Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo que más se parece a la muerte, al decir de los grandes funebristas, es la serenidad, y serenamente, como las hojas rezagadas del invierno, se nos ha ido Amancio Amaro, el Amancio más universal hasta la irrupción de Amancio Ortega, su paisano.
En el fútbol Amancio fue un burlador, como hoy Vinicius, o entre medias, Juan Gómez Juanito, y por eso a Amancio lo llamaban “Brujo”, que es mote bien bonito, y por eso su nombre frecuentaba las páginas de sucesos, que es un sino muy español. Alcancé a verlo en Burgos, en la primera alineación del Madrid que memoricé: García Remón, Touriño, Benito, Verdugo, Grosso, Zoco, Aguilar, Amancio, Santillana, Velázquez y Anzarda. Lo veíamos desde el terraplén del Fondo Sur en “El Plantío”, que era el de los niños y “soldados sin graduación”, pero las piernas de Aguilar ya lo habían desplazado al interior del campo, aunque con tendencia a la banda donde luego nos deslumbraría Juanito, que llegó a Burgos desahuciado por el Atlético, una vez que por burlador le habían partido una pierna.
La burla, dicho por Santayana, nuestro primer filósofo, es la primera forma pueril del ingenio, razón por la cual estos genios burladores a quienes fascinan primero es a los niños. Santayana gozaba garrapateando epigramas burlones en los márgenes de sus autores más serios, que no dan patadas, pero Amancio lo hacía en los terrenos de los defensores más expeditivos. En la raya donde Vinicius, según la telebasura, monta una gestoría fiscal para provocar a sus marcadores calculándoles las cotizaciones y pensiones, Amancio ponía a calentar la marmita de sus brujerías. En Barcelona, durante un clásico jugado en 29 de febrero, que ya es tentar (provocar, dirían hoy) a la fortuna, lo despacharon para siete meses “porque no había otra forma de pararlo”, y diez años más tarde le vino la cornada de Fernández en Granada, que le dejó a Amancio un muslo como de Jaime Ostos, ataque sólo comparable a la patada de rucio con que Goicoechea trituró el tobillo de Maradona en Barcelona. Amancio, se quejaba luego Fernández, “no quiso hablar conmigo y no me perdonó nunca, pero yo no quise hacerle lo que le hice. De todos modos, era parte del juego”.
A la muerte de Amancio (“la muerte que no es un muerto, sino unos cuantos detalles de la vida”) nos quedan su magia en la yerba (de su marmita, además de un deslumbrante fútbol burlón, salió la Quinta del Buitre, que fue la del buen gusto) y su elegancia en la calle: para evocarnos la figura del desaparecido Manolo Velázquez, Amancio Amaro apareció por el entrenamiento con corbata y un libro bajo el brazo. Descanse en paz.