LOS ARTISTAS
Por El Curioso Parlante
Madrid, 1843
La palabra Artista es el tirano del siglo actual. En lo antiguo había pintores, escultores, arquitectos, comediantes y aficionados. Hoy sólo hay Artistas; y en esta calificación entran indiferentemente desde el pincel de Apeles hasta el puchero en cinto; desde el cincel de Fidias, hasta las alcarrazas de Andújar; desde el compás de Vitrubio hasta el cuezo del albañil.
El que enciende las candilejas en el teatro, Artista; el motilón que echa tinta en los moldes, Artista también; el que inventó las cerillas fosfóricas, distinguido Artista; el que toca la gaita o vende aleluyas, Artistas populares; el herrero de mi calle, Artista veterinario; el barbero de la esquina, Artista didascálico; el que saluda a Esquivel o quita el tiempo a Villaamil, Artista de entusiasmo; el que lee el Laberinto o el Semanario, los socios del Liceo o del Instituto, los que asisten a los toros o al teatro, los que fornan corro al rededor [sic] de la murga, Artistas de afición; el perro que baila, el caballo que caracolea, el asno que entona su romanza... Artistas, Artistas de escuela.
Entretanto, como todo el mundo es Artista, los Artistas no tienen qué comer, o se comen unos a otros. El clero y la nobleza que antes les sostenían, están ahora muy ocupados en buscar dónde sostenerse. La grandeza metálica de los Fúcares modernos está por las artes en movimiento, protegen la polka y la tauromaquia, las diligencias y los barcos de vapor. En sus flamantes salones no quiere estatuas, sino buenas mozas; sus libros son el Libro mayor y el Libro diario; sus conciertos, el ruido del aurífero metal. Cuando más, y para satisfacer su amor propio, se hacen retratar por el pintor, como se hacen vestir por el sastre, de cuerpo entero, y todo lo más elegante posible, cuidando de que el marco sea magnífico y de relumbrón. Para amenizar los salones, basta con las estampas del Telémaco, o las vistas de la Suiza.
El Artista entretanto, desdeñado por la fortuna, camina a la inmortalidad por la vía del hospital; y se sube a una buhardilla con pretesto [sic] de buscar luces; allí se encierra mano a mano con su independencia, y se declara hombre superior y genio elevado: descuida los atavíos de su persona por hacer frente a las preocupaciones vulgares; y ostentando su escentricidad [sic] y porte exótico e inverosimil, se deja crecer indiscretamente las barbas y melenas, únicos bienes raíces de que puede disponer. Desdeña la crítica periodística por incompetente; la autoridad del maestro por añeja; los consejos de los inteligentes por parciales y enemigos; y con una filosofía estoica, responde a la adversidad con el sarcasmo, a la fortuna con el más altivo desdén. Por último, cuando se permite una invasión en el campo de la política, adopta las ideas más exageradas, y es partidario de las instituciones democráticas, que han acabado con las clases que antes le sostenían, y sustituido las artes liberales por otras, tambien artes, y liberales también.