José Ramón Márquez
Que nadie se haga ilusiones, que eso que pone en las entradas de ‘Corrida de toros’ es muchísimas veces una fórmula retórica, atávica o de educación impostada, como cuando empujas a uno por la calle inadvertidamente y le dices: ‘Disculpe’, que ni disculpa ni leches, vamos, que te da lo mismo el buen señor; pues en la entrada ponen ‘toros’ por no poner cabras, ovejitas luceras, lechazos churros o primitos del charolés.
En Vistalegre, lo retórico lo dejan sólo para la denominación de la Plaza, a la que llaman ‘Palacio’, porque en la entrada no figura impresa la palabra ‘toro’. En eso aciertan, porque cuando llegan los amos de la cartelería, los líderes de las ferias, los mimados de la afición, se anuncia que van a matar unos toritos y ya empieza el baile de San Vito en los corrales, como siempre, que ni toros ni nada.
Para la corrida del próximo sábado en Vistalegre han tenido que traer once bóvidos en un segundo camión porque los siete que trajeron en el primero ya venían caducados. La ganadería de donde los traen es la de Garcigrande, que por la parte de Garci suena como de película española, y por la de Grande hace honor al dicho ese de ‘dime de qué presumes y te diré de qué careces’, o sea que esos torillos al menos tienen algo grande, además de la lengüita, que es la mitad de su nombre ganadero, y me imagino que lo que tienen de Garci serán las verdes praderas donde los apacenta su amo.
¿Y quién matará los torillos Garcigrande? Pues ni lo sé ni me importa, porque no pienso ir, que prefiero gastarme los treinta euros en la lotería primitiva, para ver si me toca un buen pellizco y así poderle comprar unos desechos de tienta al tal Garcigrande ése para darme el gustazo de mandarlos al matadero y librar al mundo al menos de una parte de dicha peste bovina.
A mí me importa más la corrida del domingo, que es a la que iré. Por los toreros, mayormente. Por lo que se sabe a estas horas parece que los Cuvis, que son los bóvidos del domingo, sí que han pasado el primer reconocimiento, y es que en los modos de un ganadero tan acrisolado, tan escrupuloso, como Joaquín Núñez del Cuvillo no entra el enviar cualquier cosa a Carabanchel, que para él cuenta lo mismo La Maestranza que La Malagueta que La Chata, empeñado como está en no empañar jamás ni el prestigio ni la memoria póstuma de Idílico, padre genésico. De todas formas, como quedan aún unas cuantas fechas hasta el domingo, la posibilidad de que haya que traer más animales de El Grullo no está cerrada ni muchísimo menos, pues hay que tener en cuenta que a causa de la fiereza, la casta, el nervio y el difícil manejo de estos singulares animales, ocurrirán entre ellos enormes peleas, feroces luchas o desgarradas contiendas de las que les será muy difícil salir indemnes.
Que nadie se haga ilusiones, que eso que pone en las entradas de ‘Corrida de toros’ es muchísimas veces una fórmula retórica, atávica o de educación impostada, como cuando empujas a uno por la calle inadvertidamente y le dices: ‘Disculpe’, que ni disculpa ni leches, vamos, que te da lo mismo el buen señor; pues en la entrada ponen ‘toros’ por no poner cabras, ovejitas luceras, lechazos churros o primitos del charolés.
En Vistalegre, lo retórico lo dejan sólo para la denominación de la Plaza, a la que llaman ‘Palacio’, porque en la entrada no figura impresa la palabra ‘toro’. En eso aciertan, porque cuando llegan los amos de la cartelería, los líderes de las ferias, los mimados de la afición, se anuncia que van a matar unos toritos y ya empieza el baile de San Vito en los corrales, como siempre, que ni toros ni nada.
Para la corrida del próximo sábado en Vistalegre han tenido que traer once bóvidos en un segundo camión porque los siete que trajeron en el primero ya venían caducados. La ganadería de donde los traen es la de Garcigrande, que por la parte de Garci suena como de película española, y por la de Grande hace honor al dicho ese de ‘dime de qué presumes y te diré de qué careces’, o sea que esos torillos al menos tienen algo grande, además de la lengüita, que es la mitad de su nombre ganadero, y me imagino que lo que tienen de Garci serán las verdes praderas donde los apacenta su amo.
¿Y quién matará los torillos Garcigrande? Pues ni lo sé ni me importa, porque no pienso ir, que prefiero gastarme los treinta euros en la lotería primitiva, para ver si me toca un buen pellizco y así poderle comprar unos desechos de tienta al tal Garcigrande ése para darme el gustazo de mandarlos al matadero y librar al mundo al menos de una parte de dicha peste bovina.
A mí me importa más la corrida del domingo, que es a la que iré. Por los toreros, mayormente. Por lo que se sabe a estas horas parece que los Cuvis, que son los bóvidos del domingo, sí que han pasado el primer reconocimiento, y es que en los modos de un ganadero tan acrisolado, tan escrupuloso, como Joaquín Núñez del Cuvillo no entra el enviar cualquier cosa a Carabanchel, que para él cuenta lo mismo La Maestranza que La Malagueta que La Chata, empeñado como está en no empañar jamás ni el prestigio ni la memoria póstuma de Idílico, padre genésico. De todas formas, como quedan aún unas cuantas fechas hasta el domingo, la posibilidad de que haya que traer más animales de El Grullo no está cerrada ni muchísimo menos, pues hay que tener en cuenta que a causa de la fiereza, la casta, el nervio y el difícil manejo de estos singulares animales, ocurrirán entre ellos enormes peleas, feroces luchas o desgarradas contiendas de las que les será muy difícil salir indemnes.