viernes, 18 de febrero de 2011

Europa y el Toro

Poli Díaz por Alberto García-Alix
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GENTE Y APARTE

Abc, 3 de Diciembre de 1988

Ignacio Ruiz Quintano

En aquel tiempo, Jack la Motta dijo a sus discípulos: "Un título significa mucho. Te invitan a todas partes. Quieren que pronuncies discursos, o a veces basta con hacer acto de presencia. La gente quiere presumir de tu compañía. Te saludan cuando vas por la calle. Estas cosas hacen que te sientas bien... ¿Saben ustedes que basta con tener un billete de veinte dólares para que haya a tu alrededor cinco o seis personas buscando la forma de quitártelo? Y, si el título que posees es el de campeón, puedes estar seguro de que son un millón de personas las que querrían desposeerte de todo lo que tienes en los bolsillos." Es el evangelio de la gloria pugilística, que, con veintidós años, acaba de revelarle a Poli Díaz esa España que antes lo miraba con repulgos y que ahora lo contempla como a una estrella: como a uno de esos seres que pertenecen al pueblo y que resumen en ellos sus confusas búsquedas, sus secretos deseos de vencer, según describió Cocteau la mágica transfiguración de Panamá Al Brown, aquel príncipe del ring, mitad acróbata, mitad espectro, para quien un día sin champán era un día perdido. Al Potro vallecano que vimos crecer en la hell's kitchen del Campo del Gas y al Toro blanco que ha raptado a Europa en Italia, sólo los separa un par de años. Tiene el arma maravillosa, la pegada, para destruir a Julio César Chávez, siempre que allá arriba, cegado por las luces de quirófano que iluminan la tarima del patíbulo, recuerde la ley del pugilismo: "Los pegadores..., pegan. Los hombres fuertes aporrean. Los boxeadores tumban. Los demoledores derriban".