Contestaba así Ramón la controvertida pregunta: “El arte es... morirse de frío”. La ola siberiana sin embargo ya cursa –como Europa– en recesión y desde luego no penetra los caldeados pabellones de Arco 2012, adonde me acerqué ayer siguiendo gafas de pasta a la salida del metro como seguía Dorothy las baldosas amarillas caminito de Oz. Uno esperaba verse rodeado de un gafapastismo engallado, dominador de su elemento, pero quia. Por los pasillos hormigueaban rentistas esnobs, marchantes monfloritas, coleccionistas polvorientos, viudas millonarias, chonis venidas a nueva rica y pijas del barrio de Salamanca de toda la vida, con el Cayenne tan firme en el parking como el marido en el Ibex. También me encuentro a un amigo, licenciado en Bellas Artes, que peregrina a este aquelarre de musas borrachas desde su institución a finales de los setenta y me aporta el diagnóstico:
—Esto lo han convertido en un destino para élites, empezando por poner la entrada a 30 euros, prohibitiva para estudiantes, que son los que deberían venir. En los ochenta era otro ambiente, realmente rompedor. Ahora traen firmas para coleccionistas y alguna cosa curiosa en los espacios jóvenes.
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