jueves, 3 de febrero de 2011

¿Qué sabe nadie de Egipto?



Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Nuestro periodismo, como nuestro cine, cada día es más... castizo, y eso se nota –aparte la taquilla– en la pedantería bizarra con que trata las cosas de Mourinho o, ahora, los asuntos de Egipto.

Habrán ido a algún asunto de Egipto y no tardarán en volver –le decían los gitanos extremeños a George Borrow, Don Jorgito, el vendedor de Biblias, cuando preguntaba por otros gitanos.

Los asuntos de Egipto, que entonces eran cosa de los gitanos, son hoy cosa de los periodistas. ¿Qué importa? Quien no recuerde el Marco Antonio y Cleopatra de Charlton Heston, recordará el Sinué de Victor Mature (Groucho nunca fue a verla porque no podía gustarle, decía, una película en que las tetas del protagonista fueran más grandes que las de la heroína) o una “Semana de Egipto” en El Corte Inglés, por no hablar de la zarzuela La corte de Faraón o de la exposición de los tesoros sumergidos de Egipto en la Casa del Reloj en Arganzuela. Terenci Moix no llegó tan lejos.

Los asuntos de Egipto parecen complejos, pero España tiene la suerte de que nos pillen con los periodistas puestos en las lecturas de Moix y con la Trini al frente de la política exterior. En Egipto manda un tal Mubarak que, hasta la revuelta, era el hombre de Obama, cuyo vicepresidente, Biden, que es un Paquito Esplá sin la inteligencia de Esplá, lo dejó bien claro hace cuatro días:

Mubarak es nuestro aliado. Yo no diría que es un dictador.

Pero, criado en el tabarrón de la Santa Transición, nuestro periodismo se ha ido, de día, a las Pirámides a cantar “Libertad sin ira”, que es en lo que, para ese periodismo, consiste la Democracia; y de noche, al Winter Palace de Luxor a cenar con Leonardo di Caprio, que fue el verdadero sueño terenciano de un tío con dos c...

Prefiero morir de sida en Marruecos que de aburrimiento en la Cataluña de Puyol –dijo de pronto, parafraseando a Gonzalón (“prefiero morir apuñalado en el Metro de Nueva York que de aburrimiento en una plaza de Moscú”), este biógrafo de Cleopatra, que él veía como una mezcla de Nuria Espert, Isabel Preysler y Margaret Thatcher.

Las cenizas del hombre del que abreva nuestro periodismo para tundirnos de egiptología política fueron esparcidas en Luxor, entre las ruinas de los constructores de tumbas del Valle de los Reyes.

El lugar de los artesanos –puntualizaron desde los círculos de progreso–, no el de los nobles y monarcas.

Moix, que tomara el nombre de Terencio en homenaje al poeta latino, murió de tabaco, lo cual le permitió construir un pensamiento lapidario: “Los Ducados no me han convertido en Joyce.”

Y Terenci no convierte a ningún tertuliano en don Emilio García Gómez.