jueves, 2 de noviembre de 2023

Gaza y el Nomos de la Tierra (y II)

 



Curtis Yarvin


Wer redet heute noch von der Vernichtung der Armenier?


¿Qué significa tener un perro en la pelea? ¿En qué consiste esta relación hombre-perro, este sistema de clientes y «aliados» y «líderes», quislings y satélites y Estados títere? Está claro que no fue un invento del Departamento de Estado.


Muchos occidentales están muy preocupados por la difícil situación de los palestinos. Según ellos, esto tiene que ver con el «altruismo»: preocupación por otros seres humanos, por distantes que estén, por diferentes que sean. En términos de Peter Singer, están ampliando su círculo de preocupación: hacer algo pequeño para salvar a un niño palestino al otro lado del mundo parece tan importante como salvar a un niño que se ahoga en una piscina delante de usted.


Pero, ¿es su círculo un círculo? Si el círculo de la preocupación fuera realmente un círculo de preocupación, si sus raíces emocionales consistieran en expandir el instinto mamífero de la empatía a través de la abstracción del globo universal, el círculo tendría la forma de un círculo. No debería importar si el niño que se ahoga, víctima de la guerra o de la limpieza étnica, es árabe, judío… o armenio.


«¿Quién habla estos días —preguntó Hitler en un discurso privado— de la aniquilación de los armenios?». En realidad, hace menos de un mes al tiempo de escribir este texto, en un «conflicto de tipo 1» en el que Estados Unidos no tenía ningún perro, doscientos mil armenios fueron objeto de una limpieza étnica. No hubo manifestaciones. No hubo apasionadas cartas de grupo en Harvard y Yale. A nadie le importó. Y esto, según argumentaré, fue algo bueno.


Si se preocupa por los palestinos pero no por los armenios, su círculo de preocupación no tiene forma de círculo. Sugiero que esto se debe a que no es en absoluto un círculo de preocupación. Es más bien una pirámide de patrocinio o, en su versión más degradada, de filantropía telescópica. Si los seres humanos fueran ángeles, Peter Singer nos enseñaría a todos a ser budas vivientes. Como los humanos somos humanos, nos está enseñando a todos a ser la señora Jellyby. En mi familia hay arabistas: un tío mío fue rector de la Universidad Americana de Beirut. Y tengo una tía, sin sangre semita desde José de Arimatea, que es la viva imagen del personaje de Dickens (sin, para ser justos, la negligencia familiar).


A lo largo de su historia, el sistema angloamericano de imperialismo misionero se hace cada vez menos imperialista y más misionero. Los primeros comerciantes, soldados y colonos desaparecen. Florecen los profesores, los diplomáticos y los cooperantes. Todo se convierte en la Expedición al Níger de 1841. (Se pronuncia knee-zhay, por supuesto.)


Los lazos entre el mundo árabe y la élite angloamericana, especialmente las élites protestantes WASP [protestantes, blancas y anglosajonas] de Nueva Inglaterra, tienen más de un siglo. La Universidad Americana de Beirut, por ejemplo, se fundó en 1866. Y aunque los misioneros de Harvard fueron a Oriente Próximo a predicar el cristianismo, pronto descubrieron que predicar el liberalismo era mucho más beneficioso para su salud.


Lo que falló con los armenios fue que esta relación nunca funcionó del todo. Para empezar, siempre fue extraño enviar misioneros cristianos a cristianos. Se podría pensar que los armenios, al ser cristianos, serían mejores perros cristianos. Pero, en realidad, todo ello acaba resultando extraño, como contratar a tu primo para que te limpie la casa.


Así que los armenios, durante los últimos 150 años, han estado intentando construir esta relación y fracasando. Como Elie Kadourie demostró de forma memorable en The Chatham House Version, el genocidio armenio de la Primera Guerra Mundial no puede entenderse fuera del contexto del intento aliado de crear un nuevo Estado armenio cliente a partir de los restos otomanos y, como siempre, los diplomáticos fueron precedidos durante mucho tiempo por los misioneros. Simplemente no funcionó.


Del mismo modo, la limpieza étnica de Stepanakert se produjo porque Armenia, por supuesto una exrepública soviética y un Estado cliente de Rusia desde hace mucho tiempo, eligió a un líder proestadounidense. La diplomacia rusa podría haber mantenido fácilmente a raya a Azerbaiyán, pero la diplomacia estadounidense, aunque sin duda se oponía apasionadamente a cualquier tipo de limpieza étnica, no tenía absolutamente ningún poder detrás. Estados Unidos no contaba con ningún movimiento político dedicado a la causa armenia. Estados Unidos no tenía un perro en esa pelea.


¿Y cuál fue el resultado? Doscientos mil armenios perdieron todos sus bienes y tuvieron que convertirse en refugiados. ¿Se lo merecían? Seguro que no. Pero…


¿Perdieron la vida? ¿Fueron masacrados como ovejas o explotaron por los aires? Si se hubieran quedado, quizá. Pero una vez que quedó claro que eran militarmente mucho más débiles que sus enemigos turcos, los armenios de Stepanakert —una ciudad armenia durante siglos— hicieron lo único sensato que cabía hacer y se marcharon. Una verdadera nakba.


Y a nadie le importa. A nadie le importan tampoco los azeríes. Es sólo historia impersonal: el presente se ha convertido, en cierto modo, en pasado. Por accidente y despreocupación, porque el círculo no es en realidad un círculo; por ninguna buena razón.


Y el resultado es… la paz. Paz real, no la paz de «sin justicia no hay paz». Hoy no hay guerra en Nagorno-Karabaj, porque se probó la fuerza y el vencedor era indiscutible. La guerra, y no los himnos, es siempre el camino hacia la paz.


Sí: independientemente del derecho, el fuerte prevaleció y el débil concedió. La lección de la lógica, por no hablar de la historia, es que el derecho no puede superar a la fuerza. La fuerza hace el derecho, porque el derecho carece de sentido a menos que lo imponga la fuerza. La manera de enderezar el mundo no es derrotar a los poderosos, sino hacer que los poderosos sean íntegros.


Técnicamente, se supone que el Departamento de Estado se encarga tanto de Armenia como de Azerbaiyán. Tiene embajadas, por supuesto, en ambos países. Pero, en la práctica, el Departamento de Estado no tiene mucha relevancia en Asia Central en 2023. Por mero desgaste, por indolencia e incompetencia, hemos reinventado el aislacionismo del siglo XXI.


¿Qué significaría aplicar esta doctrina al conflicto árabe-israelí?


El derecho de guerra clásico


De nuevo, en el nomos antiguo, la guerra es el derecho más importante de una nación soberana. Una nación que sigue las antiguas normas hace la guerra cuando otra nación viola sus derechos nacionales. La guerra es la ultima ratio regum, el último argumento de los reyes: una especie de demanda presentada no ante un juez, sino ante Dios, el señor de todas las batallas.


La fuerza siempre da la razón: la victoria crea su propia legitimidad. Como dijo John Adams, «el gobierno de facto es para nosotros el gobierno de jure». Si te has hecho con el control de Francia por cualquier medio, eres el gobierno de Francia —incluso si eres, como Gladstone llamó al Reino de las Dos Sicilias, «la negación de Dios». (Quiero llevar a Gladstone a Nápoles en 2023, para que pueda ver la verdadera negación real de Dios).


Si el resultado de una guerra vecina amenaza tu propia seguridad, por supuesto, tienes una razón para intervenir. Chipre, Jordania, Líbano o Egipto podrían tener una razón para saltar al foso con los perros. Pero Estados Unidos no se extiende mucho al este de Nantucket. Así que la posición clásica de neutralidad parece la más apropiada.


La forma básica en que un país es neutral en una guerra es, como observa Hamilton, comerciando libremente con ambos bandos, pero no vendiendo armas («contrabando de guerra») a ninguno de ellos. Israel no necesita nuestro material ni nuestras subvenciones. Hamás no merece nuestro material ni nuestras subvenciones. Listo. Problema resuelto. Con esta simple política, imagine cuánta gente podría despedir el Departamento de Estado y el Pentágono.


Pero ¿cuál es la política adecuada para Israel, que está en guerra? Como bando más fuerte, Israel necesita imponer una paz justa.


El problema fundamental de la coexistencia árabe-judía en Tierra Santa es que los árabes sienten que la tierra les pertenece y se sienten con derecho a expulsar a los judíos de ella, a la vieja usanza, matándolos siempre que sea posible.


Posiblemente incluso diciendo la verdad, Hamás llegó a explicar que al menos muchas de las masacres en los kibbutzim cercanos a Gaza —algunos de los kibbutzim más liberales y elitistas de Israel y, por supuesto, los fiesteros del Supernova tampoco eran precisamente haredim orando— ni siquiera fueron obra de su organización. Las masacres, nos asegura Hamás, fueron llevadas a cabo por ciudadanos privados de Gaza: mamás que llevan al niño al fútbol y gente así. Muy bien, fabuloso.


Dado que los judíos también consideran que la tierra les pertenece, es necesaria una demanda. En un mundo en el que las «Naciones Unidas» no existieran y en el que Estados Unidos no tuviera ningún perro en esa pelea, en lugar de tener dos, esta demanda adoptaría la forma de una guerra. Y los judíos, al ser más fuertes, ganarían esta guerra, incluso contra todo el mundo árabe y musulmán. Como esto está claro para todo el mundo, no es necesaria ninguna violencia.


Resulta hilarante escuchar a personas inteligentes discutir sobre la ética de asediar Gaza, como si esta idea de «asedio» no se hubiera producido nunca en la historia de la humanidad. En realidad, no hay ninguna razón para que haya violencia significativa en Gaza: sin agua, electricidad, alimentos, combustible e Internet, todo lo cual procede de Israel o al menos llega a través de Israel, Hamás está indefensa.


El nomos clásico de la tierra prohíbe la violencia innecesaria contra los civiles. Todo lo que sea militarmente necesario, como un asedio y/o un bloqueo, es absolutamente permisible. Dado que ninguna norma puede tener éxito si incluye un incentivo para apartarse de ella, no hay manera de que una norma viable (en contraposición a una ley positiva aplicada por el Secretario Blinken) prohíba la táctica militar común y esencial de asedio de una ciudad.


Por ejemplo, está claro para cualquier persona cuerda que si Israel pudiera instalar un dispositivo técnico en sus bombas que impidiera que mataran a civiles, lo haría al instante. Pero esta tecnología no existe. Sin embargo, la tecnología para no disparar en una fiesta de baile sí existe, y Hamás no tiene ningún interés en utilizarla.


Incluso cuando asedia y bombardea Gaza, Israel está siguiendo las normas europeas de la guerra, porque los israelíes no desean causar daños innecesarios a los civiles y, de hecho, con frecuencia infringen las normas de la guerra en la dirección equivocada: restringiendo su propio poder. Hamás nunca restringe su propio poder para preservar vidas israelíes; esto es inimaginable. Por supuesto, dado que Hamás es mucho más débil, tampoco resulta sorprendente.


Incluso en la Segunda Guerra Mundial, la campaña angloamericana de «bombardeo estratégico» contaba al menos con la disculpa de «interrumpir la producción enemiga», etcétera. Para los historiadores está perfectamente claro que tanto Arthur Harris como Curtis LeMay habían adoptado la teoría de Giulio Douhet de aterrorizar con bombardeos aéreos, una teoría que culminó en la destrucción aérea totalmente innecesaria de Dresde y Tokio, Hiroshima y Nagasaki. Lugares en los que murieron muchas niñas pequeñas. Aun así, si las bombas atómicas tuvieran un interruptor de «pero no mates a las niñas pequeñas╗, incluso los sanguinarios estadounidenses de 1944 lo habrían accionado. Pero…


La respuesta


¿Cómo abordaría el problema de Hamás y Gaza un Israel soberano y sensato, que operase en un renovado nomos multipolar? En primer lugar, abordaría las causas profundas de la crisis: enviaría a casa al Secretario Blinken, a su séquito y a toda la embajada estadounidense. En primera clase, quizás. Merece la pena.


Segundo, llamaría a los chinos y contrataría a su fracasada industria de la construcción para que construyan una ciudad fea, chapucera y sin alma para dos millones de personas, en seis meses, junto a Gaza, en Israel pero en la frontera egipcia. Que sea tan horizontal como Gaza es vertical. La dotaría de su propia energía y agua, impulsada por una tubería de agua salada hasta la costa y una línea de gas hasta Israel.


Tercero, y en paralelo, construiría verdaderas fortificaciones militares (no alambradas) alrededor de Gaza, cortaría los servicios públicos y bloquearía los puestos de control y los puertos, y se aseguraría de que hubiese una tienda de campaña segura para cualquiera que pudiera salir. Sobornaría a Egipto para que dejara salir a cualquiera de Gaza como refugiado, y luego lo admitiera inmediatamente en el campamento mientras esperara su nuevo apartamento. Sólo podrían llevarse con ellos las posesiones personales que pudieran ser trasladadas, y nada de armas.


Cuarto. Una vez que los únicos que quedasen en Gaza fuesen soldados sedientos, hambrientos y fanáticos, arrasaría el lugar con todas las armas disponibles y daría a todo el que quisiera morir el martirio que se merece. Trituraría los escombros hasta convertirlos en colinas y los convertiría en un parque nacional.


Quinto. Trasladaría unilateralmente la frontera para que la nueva ciudad de Gaza, sin salida al mar, pasara a formar parte de Egipto. Egipto no tendría por qué dar su consentimiento. Daría a Egipto una fecha para el corte del gas. Los gazatíes serían ahora egipcios, no israelíes, y Egipto podría gobernarlos como quisiera. El resultado sería una paz permanente. Si Egipto no pudiera evitar que los egipcios lanzasen cohetes contra Israel o causaran otro tipo de problemas, por supuesto, será necesaria más guerra.


Nada en esta solución implica ningún tipo de violencia o combate, al igual que la reubicación de los armenios de Nagorno-Karabaj no ha implicado violencia ni combate. Los azerbaiyanos sólo necesitaron unos días de guerra para dejar claro que eran más fuertes. Y los armenios sólo tuvieron que perder sus bienes inmuebles, no sus vidas.


El objetivo del asedio a Gaza no son los civiles: es el régimen militar de Hamás. Si Hamás quiere enviar a sus civiles para que Israel los albergue y alimente, Israel —que es un país moderno— no los tratará como César trató a los galos en Alesia.


Pero si Hamás quiere convertir a sus propios civiles en rehenes —por no hablar de los 200 rehenes que ya ha tomado— Israel no puede impedirlo. No tiene en absoluto la responsabilidad de proteger a los civiles enemigos de su propio gobierno. De hecho, un Israel que se preocupara por su supervivencia nacional trataría a los rehenes israelíes como si ya estuvieran muertos.


Esta solución no es, estoy bastante seguro, lo que sucederá. También estoy bastante seguro de que, a menos que Dios se interese un poco más por el mundo que supuestamente creó, y en particular por las personas a las que supuestamente eligió, no habrá nada reconocible de Israel dentro de 50 años, igual que, después de 30 años de gobierno del secretario Blinken y los de su calaña, no queda mucho reconocible de la antigua Suráfrica. La diplomacia estadounidense mantiene el mundo seguro, ordenado y libre desde 1919.


Pero así es como la fuerza crea el derecho. Ahora, imaginen esta victoria —la victoria de la fuerza y el orden sobre la agitación y el caos— en todo el mundo, limpiando todas las llagas abiertas del mundo. Al imaginarse la caída del imperio americano se darán cuenta de que, como la URSS (aunque mucho mejor), el Imperio Global Americano puede verdaderamente caer hacia arriba. Casi todos los problemas que supuestamente justifican su existencia se resolverán por sí solos en cuanto desaparezca...


Leer en La Gaceta de la Iberosfera