martes, 11 de enero de 2011

Muñoz Molina en Loyola

El autor de estas líneas

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Leí Ardor Guerrero hace ya muchos años, y de lo único que me acuerdo es que no me gustó y de que Muñoz Molina no se había enterado de la vida en un cuartel de 1980.

Con el sargento Camba tuve un rifi-rafe dialéctico con mucho respeto en presencia del Tecol Ullíbarri, y éste decidió ponerme al frente de la Centralita del Cuartel, fiándose de mi firmeza ante un suboficial ciertamente curioso y nieto, ó sobrino-nieto, del gran Julio Camba.

Me habían prevenido de los “caboprimeros”, y me sorprendió que en San Sebastián no hubiera ninguno. Muñoz Molina no explicó en el libro tan curiosa circunstancia, y cuando fui buscando en las páginas de “mi mili” sucesos que tuvieron lugar en aquellos meses, fui asaltado por un sentimiento de frustración.

Muñoz Molina ha aprendido de Mosterín, según manifiesta, que la bravura del toro viene del aturdimiento y el pánico, y que el toro no embiste, sino que huye... Parece mentira que, siendo Don Antonio andaluz, no se haya enterado de la existencia de fincas y dehesas, de bueyes y vacas, de toros y mansos.

En verdad, y siendo lego en lo tocante a la bravura de los toros, no ha de sorprenderme la simpleza de sus razonamientos, teniendo en cuenta que no echó en falta la figura del cabo primero en el cuartel de Loyola. Tanto en Ingenieros como en Infantería, había entre ocho y diez sargentos veinteañeros de Academia por Compañía, pues el Ejército había considerado que, en contra de la costumbre de las distintas regiones militares, los voluntarios vascos no podían pasar de cabos tomateros, para evitar la posibilidad de que el cabo primero Etxeberría (por ejemplo) estuviera al mando de la guardia del Cuartel un fin de semana.

Como quiera que los quintos del Sur iban al Norte a hacer la mili, y los del Norte al Sur, de la parte de Jaén hubo una gran concurrencia en San Sebastián. Los sábados y domingos, mucha soldadesca canaria y andaluza subía a la centralita y se repartía en las distintas extensiones donde les daba línea con Tacoronte o Andújar a dos pesetas el paso. Agradecidos, me invitaban a vino y Ducados.

Muñoz Molina
tenía recomendación de un paisano maestro con el que me llevaba muy bien. Se llamaba Pedro y estaba muy enamorado de una muchacha rubia que tenía en un retrato a color. Creo que alguna tarde bebimos calimocho de la misma botella, pero mi recuerdo es el de un soldado de lento caminar, medroso, como huraño y poco sociable que, las veces que le vi, fue para darle línea.

Personalmente no me gusta cómo cuenta sus cosas, pero haciendo la guardia de Lore-Toki, en Lasarte, soldados compañeros suyos fueron asaltados por un comando de Eta para robar Cetmes y subfusiles. El soldado de Jaén no se enteró, pues sólo distinguía militares profesionales del Batallón Vasco Español en el acuartelamiento. Tampoco se enteró de que la monta de un caballo de Lasarte valía una pasta gansa y de que uno de aquellos etarras, andando el tiempo, se arrepentiría por televisión de su miserable vida. Si me hubiera preguntado, le hubiera explicado lo que pasó la mañana en que una turba amenazó con cruzar el puente sobre el Urumea. El coronel Olazábal Yon me mandaba al calabozo por teléfono por no contactar con la policía en Aldapeta.

-Mi coronel, tranquilícese. Tienen todas las líneas cogidas. Nada más que suelten una, les entramos nosotros.

-¡¡Váyase al calabozo, soldado!!. ¡¡Que se vaya, le he dicho!!

En 1982, cada mes morían asesinados 5 ó 6 miembros de las Fuerzas de Seguridad, sólo en Guipúzcoa. El coronel Saracíbar, el comandante Espinosa, el gobernador militar, el Tecol Garciarena, el Tecol Motos, que era de Valladolid y se encargaba de los mutilados y que tenía el despacho al lado de la central... Son nombres que es imposible que se me olviden. El escritor Muñoz Molina se fijó en lo que importaba en verdad: en los cubatas que bebían los sargentos y en lo pobres de espíritu que eran los brigadas... y en las marcas del Batallón Vasco Español.
Había un sargento de Madrid que llevaba unos pistolones descomunales. Era un fantasma de mucho cuidado, pero no pasaba de presumir... Sólo presumir... Lo natural a los 20 años.