martes, 28 de noviembre de 2023

Jalea real



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El fundador de la ciencia constitucional (paisano, ay, de esa embajadora alemana que vende constituciones en Madrid cuando en su país llevan sin una desde el 45) anotó en su dietario (julio del 50): “Fue un ministro de Correos quien en 1791 evitó la huida del rey de Francia y condicionó el ulterior transcurso de la historia europea. De ello se deriva que los reyes tienen que llevarse muy bien con los ministros de Correos para salvar la monarquía”.


Madame de Staël refiere por qué fracasó aquel envite: “Un viaje que requería tanta habilidad y rapidez se preparó como un viaje más, y la etiqueta es tan poderosa en las cortes que no se supo prescindir de ella”.


“Excommunication du silence”, describió Michelet el impresionante silencio con que la muchedumbre, apiñada en los tejados de París, recibió a la familia real, de regreso de Varennes bajo custodia del alcalde Petion, un traidorazo que admitió haber tenido durante el trayecto sueños húmedos con la reina (se ahorcó en un bosque dos años más tarde y fue devorado por los lobos). Fue el preludio de la Gran Mentira que trastornó la mentalidad política europea para siempre: a fin de detener la Revolución, que avanzaba hacia la abolición de la propiedad, la Asamblea Nacional decretó el 15 de julio del 91 que el rey no había huido, sino que había sido raptado, decreto que “inició a los representantes en el arte de engañarse a sí mismos para mentir al pueblo”.


La Virtud nació como fachada del edificio de la Hipocresía, y con la necesidad del Terror para mantenerla impoluta –acota Trevijano en su “Sentido de la Revolución Francesa”.


Asómbrale también el hecho de que nadie haya hurgado hasta hoy en la ley psicológica que une el asesinato del rey a la conciencia abochornada de todos los que lo salvaron con la mentira del rapto.


No es casual que los discrepantes del engaño al pueblo, los que se sublevaron contra sus mortales consecuencias, luego, en el proceso contra Luis Capeto, votaran el destierro a la Florida, en lugar de condenarlo a muerte.


El infame decreto del 15 de julio supuso la consagración de la mentira como razón de Estado en una Revolución institucionalizada mediante un “Te Deum” en Nôtre Dame por los crímenes (propios de caníbales, según Saint-Just) de la Bastilla y que quedaba presidida por el rey (ejecutivo y judicial) con el apoyo de la Asamblea (legislativo), cuyo discurrir fue, tras del Terror, la frivolidad del Directorio (nuestro 78) y el militarismo de “le Petit Caporal”, que invadió España para perpetrar toda clase de fechorías (“la Ilustración”, dijeron nuestros traidorazos patrios), menos la peor: atentar contra su unidad nacional, ésa que nuestras elites vuelven a poner en jaque. El pueblo mira al Rey, pero algunos politólogos de la Corte ya se han apresurado a constatar que “no puede hacer nada”, poniéndoselo al enemigo como las carambolas a Fernando VII.


[Martes, 21 de Noviembre]