José Ramón Márquez
La ciencia en España… D. Santiago Ramón y Cajal tuvo que costearse de su propio bolsillo el importe del viaje y la estancia en Estocolmo cuando fue a recoger el premio Nobel. Claro que desde entonces las cosas han cambiado un montón. Yo escuché hace años al que hoy es Presidente del Consejo de Ministros en un mitin con científicos, cuando ni en su más tremenda borrachera podía soñar que le tocaría la pedrea electoral, dos o tres días antes de las bombas de Atocha, que él apostaba por la ciencia una barbaridad y que para él la cosa científica era lo chipén. Luego el hombre salió elegido Presidente, con el estruendo de aquellas bombas en los tímpanos, lo mismo que el premio Nobel se alimenta del invento de su patrocinador, y la ciencia siguió siendo lo mismo de siempre, pero ya con Ministerio ad hoc y con cuota femenil, trabajo resuelto. A eso debe ser sin duda a lo que se quería referir Rodríguez en el mitin aquél ante tan docta concurrencia.
Ahora viene el tío Paco con los recortes y a dos mil quinientos investigadores, directores de centros de investigación, sufridos becarios con mujer e hijos al borde de la emancipación, mileuristas, contratados de proyectos, posdoctorales y toda esa faunilla variopinta de la ciencia hispana se les ha ocurrido, en vez de inventar la vacuna contra el cáncer -es un decir-, preparar una carta en la que alertan al orbe de los dramáticos efectos que tales recortes puede traer. El primero y muy principal parece ser que es el recorte del 90% en la oferta de plazas fijas que ofrece el CSIC, lo cual es cierto que crea una gran inquietud a quien, no siéndolo aún, aspira a ser funcionario científico, fauna que al lego le genera el mismo estupor que la de los funcionarios músicos o la de los funcionarios bailarines.
Es fama que en ocasión similar, hace ya largos años, el Presidente Clinton también presentó un programa de recortes a la ciencia, pero entonces la carta que recibió llevaba al pie las firmas de los presidentes de las grandes corporaciones y compañías, indirectos beneficiarios de la ciencia, lo mismo de la pura que de la aplicada, y eso es precisamente lo que más se echa de menos aquí, donde la ciencia aparece frecuentemente como una mera forma de buscar una salida profesional digna y poco más, como reclaman esos 71 profesores de investigación, 68 catedráticos de la Universidad, 3 directores de centros y unos 2.358 jóvenes científicos, pero parece como que a las grandes empresas españolas les da lo mismo.
Claro que en esto de la ciencia también hay excepciones. Al igual que tuvimos a Cajal, ahí tenemos ahora la perseverancia de la Marquesa Margarita Salas, creada marquesa por el Rey lo mismo que Del Bosque. Margarita es la mamá del bacteriófago Jeremiah, esa simpatiquísima y traviesa criatura que acompaña a su creadora desde hace luengos años. La científica Margarita es la humilde coleccionista de títulos y honores -tengo entendido que en la Academia ejerce como censora, pero aún no ha censurado el rótulo con faltas de ortografía que tiene colgado en la verja de la docta casa-, la dama de inmaculada bata blanca que pese a sus setenta años y pico sigue al pie del cañón en el Centro de Biología Molecular, que dicen que tiene muchísimo más ímpetu que casi todos los becarios y los posdoctorales, y por ello no hay nadie que sea capaz de convencerla de lo oportuno que sería para una dama de su edad retirarse a disfrutar del merecido descanso junto al buenazo de Jeremiah y esperar lánguidamente a ver si por fin la dan el ansiado premio Príncipe de Asturias de lo que sea, o que creen especialmente para ella el de la Insistencia.
La ciencia en España… D. Santiago Ramón y Cajal tuvo que costearse de su propio bolsillo el importe del viaje y la estancia en Estocolmo cuando fue a recoger el premio Nobel. Claro que desde entonces las cosas han cambiado un montón. Yo escuché hace años al que hoy es Presidente del Consejo de Ministros en un mitin con científicos, cuando ni en su más tremenda borrachera podía soñar que le tocaría la pedrea electoral, dos o tres días antes de las bombas de Atocha, que él apostaba por la ciencia una barbaridad y que para él la cosa científica era lo chipén. Luego el hombre salió elegido Presidente, con el estruendo de aquellas bombas en los tímpanos, lo mismo que el premio Nobel se alimenta del invento de su patrocinador, y la ciencia siguió siendo lo mismo de siempre, pero ya con Ministerio ad hoc y con cuota femenil, trabajo resuelto. A eso debe ser sin duda a lo que se quería referir Rodríguez en el mitin aquél ante tan docta concurrencia.
Ahora viene el tío Paco con los recortes y a dos mil quinientos investigadores, directores de centros de investigación, sufridos becarios con mujer e hijos al borde de la emancipación, mileuristas, contratados de proyectos, posdoctorales y toda esa faunilla variopinta de la ciencia hispana se les ha ocurrido, en vez de inventar la vacuna contra el cáncer -es un decir-, preparar una carta en la que alertan al orbe de los dramáticos efectos que tales recortes puede traer. El primero y muy principal parece ser que es el recorte del 90% en la oferta de plazas fijas que ofrece el CSIC, lo cual es cierto que crea una gran inquietud a quien, no siéndolo aún, aspira a ser funcionario científico, fauna que al lego le genera el mismo estupor que la de los funcionarios músicos o la de los funcionarios bailarines.
Es fama que en ocasión similar, hace ya largos años, el Presidente Clinton también presentó un programa de recortes a la ciencia, pero entonces la carta que recibió llevaba al pie las firmas de los presidentes de las grandes corporaciones y compañías, indirectos beneficiarios de la ciencia, lo mismo de la pura que de la aplicada, y eso es precisamente lo que más se echa de menos aquí, donde la ciencia aparece frecuentemente como una mera forma de buscar una salida profesional digna y poco más, como reclaman esos 71 profesores de investigación, 68 catedráticos de la Universidad, 3 directores de centros y unos 2.358 jóvenes científicos, pero parece como que a las grandes empresas españolas les da lo mismo.
Claro que en esto de la ciencia también hay excepciones. Al igual que tuvimos a Cajal, ahí tenemos ahora la perseverancia de la Marquesa Margarita Salas, creada marquesa por el Rey lo mismo que Del Bosque. Margarita es la mamá del bacteriófago Jeremiah, esa simpatiquísima y traviesa criatura que acompaña a su creadora desde hace luengos años. La científica Margarita es la humilde coleccionista de títulos y honores -tengo entendido que en la Academia ejerce como censora, pero aún no ha censurado el rótulo con faltas de ortografía que tiene colgado en la verja de la docta casa-, la dama de inmaculada bata blanca que pese a sus setenta años y pico sigue al pie del cañón en el Centro de Biología Molecular, que dicen que tiene muchísimo más ímpetu que casi todos los becarios y los posdoctorales, y por ello no hay nadie que sea capaz de convencerla de lo oportuno que sería para una dama de su edad retirarse a disfrutar del merecido descanso junto al buenazo de Jeremiah y esperar lánguidamente a ver si por fin la dan el ansiado premio Príncipe de Asturias de lo que sea, o que creen especialmente para ella el de la Insistencia.