Cristina Losada
La huelga del Metro de Madrid reveló la existencia de una banda de macarras que actuaba bajo las siglas del sindicato de conductores. Ahora, una decisión del fiscal jefe a propósito de los insultos vertidos entonces, muestra que la obscenidad y la grosería son valores con alta protección jurídica. Según información de El Mundo, el fiscal Eduardo Esteban ha pedido que se archive una denuncia de la Comunidad de Madrid contra los sindicalistas que habían descollado tanto en lo soez como en lo amenazante. No hay motivo, dice el hombre. La expresión "Esperanzita como me quites el 5 por el culo te la hinco" que ornaba un cartel de los huelguistas, no es –sostiene– ofensiva, ni lesiona la dignidad ni menoscaba la fama de la presidenta de Madrid. No es injuria, por tanto. ¿Qué será? Una prueba de cariño.
De haber resuelto el fiscal que ese cartel y varios dichos del mismo tono, aunque insultantes, se encuentran amparadas por la libertad de expresión sagrada, se podría discrepar, pero no ofendería a la inteligencia. Sólo sería una prueba más de que, en España, tal libertad es amplísima en unos casos y estrechísima en otros. Selectiva, desde luego. No depende de qué, sino de quién. Pero Esteban opta por desafiar al raciocinio. No es injuriosa, dice. Y hasta pretende que el cartel apareció en la mesa de los cabecillas sin que ellos se dieran cuenta. Una mano invisible lo hizo, otra mano invisible lo puso y nadie –y menos los de la mesa– se enteró. Puestos a imaginar, si esa tierna amenaza de hincarla se refiriera al fiscal, a un familiar suyo o al presidente del Constitucional, no deberían sentirse ofendidos. ¿Por qué, si "no tiene capacidad para producir realmente un descrédito"?
Para descrédito ya tenemos el argumentario de Esteban, cuya escala de valores suscita interrogantes. ¿Es posible que, en su casa, sean de uso corriente groserías como la mentada? Quién sabe, pero lo cierto es que, entre personas medianamente educadas, no tienen pase. Hay ambientes en los que es costumbre proferir salvajadas. Basta poner la tele para situarlos. No obstante, uno no espera que un fiscal jefe adopte como guía valorativa el lenguaje de Makinavaja, el último choriso, o el florido verbo del concursante habitual de Gran Hermano. Siendo ese el rasero, qué bajo cae el ministerio público cuando la injuriada se llama Esperanza Aguirre.