Cuentan que un día fue Benito Mussolini a visitar la FIAT y al señor Agnelli, dueño de la compañía, le inquirió por la filiación política de los obreros. Agnelli explicó entonces al Duce que unos cuantos eran socialistas, otros tantos eran comunistas, conocía a algunos democristianos, los había también que preferían el anarquismo, etcétera.
–E fascisti? –preguntó, interesado, el dictador.
–Fascisti siamo tutti, Eccellenza –contestó resueltamente Agnelli.
Esto es lo que podrían responderle los de Sortu al juez que les pregunte si son demócratas. Porque aquí demócratas somos todos, pero especialmente lo son quienes reciban el visto bueno democrático administrado por la prensa de progreso, que ya se sabe que a la izquierda española le tiene encomendada la Historia la alta misión de colocarnos en fila y mirarnos las muelas a la búsqueda de la caries reveladora del derechismo crispador. Ahí tienen ustedes, sin ir más lejos a Gaspar Llamazares, que acaba de registrar en el Congreso una propuesta democrática por un tubo consistente en convertir en fiesta nacional, en el lugar de Santiago o la Virgen del Pilar, la muy laica efeméride de la proclamación de la República, ese vergel de libertades y parnaso de estadistas. Pide también Gaspar, que como todo el mundo sabe se ha vaciado enterito en la lucha contra Franco, que el Estado elabore un mapa público de fosas de la guerra, pero sólo de mártires republicanos, que estos al parecer antecedían al bueno de Bono en eso de preferir morir a matar, según la doctrina gubernamental con base en Gibson. Exige asimismo nuestro asturiano azote de fascistas que se repare a Garzón por su “linchamiento” a cargo de crispados neofranquistas, que se erijan bustos a Azaña y Negrín en el Congreso, que se anulen todos los juicios entre 1939 y 1975 y no solicitó la instalación en el Retiro de un parque temático del comunismo, con Largo Caballero y Stalin en el papel de Piolín y Silvestre, porque se le acabó el papel.
La prensa de progreso, decíamos, ha echado una ojeada a la boca de los batasortus y ha dictaminado que su dentadura luce inmaculada como el pelo de Nelson Mandela o la sonrisa de Adebayor, por más que el derechismo crispador advierta en tan negro pozo el hálito fétido del ofidio que no ha terminado de digerir a su última víctima. Así que hay que legalizarlos a la mayor brevedad y extender sobre sus cabezas greñudas el maternal armiño de la diosa Democracia. Esto del garantismo democrático, qué quieren que les diga, le recuerda a uno a ese esclavo masoca de Chesterton que no se preguntaba si se merecía las cadenas que llevaba, sino si sus muñecas eran suficientemente dignas de portar grillos tan lustrosos.