, que a esa edad andaba en los marianistas, en un colegio plantado en el camino de Burgos a Villafría y donde el padre Santos y el padre Victoriano abrían la ventanas de par en par para que viéramos mejor un barrio de Gamonal enterrado en nieve helada, con el lema de “... es mejor morirse de frío que de asco...”, explicó al tierno infante la importancia del viento del Norte para la conservación de las especies y el endurecimiento de los espíritus. Le puse tantos ejemplos que no volvió a quejarse del frío cordobés en mi presencia, no sé si convencido o temeroso de mis parábolas.
Mi hijo tiene hoy 17 años, y como he contado más veces, juega al noble deporte del balonmano contra equipos de Málaga, Sevilla, Almería... todos ellos quintos del 94 y 95, por lo general muy bien criados, y envidia da verlos tan altos y musculados. Todos ellos tienen la edad máxima que debe tener un alumno de Instituto que aprovecha como merece los dineros que el Estado invierte en él.
Resulta que no soy de esta época y que en Valencia hay un Instituto donde los alumnos pueden entretener el tiempo hasta aprender la raíz cuadrada de 25, tarea que puede llevar hasta cumplir 40 años. A estos angelitos los acoge en su seno una tropa sin ninguna ilustración que desprecia Esparta (“Esto no es Esparta”, dicen las pancartas) mientras exige locales climatizados a cargo del Estado y añora hasta la desesperación una policía vestida de gris para “chospar” lo que no “chosparon”.
En pleno siglo XXI, no hay profesor que explique a sus alumnos que a veces la policía mete la pata y que no es decente provocarla reclamando nimiedades (al parecer es justo y necesario pedir calefacción quemando contenedores). No hay profesor que explique a sus alumnos que la razón acaba por imponerse a la fuerza y que un país se construye mejor con razones que a cantazos. Los profesores que hacían razonar a sus alumnos se han jubilado, se dedican a dar Gimnasia o se han ahorcado con discreción. Hoy un tal Vestrynge y un tal Pérez Royo enseñan Derecho y abogan por el ejercicio continuado de los menores en la Kale Borroka.
Uno, que no es de ésta época, estaba convencido de que con la llegada democrática del “enemigo” al poder, los nuevos pastores laicos llevarían sus rebaños a las calles de las ciudades, reclamando cañadas que nunca conocieron ni tan siquiera imaginaron los más humildes rabadanes de antiguas épocas sensatas, y ¡cómo no!, aquí en Córdoba, una cuadrilla de talluditos con barbas y abufandados que se dicen alumnos salieron ayer con un libro en alto, haciendo buena la chirigota “..¿de fúrbo? ¿Me v’hablá a mí de fúrbo que jugué ventiaños en los juveniles?”. Y es que es Carnaval, y como al niño le ha dado por ahí, nos vamos a acercar en la fiesta de la patria andaluza a las calles de Cádiz, repletas de cachondeo sano. Allí estudian menos que en Valencia, pero no presumen de ello por la tele...
Tengo un hijo de 17 años en 2º de Bachiller y que cuando tenía 12 ó 13 vino un día a casa quejándose de que en el “cole” no encendían la calefacción y los niños pasaban frío. Uno, que a esa edad andaba en los marianistas, en un colegio plantado en el camino de Burgos a Villafría y donde el padre Santos y el padre Victoriano abrían la ventanas de par en par para que viéramos mejor un barrio de Gamonal enterrado en nieve helada, con el lema de “... es mejor morirse de frío que de asco...”, explicó al tierno infante la importancia del viento del Norte para la conservación de las especies y el endurecimiento de los espíritus. Le puse tantos ejemplos que no volvió a quejarse del frío cordobés en mi presencia, no sé si convencido o temeroso de mis parábolas.
Mi hijo tiene hoy 17 años, y como he contado más veces, juega al noble deporte del balonmano contra equipos de Málaga, Sevilla, Almería... todos ellos quintos del 94 y 95, por lo general muy bien criados, y envidia da verlos tan altos y musculados. Todos ellos tienen la edad máxima que debe tener un alumno de Instituto que aprovecha como merece los dineros que el Estado invierte en él.
Resulta que no soy de esta época y que en Valencia hay un Instituto donde los alumnos pueden entretener el tiempo hasta aprender la raíz cuadrada de 25, tarea que puede llevar hasta cumplir 40 años. A estos angelitos los acoge en su seno una tropa sin ninguna ilustración que desprecia Esparta (“Esto no es Esparta”, dicen las pancartas) mientras exige locales climatizados a cargo del Estado y añora hasta la desesperación una policía vestida de gris para “chospar” lo que no “chosparon”.
En pleno siglo XXI, no hay profesor que explique a sus alumnos que a veces la policía mete la pata y que no es decente provocarla reclamando nimiedades (al parecer es justo y necesario pedir calefacción quemando contenedores). No hay profesor que explique a sus alumnos que la razón acaba por imponerse a la fuerza y que un país se construye mejor con razones que a cantazos. Los profesores que hacían razonar a sus alumnos se han jubilado, se dedican a dar Gimnasia o se han ahorcado con discreción. Hoy un tal Vestrynge y un tal Pérez Royo enseñan Derecho y abogan por el ejercicio continuado de los menores en la Kale Borroka.
Uno, que no es de ésta época, estaba convencido de que con la llegada democrática del “enemigo” al poder, los nuevos pastores laicos llevarían sus rebaños a las calles de las ciudades, reclamando cañadas que nunca conocieron ni tan siquiera imaginaron los más humildes rabadanes de antiguas épocas sensatas, y ¡cómo no!, aquí en Córdoba, una cuadrilla de talluditos con barbas y abufandados que se dicen alumnos salieron ayer con un libro en alto, haciendo buena la chirigota “..¿de fúrbo? ¿Me v’hablá a mí de fúrbo que jugué ventiaños en los juveniles?”. Y es que es Carnaval, y como al niño le ha dado por ahí, nos vamos a acercar en la fiesta de la patria andaluza a las calles de Cádiz, repletas de cachondeo sano. Allí estudian menos que en Valencia, pero no presumen de ello por la tele...
Carnaval en Cádiz