Guapetón, flaco y encogido,
se venga de July sacándole la lengua
se venga de July sacándole la lengua
José Ramón Márquez
Aún no empieza la temporada y ya suenan lejanos los tambores julyanos. Desde el querido México nos llegan los ecos, qué digo ecos, el clamor, de su faena en el gigantesco coso de la calle de los Insurgentes, que incluye el preceptivo corte del rabo –o cola, como dicen en Sevilla- de esta figura de época que es Julián –como dicen en Sevilla-.
Bueno, pues por si alguien creía que había escape posible alguno, aquí está la prueba de lo contrario, que aquí vuelve desde los albores de este 2011 la infinita rueda de las reencarnaciones, el mantra cansino y aburridísimo que entona monótonamente la secta perniciosa que adora a este muchacho, a este July que reniega del toreo, que confunde a los que no saben, que caricaturiza nuestra afición, que está obsesionada con la negra cosecha de rabos y de orejas que les permitan proclamar con los números en la mano que July es el mejor, que los números hablan.
Pero nosotros sabemos bien que lo de July en México es lo mismo que lo de July en El Álamo en 1999, igual que lo de July en Aranjuez en 2001, que lo de July en Burgos en 2003, lo mismo que lo de July en Santander en 2006, o que lo de July en cualquier plaza, en cualquier fecha, porque se torea como se es y los milagros ocurren en Lourdes, que no tiene plaza de toros.
Y, sin embargo, con todas las salvedades, con todas las apostillas y las notas al pie o a la pata que se le quieran poner a este July, habría tan sólo una única forma en la que nos podríamos tragar su forma de torear -comparable a la de Gallito*, al decir de una señora en un fiestorrín al que acudí no hace mucho-, que sería en el caso de tener frente a él a un toro con arrobas, con poder, con pitones y con mucho que torear. Resulta que lo que tenía frente a él en México -como en El Álamo, en Aranjuez, en Burgos o en Santander-, el toro al que le quitó la cola, era no más una especie de perrillo doméstico, feble, humillado desde que salió, sin fuerzas, renqueante, sin pitones, sin arrobas, que lo único que tenía grande el malhadado bicho era la lengua, con la que compensaba la cortedad de sus pitoncitos, los dos platanitos que llevaba puestecitos en las sienes, los dos platanitos sin utilidad que la naturaleza le había colocado en semejante parte, sin que el pobre animal supiese bien lo que eran ni para qué servían.
Ante tal inmundicia ganadera, cuyo tamaño era menor del de cualquiera de los perros San Bernardo que tienen a la puerta en el Hotel del Oso de Cosgaya, July se vino arriba y dictó su enésima lección de lo de siempre, del déjà-vu que cansinamente le acompaña por esas plazas por las que va rebañando orejas y rabos, los números y las estadísticas que esgrimirá para poderles contar a sus hijos que el que más cortaba era él. Y digo yo que en vez de tanto cortar orejas, ya podía él mismo cortarse un poco y, para ganarse el respeto de la afición, utilizar sus múltiples medios afines para decir al mundo: “Os haré lo que sé, pues no sé torear de otra manera, pero al menos, lo haré con toros de verdad; y el que quiera, que me siga”.
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*En realidad creo que la señora se refería a José Gómez González, Gallito de Dos Hermanas.