al monstruo del 23-f con una entereza inesperada
en una cajera de grandes almacenes
Cristina Losada
Los enigmas del 23-F acaban de incrementarse en dos más, tal y como nos informaba aquí José García Domínguez, pero mucho me temo que se ha quedado corto. Esos dos nuevos misterios de la intentona golpista y, en concreto, de la reacción que suscitó el tejerazo, deben multiplicarse por un factor igual al número de personas que corrió delante de los grises, estuvo en un concierto de Raimon y brindó con champán en plazas y calles tras la muerte de Franco. Eso, por citar las principales efemérides que han venido a constituir la memoria político-sentimental de las gentes de la izquierda española: de las que no pueden contar a sus nietos hazañas de mayor enjundia. Si la invención de la Resistencia en Francia tiene, pese a todo, rasgos épicos, la invención del antifranquismo made in Spain se balancea siempre al borde del ridículo.
Tal es también el caso de los recuerdos del 23-F de tres de los personajes entrevistados por El País a ese efecto. ¿Qué hiciste aquel día?, se preguntaba. Y, en lugar de un recuento honesto y modesto, como hacían los restantes consultados, Zapatero, Chacón y Garzón van y se presentan como activos resistentes o sugieren que estaban bajo amenaza. El presidente se cuelga la medalla de organizador de movilizaciones en la Universidad de León, cuando resulta que no se le conocía en los círculos militantes de la izquierda. Garzón, desde el juzgado de un pueblo onubense, se da aires de hombre curtido en la clandestinidad que ha de hacer desaparecer "documentos". Aunque él mismo se delata: no quema los comprometedores papeles, los guarda, mientras vigila el estratégico cuartelillo local con unos prismáticos. En cuanto a Chacón, que tenía nueve añitos, pinta un retrato de su familia que se diría el comité central de la ORT, e igual que el juez, atesora un alijo de "documentos" peligrosos que ¡empaqueta!
Cuando un grupo se embarca en la reescritura de la historia, los individuos que lo forman se dedican a reescribir su pasado a fin de acreditar una biografía acorde con aquel relato. Así, se hacen pasar por luchadores antifranquistas y corajudos defensores de la democracia al objeto de certificar su pertenencia al grupo. Y no les afearán allí sus infantiles fabulaciones. A fin de cuentas, que sientan la necesidad de fabricarse "un pasado" contribuye a consolidar la impostura. La política de la "memoria histórica" es, entre otras cosas, un ejercicio de coacción. Habrá conseguido su empeño cuando todos reconstruyan su memoria personal –su identidad– para encajarla en la narración ganadora. Por ahí vamos.