domingo, 17 de octubre de 2010

Para moruchos, los revistosos



José Ramón Márquez

Ahora resulta que salen con los moruchos. Si tendrán desfachatez que lo único que se les ha ocurrido es lo de los moruchos. ‘Pablo Romero, moruchos’, y no se les cae la cara de vergüenza. Se tiran todo el año cantando a esos borregos asquerosos, a esos subproductos derrengados de lengua fuera, de tipo deplorable, a esos gorditos que tras la primera carrera están que no pueden ni con la penca del rabo; se tiran el año dando la matraca con que si el toro era muy bravo, con que si el pitón potable, con que si la calidad del tercero, con que si el merecido indulto... que miras al bravo, al del pitón, al tercero y al del indulto y lo único que te dan es ganas de vomitar del asco que te dan esos bichejos domésticos, y ahora salen con los moruchos, vaya por Dios.

Porque para estos caraduras, si el toro está bien criado, morucho; si el toro mete miedo, morucho; si el toro es capaz de crear problemas durante los quince minutos que dura su lidia a un tío que lleva entrenando desde que le salieron los dientes, morucho; si no vale para parar el tiempo, morucho; si no tiene la embestida tonta y bobalicona con la que se hace el toreo importante, morucho; si se arranca de largo al caballo y le dan una lidia infame, morucho; si se para en el último tercio, morucho. O sea, todo lo que no convenga para la basura de concepto que estos tíos defienden, todo lo que no sirva para este engaño contemporáneo que consiste en enaltecer las posturas achuladas de un tío de luces ante bichos claudicantes, todo lo que represente dificultad, lidia, problemas, miedo, que es lo que de verdad ha hecho grande al toreo y al torero, resulta que es una moruchada. Así están las cosas.

A base de todos estos despropósitos, con la confusión que se genera desde la crítica interesada, desde la sumisión a la moda dominante, desde la falta de integridad, de conocimientos y de principios sólidos, las voces mercenarias claman desde los púlpitos audiovisuales, escritos o electrónicos y sólo traen confusión, ruido y daño, en estos momentos tan poco halagüeños. Por ello no queda más que reafirmarse en los principios y reseñar, una vez más, la inutilidad e inanidad de la crítica contemporánea.
Cualquiera puede leer lo que se ha puesto sobre los de Partido de Resina de Zaragoza en los ‘medios habituales’ y puede compararlo con lo que dicen los aficionados, los que sufragamos el espectáculo, de esa corrida. Afortunadamente, ahora se puede.