martes, 21 de noviembre de 2023

Los españoles pintados por sí mismos. El ministro




Por Ignacio de Castilla
Madrid, 1843

El Ministro es un ser tan parecido al hombre que se equivoca con él: anda del mismo modo, aunque sin merecerlo; come también de la misma manera, pero mejores cosas por lo común; tiene el don de la palabra; en fin, hay una completa semejanza entre uno y otro.


Cuando está cesante es un animal inofensivo y manso, al cual es posible acercarse sin riesgo y sin empacho; mas en el ejercicio de sus funciones es fiero, sus mordeduras causan un daño cruel, se enconan, y algunas son incurables. Aseméjase en esto a las víboras y otros reptiles ponzoñosos que durante el invierno permanecen ocultos y ateridos de frío sin hacer mal a nadie, pero que luego que llega el verano, se ponen en evidencia y sus picotazos son peligrosos en estremo (sic). El verano de los ministros es el tiempo que ocupan la dorada poltrona [...]


Ya antes dijimos que la especie ministerial se parece también a los gorriones y a la langosta en lo numerosa, dañina y voraz: añadiremos ahora que se asemeja al toro en que embiste cerrando los ojos, y dejando cesantes por quítame allá esas pajas, por un capricho tal vez, y sin encomendarse a Dios o al diablo, a una porción de empleados, ni más ni menos que el toro pone fuera de combate a los inocentes caballos que le ponen delante. También a los ministros les pican y banderillean los diputados y senadores en sus palenques respectivos, y no falta quien se entretenga en echarles suertes y en burlarlos, y por último algunas veces les echan perros, como cuando se les cuelgan una caterva de contratistas que los acosa hasta sacarles sangre y rendirlos. Es pues muy grande la semejanza entre toros y ministros: no hay más que una pequeña diferencia, que consiste en que a los primeros los matan por fin de fiesta, y a los segundos los dejan en libertad y en aptitud de presentarse nuevamente en la liza: lo cual, si por una parte es un mal muy grave, no deja de ser un bien grande por otra, pues corríamos peligro de ver enteramente despoblada la nación si fuese costumbre estoquear los ministros y hubiera de seguirse la práctica con todos los que aspiran a serlo [...]


Ministros progresistas son aquellos que cuando están debajo, que también al verdugo ahorcan, hablan mucho de soberanía nacional, de libertad y de garantías constitucionales, pero que en el poder olvidan estas zarandajas y prenden como les acomoda, destierran cuando les viene a cuenta, hacen juzgar por tribunales incompetentes y fusilan las gentes con inhumanidad como en octubre de 1841; roban por decretos como sucedió cuando declararon bienes nacionales los de las monjas, y por último animan a sus masas queridas a dar de palos a todo cristiano pacífico que tiene la desgracia de salir a la calle, cuando impera en todo su esplendor la soberanía nacional, como en los últimos días del gobierno del ex-regente [...]


Los republicanos no han dado hasta el presente la cara ministerialmente, aunque los haya habido en algún gabinete, pero desde luego nos atrevemos a pronosticar que serían muy semejantes a los anteriores, sólo que sus chanzas serían un poco más pesadas.


Ministros moderados y ministros nada, vienen a ser casi una misma cosa. Su amor a la legalidad, al constitucionalismo y su timidez, los han perdido siempre, dejándose arrebatar el mando en virtud de algún glorioso de esos en que están duchos los progresistas. Y lo peor del caso es, que después que se entregan inermes a la Constitución, los acusan todavía de serviles y retrógrados, de modo que a nadie puede aplicarse con más oportunidad aquello de tras cuernos, penitencia.


También hay ministros que no son moderados, republicanos ni progresistas; que lo han sido todo, que no son nada, que van a su negocio y nada más. Dios les ayude.


Otra clase queda en la cual están comprendidos los que dan al parlamento con la puerta en los hocicos, los que no temen ni la ira de Dios, y que no ceden a influencias parlamentarias. Estos suelen ser productos de patriotas arrepentidos de los que nos libre Dios con su infinita bondad, pues si bien en el cielo son muy apreciados los pecadores arrepentidos, en la tierra y políticamente hablando, son de muy mal efecto los arrepentimientos [...]