Mercedes (Nini) Castellanos y Mendiville
y Miguel Primo de Rivera
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La muñeira arbitral de Negreira en la Tierra del Tres por Ciento (¡aquel maragalliano “Vostès tenen un problema, i aquest problema es diu tres per cent”!) es indicio de que el árbol moral del 78 tiene podrida hasta la última rama: por bastante menos, en Titulcia (antes, Bayona de Tajuña), su alcaldesa, socialista y lectora de Deleuze y Guattari, teóricos de la arborofobia (sobre la idea de que el árbol posee una “complejidad aristocrática”), ha resuelto talar todos los venerables árboles de la calle Grande y acabar con el fascismo de lo Uno, lo Privilegiado y lo Monótono, sin queja del vecindario. Debe de ser cosa de ese fatalismo europeo (franco-alemán: Valéry, Spengler, Hegel) que a Steiner le parecía la seña de identidad más inquietante de un continente con la oreja pegada siempre a su ruina y su final.
España oye hablar ahora de la corrupción del fútbol (su timbre de “Kultur”) con fatalismo franco-alemán y apatía ibérica. Esa pasión de beatitud vital y arrogante desprecio de las cosas inquietantes proviene, según el único español que lo estudió en profundidad, del hábito de obediencia política, y lo refuerza. Observó que son factores culturales los que producen la maldad de los gobernantes y la sumisión de los gobernados. Parte de que casi todas las naciones proceden de esclavos, “y la española es ya un gran sedimento de genes apocados, desleales y acomodaticios, seleccionado por una eliminación constante de los genes más intrépidos, leales y emprendedores: expulsión de judíos y moriscos, conquista americana, guerras de religión, guerras civiles, emigraciones de fortuna, exiliados políticos, emigraciones laborales, fuga de cerebros”…
–Tú, romano, acuérdate de tratar con cuidado a tus obedientes sujetos y de abatir a los rebeldes orgullosos.
Cánovas llamaba a la tranquilidad moral de la conciencia gobernada “filosófica indiferencia”, puesta de manifiesto por el adulado pueblo español durante las pérdidas americanas. Y es que, al taponazo de botella de champán del mayo madrileño contra el francés, siguió lo que Dalmacio Negro ve como “una especie de atonía popular que constituirá siempre el talón de Aquiles del liberalismo”.
–Lo más grave es que la indiferencia popular contribuirá a que la clase política se corrompa y se deje separar fácilmente de la sociedad civil.
De aquí el odio de las elites al populismo, que no es sino la democracia como la describiera Lincoln en Gettysburg: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Y hay que ver qué cosas decía Ortega de la indiferencia nacional a nada para la llegada al poder de Primo de Rivera, el dictador que daría la nota rompiendo su noviazgo con una señorita de Madrid porque ésta había jugado a la Bolsa y podía pensarse mal.
En el Estado de Partidos la frivolidad (“en el vestuario gastamos bromitas con esto”, dice Xavi, el ex cerebro de España) sustituye al miedo como factor de quietismo.
[Martes, 21 de Febrero]