Jorge Bustos
Conclusión
El panorama esbozado en estas líneas está dominado por los tonos de una crítica melancólica y desabrida, ya que es la postura que, por minoritaria, estimamos más urgente adoptar. Pero es indudable, como hemos dicho antes, que la presente coyuntura ofrece también posibilidades magníficas a la excelencia. Por un lado, el modelo democrático neoliberal que sostiene la sociedad de consumo ha derrotado afortunadamente a otros paradigmas políticos y socioeconómicos donde la cultura era dirigida, y por más que la dirijan ministros geniales hacia elevados criterios -que no fue el caso, además-, el arte sólo florece en la libertad subjetiva. Y en segundo lugar, la instauración del consumismo obliga a generar ofertas de todo tipo, y entre la máxima cantidad se encuentra más fácilmente la anhelada calidad. Sin embargo, es preciso acotar la influencia que en la formación de las nuevas generaciones ejerce la lógica mercantil, tan estrecha y empobrecedora. Su hegemonía ha convertido la cultura en un confuso melting pot de lo popular y lo excepcional en donde muchos no sabrán cómo encontrar y discernir lo mejor. Contra lo que quiera vender la demagogia relativista, no es lo mismo Madonna que Haendel, y ni siquiera que Dylan. No desarrollará lo mismo las potencias cognitivas del ser humano la lectura de Vasili Grossman o Enrique Vila-Matas que la de Ken Follet o Carlos Ruiz Zafón. En esa tarea de desbroce los críticos son, por tanto, más necesarios que nunca. Su labor es contrariar la anulación de las jerarquías que persigue por naturaleza el mercado, para afirmar categóricamente que hay cultura mejor y cultura peor. Que aunque estén desacreditados los viejos sistemas holísticos de legitimación cultural, existe un marco de significados arraigados en la psique y las emociones humanas a los que la cultura debe seguir apelando para poseer un valor, el que le corresponda. Si los anunciantes permiten hablar a los críticos, y estos saben hacerlo, la gente los escuchará. Si no, en todo caso, queda la esperanza de encontrar tipos afines predicando en el desierto, y hacer amigos.
[Publicado en Nueva Revista, septiembre de 2008]
Conclusión
El panorama esbozado en estas líneas está dominado por los tonos de una crítica melancólica y desabrida, ya que es la postura que, por minoritaria, estimamos más urgente adoptar. Pero es indudable, como hemos dicho antes, que la presente coyuntura ofrece también posibilidades magníficas a la excelencia. Por un lado, el modelo democrático neoliberal que sostiene la sociedad de consumo ha derrotado afortunadamente a otros paradigmas políticos y socioeconómicos donde la cultura era dirigida, y por más que la dirijan ministros geniales hacia elevados criterios -que no fue el caso, además-, el arte sólo florece en la libertad subjetiva. Y en segundo lugar, la instauración del consumismo obliga a generar ofertas de todo tipo, y entre la máxima cantidad se encuentra más fácilmente la anhelada calidad. Sin embargo, es preciso acotar la influencia que en la formación de las nuevas generaciones ejerce la lógica mercantil, tan estrecha y empobrecedora. Su hegemonía ha convertido la cultura en un confuso melting pot de lo popular y lo excepcional en donde muchos no sabrán cómo encontrar y discernir lo mejor. Contra lo que quiera vender la demagogia relativista, no es lo mismo Madonna que Haendel, y ni siquiera que Dylan. No desarrollará lo mismo las potencias cognitivas del ser humano la lectura de Vasili Grossman o Enrique Vila-Matas que la de Ken Follet o Carlos Ruiz Zafón. En esa tarea de desbroce los críticos son, por tanto, más necesarios que nunca. Su labor es contrariar la anulación de las jerarquías que persigue por naturaleza el mercado, para afirmar categóricamente que hay cultura mejor y cultura peor. Que aunque estén desacreditados los viejos sistemas holísticos de legitimación cultural, existe un marco de significados arraigados en la psique y las emociones humanas a los que la cultura debe seguir apelando para poseer un valor, el que le corresponda. Si los anunciantes permiten hablar a los críticos, y estos saben hacerlo, la gente los escuchará. Si no, en todo caso, queda la esperanza de encontrar tipos afines predicando en el desierto, y hacer amigos.
[Publicado en Nueva Revista, septiembre de 2008]