Cristina Losada
La ministra de Defensa quiere un protocolo que impida los abucheos durante la Fiesta Nacional. Yo quiero uno que los impida todos salvo allí donde, según los entendidos, son indispensables, como en los toros, el teatro y la ópera. Pero no me harán caso y harán bien. Hay quien dice que una norma anti-abucheos es propia de una dictadura. Las dictaduras, sin embargo, no necesitan prohibir los abucheos. Va de suyo. De hecho, Franco, sin haberlos prohibido que yo sepa, no padeció ninguno. El protocolo de entonces eran las manifestaciones de adhesión. Quizá sea ése el modelo con el que sueñan nuestros socialistas, pero tampoco les ha ido tan mal con las pitadas del 12 de octubre.
Se diría, incluso, que este año se han puesto a alargar la resaca del abucheo más desafortunado. Como una no cree que se sientan heridos en sus sentimientos y menos en los patrióticos, piensa que quieren extraerle todo el jugo a la imagen fatal que replican los telediarios. Aquélla en que suenan las notas tristes del homenaje a los caídos, el Rey deposita una corona, llora una mujer, familiar de un fallecido, y retumba el "Zapatero dimisión" del respetable. Uno va a abuchear al presidente con la mejor de las intenciones y se carga el instante más solemne del 12 de octubre. Es el riesgo de hacer pitadas en los actos institucionales. El riesgo de que le hagan pasar por un gamberro que no respeta ni a los militares muertos.
Ha de tener cuidado Chacón de no pasarse de la raya. Los actores pueden resultar convincentes en papeles diversos. En los políticos tanta versatilidad no funciona. La ministra que defendió el derecho a ciscarse en la "puta España" casa mal con la que se horroriza de la ofensa a España perpetrada por los abucheadores. Cierto que los escenarios eran distintos, pero si se invoca la libertad de expresión en un caso no queda otra que invocarla en todos. Ignoro qué protocolo puede impedir las pitadas. Si Chacón lo inventa, que lo aplique en esos partidos de fútbol que sus amigos nacionalistas aprovechan para armarla. Pero el único protocolo útil será el que ponga fin al encanallamiento de la vida pública propiciado por la política de confrontación del presidente.