jueves, 20 de enero de 2011

Repúblicas hablaneras


Francisco Javier Gómez Izquierdo

Los pueblos adormecidos en la indolencia suelen ser amigos de novedades extravagantes para tener algo de qué hablar y así, los que dictan normas en España, se echan el cornetín a los morros para entretener al vulgo y glorificar el catetismo.

Ricardo Somocurcio, el personaje de Vargas Llosa, recorría el Mundo haciendo que los rusos se entendieran con los franceses y los ingleses con los turcos, y él no acababa de entender a una niña mala que conocía desde párvulo. Ricardo Socomurcio, estaba acostumbrado a tediosas conferencias técnicas en la Unesco, en las que no tenía todas las palabras justas consigo y no recuerdo si en la novela, el traductor peruano sufría por ello.

A los que dictan leyes y ordenanzas en España, les da lo mismo lo que se diga en las sacrosantas cámaras de la Nación. Lo que de verdad les importa es que lo que se hable –¿sabrá la ministra Pajín que no es lo mismo hablar que decir?- se deletree en tres idiomas. El señor presidente del Gobierno y la señora ó señorita Leire Pajín han descubierto la Torre de Babel a edad tardía, sin darse cuenta de que hay lecturas obligadas en la adolescencia. Los que dictan normas para satisfacer caprichos aldeanos, debieran aplicar aquel refrán antidiscriminatorio que decía: “Ó todos moros, ó todos cristianos”, y no despreciar el signo diferencial de nadie.

Hace unos años conocí en delicadas circunstancias a uno de esos pícaros modernos que venden lo que no es suyo y al que veía casi todos los días. Me sorprendía su particular modo de hablar y de continuo le interrumpía para que me aclarara el significado de palabras raras, como “arpatana”, “fólliga” ó “bantal”. Rafael, que así se llamaba el prenda, me contó que si un turista llega a Montalbán de Córdoba no se enterará de nada, pues es costumbre entre los montalbeños domar las palabras, sin querer por ello presumir o hacer méritos de hablar mal. Un pariente suyo había recogido en un libro las etimologías del pueblo y tuvo a bien regalármelo.
Enterado del regocijo que ha supuesto en el Gobierno la contratación de políglotas para que los de Lérida se entiendan con los de Cádiz, no he podido dejar de acordarme de “los amiguetes que ajurgan al abaleo”, y la situación que se crearía si un senador por Montalbán pretendiera hacerse entender en su idioma en la Cámara Alta, y más teniendo en cuenta que no sería extraño, pues se ha puesto de moda ser ministro sin estudios.

La gazería es idioma de Cantalejo, y el Senado podría contratar al amigo Melquiades por si uno del pueblo se coloca de político en la que llaman Cámara Alta, y en la que manda el padre de una neska que era muy conocida por la parte de Marbella, para traducir el noble decir de los fabricantes de trillos.

-...Ajolá, mirusté...-dice otro pícaro y gitano de nación, que nació en Torremolinos.

Melquiades se ha hecho entender y ha comprendido en Australia, la Gran Bretaña, Francia, Polonia... incluso en Figueras y Eibar.... y es que Melquiades cree que la civilización es esforzarse en entenderse.