Martín-Miguel Rubio Esteban
Doctor en Filología Clásica
El verdadero paraíso para los rusos sería la Oblómovka, ese idílico sueño de Oblómov, tan maravillosamente descrito por Gonchárov, y que tan bien consigna los anhelos más profundos de un pueblo tierno y pacífico, que quiere vivir plácidamente, con alegría, despreocupado, siguiendo los eternos ciclos de la naturaleza, dejando que la vida fluya apacible como un río, un país mágico donde no existe el mal ni la inquietud, ni la tristeza, y en donde viven bellas muchachas, se come bien y nada cuesta la ropa. Un país así siempre gana las guerras, aunque muy despacio.
La mundivisión oficial de “lo políticamente correcto” se nos va imponiendo gracias a la policía de las costumbres y la policía del pensamiento que denunciase con penetrante inteligencia Trevijano. Gracias a un psoe podemizado España está viviendo una era victoriana en las costumbres. Volvemos a la dorada época de Sherlock Holmes, donde tanto nos excita la hipocresía y el sentido de la culpa. Pero como lo que no es lógico nunca llega a ser natural, se está imponiendo en nuestra sociedad de beatas irenes monteros una artificiosidad social que revela la mentira fundante de la nueva sociedad. Quizás esta nueva mundivisión casi universal nos pueda traer un nuevo arte y una nueva cultura. Pero tal vez sea aún un poco pronto para paladearlos.
Antonio García-Trevijano tenía una enorme admiración intelectual a la figura del gran Papa Benedicto XVI, y le llegó incluso a perturbar, hasta dolorosamente, su renuncia al Papado. Me llamó para preguntarme cuál era mi opinión sobre las posibles causas de su renuncia. A bote pronto yo le dije que como intelectual de raza, espíritu delicado y gran esteta, se sentía fracasado en sus inútiles intentos de culturización del clero y de reintroducción de la gran belleza litúrgica tradicional en la misa, con acompañamiento de órgano y tonos solemnes, que entonces –¡y hoy!– estaba asaltada con cánticos de guitarra chocarrera e infumable. También había dispuesto que al menos una vez a la semana se celebrase la Santa Misa en latín para aquellos parroquianos que aún conservaban el gusto por la lengua de la Iglesia. Ninguna de estas medidas de estética y cultura se había cumplido, y que por ello el Santo Padre había entendido que con esta “basca”, “él” ya no tenía nada que hacer y que había arrojado la toalla. La opinión del maestro Trevijano, en cambio, era diferente. Me dijo que la visita que recientemente había hecho al campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia, le había conmocionado tanto que su fina sensibilidad religiosa había entrado en crisis. La sordera y mudez de Dios ante el horror que sufrían los seres creados a imagen y semejanza suya lo bloquearon, y su decencia pastoral le obligó a dejar el más alto cargo de la Iglesia. Es difícil presenciar Auschwitz y pensar que en el hombre hay que buscar la justificación de Dios, si en Dios se busca la del hombre. La filosofía platónica y agustiniana había admitido, en su creacionismo, un plan (unas ideas) anterior a la realidad del mundo. Pero las ideas no existen ni antes, ni en, ni después de las cosas, sino “con” las cosas, y son engendradas únicamente en el acto de la vida y en la continua realización del mundo en el espíritu eterno. De todos modos yo recordaba algunas afirmaciones de Joseph Ratzinger de su Introducción al cristianismo: “Dios no aparece ni puede aparecer por mucho que se ensanche el campo visual. Dios es aquél que se queda esencialmente fuera de nuestro campo visual, por mucho que se extiendan los límites”.
De todos modo, algo muy grave ha tenido que ocurrir en el entorno del Papa para que se produzca este acontecimiento histórico.
Si bien Trevijano fue el primer pensador político español que contempló el ecologismo y el medio ambiente como una prioridad política en La alternativa democrática, tal como ya hemos visto en estas remembranzas, sin embargo, en sus últimos años criticó con dureza y visión profética aquellas éticas que desplazaban al hombre y a la humanidad del supremo objetivo político, y que injurian con sus delirios galácticos las viejas éticas antropocéntricas. En este sentido, y desde su ateísmo indeclinable, coincidió bastantes veces con la filosofía moral de Joseph Ratzinger. Tiene toda la lógica que los superdotados coincidan. En sus distintas esferas ambos representan referentes máximos de coherencia moral. Tanto la teología de Ratzinger como el pensamiento político de Trevijano se escriben en lenguajes performativos. Esto es, conjugar el verbo coincide con la acción del verbo, como “yo amo” o “yo represento”·.
El metropolita griego Stylianos Harkianakis recordaba que Platón, en el Timeo, hablaba del juicio irónico de un extranjero que afirmaba que los griegos son “aeì paídes”, niños siempre. Platón no veía en ese juicio un reproche, sino una alabanza de la manera de ser de los griegos: “Como quiera que sea, hay un hecho indiscutible: los griegos querían ser un pueblo de filósofos, y no de tecnócratas, es decir, eternos niños, que veían en el asombro la condición más elevada de la existencia. Sólo así puede explicarse el hecho significativo de que los griegos no hicieron uso práctico de sus innumerables hallazgos”. Y siguiendo así la interpretación de Stylianos Harkianakis podríamos decir que Ratzinger y García-Trevijano fueron “aeì paídes”, esto es, griegos de espíritu.
En su entrega por un ideal el papa Benedicto XVI y Antonio García-Trevijano murieron realizados plenamente. Porque sólo la persona que se expone al fuego, que reconoce en sí una llamada, una vocación, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llega a realizarse.
Ni aquel papa ni nuestro amigo jamás mercadearon con la verdad por el consenso o la integración social de ellos mismos. Siempre resistieron triunfalmente que la armonía del grupo se convirtiese en tiranía amable contra la verdad. Quien deja de lado la cuestión de la verdad y la declara innecesaria, amputa al hombre, le quita el núcleo de su dignidad humana.
De su sucesor argentino tuvo una opinión pésima, “le olía” a párroco de pueblo con mal carácter –y eso que era jesuita–, consciente además de que nunca podría llegar a los tobillos a su predecesor. El estado actual de la teología es tal, que si fuéramos enemigos de la Iglesia Católica, lucharíamos a favor de la clase de religión en los colegios e institutos, ya que la aproximación de la Iglesia y su teología al mundo moderno se ha efectuado copiando lo peor de dicho mundo, lo que viene de la sociología, la psicología y la sexología.
Doctor en Filología Clásica
El verdadero paraíso para los rusos sería la Oblómovka, ese idílico sueño de Oblómov, tan maravillosamente descrito por Gonchárov, y que tan bien consigna los anhelos más profundos de un pueblo tierno y pacífico, que quiere vivir plácidamente, con alegría, despreocupado, siguiendo los eternos ciclos de la naturaleza, dejando que la vida fluya apacible como un río, un país mágico donde no existe el mal ni la inquietud, ni la tristeza, y en donde viven bellas muchachas, se come bien y nada cuesta la ropa. Un país así siempre gana las guerras, aunque muy despacio.
La mundivisión oficial de “lo políticamente correcto” se nos va imponiendo gracias a la policía de las costumbres y la policía del pensamiento que denunciase con penetrante inteligencia Trevijano. Gracias a un psoe podemizado España está viviendo una era victoriana en las costumbres. Volvemos a la dorada época de Sherlock Holmes, donde tanto nos excita la hipocresía y el sentido de la culpa. Pero como lo que no es lógico nunca llega a ser natural, se está imponiendo en nuestra sociedad de beatas irenes monteros una artificiosidad social que revela la mentira fundante de la nueva sociedad. Quizás esta nueva mundivisión casi universal nos pueda traer un nuevo arte y una nueva cultura. Pero tal vez sea aún un poco pronto para paladearlos.
Antonio García-Trevijano tenía una enorme admiración intelectual a la figura del gran Papa Benedicto XVI, y le llegó incluso a perturbar, hasta dolorosamente, su renuncia al Papado. Me llamó para preguntarme cuál era mi opinión sobre las posibles causas de su renuncia. A bote pronto yo le dije que como intelectual de raza, espíritu delicado y gran esteta, se sentía fracasado en sus inútiles intentos de culturización del clero y de reintroducción de la gran belleza litúrgica tradicional en la misa, con acompañamiento de órgano y tonos solemnes, que entonces –¡y hoy!– estaba asaltada con cánticos de guitarra chocarrera e infumable. También había dispuesto que al menos una vez a la semana se celebrase la Santa Misa en latín para aquellos parroquianos que aún conservaban el gusto por la lengua de la Iglesia. Ninguna de estas medidas de estética y cultura se había cumplido, y que por ello el Santo Padre había entendido que con esta “basca”, “él” ya no tenía nada que hacer y que había arrojado la toalla. La opinión del maestro Trevijano, en cambio, era diferente. Me dijo que la visita que recientemente había hecho al campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia, le había conmocionado tanto que su fina sensibilidad religiosa había entrado en crisis. La sordera y mudez de Dios ante el horror que sufrían los seres creados a imagen y semejanza suya lo bloquearon, y su decencia pastoral le obligó a dejar el más alto cargo de la Iglesia. Es difícil presenciar Auschwitz y pensar que en el hombre hay que buscar la justificación de Dios, si en Dios se busca la del hombre. La filosofía platónica y agustiniana había admitido, en su creacionismo, un plan (unas ideas) anterior a la realidad del mundo. Pero las ideas no existen ni antes, ni en, ni después de las cosas, sino “con” las cosas, y son engendradas únicamente en el acto de la vida y en la continua realización del mundo en el espíritu eterno. De todos modos yo recordaba algunas afirmaciones de Joseph Ratzinger de su Introducción al cristianismo: “Dios no aparece ni puede aparecer por mucho que se ensanche el campo visual. Dios es aquél que se queda esencialmente fuera de nuestro campo visual, por mucho que se extiendan los límites”.
De todos modo, algo muy grave ha tenido que ocurrir en el entorno del Papa para que se produzca este acontecimiento histórico.
Si bien Trevijano fue el primer pensador político español que contempló el ecologismo y el medio ambiente como una prioridad política en La alternativa democrática, tal como ya hemos visto en estas remembranzas, sin embargo, en sus últimos años criticó con dureza y visión profética aquellas éticas que desplazaban al hombre y a la humanidad del supremo objetivo político, y que injurian con sus delirios galácticos las viejas éticas antropocéntricas. En este sentido, y desde su ateísmo indeclinable, coincidió bastantes veces con la filosofía moral de Joseph Ratzinger. Tiene toda la lógica que los superdotados coincidan. En sus distintas esferas ambos representan referentes máximos de coherencia moral. Tanto la teología de Ratzinger como el pensamiento político de Trevijano se escriben en lenguajes performativos. Esto es, conjugar el verbo coincide con la acción del verbo, como “yo amo” o “yo represento”·.
El metropolita griego Stylianos Harkianakis recordaba que Platón, en el Timeo, hablaba del juicio irónico de un extranjero que afirmaba que los griegos son “aeì paídes”, niños siempre. Platón no veía en ese juicio un reproche, sino una alabanza de la manera de ser de los griegos: “Como quiera que sea, hay un hecho indiscutible: los griegos querían ser un pueblo de filósofos, y no de tecnócratas, es decir, eternos niños, que veían en el asombro la condición más elevada de la existencia. Sólo así puede explicarse el hecho significativo de que los griegos no hicieron uso práctico de sus innumerables hallazgos”. Y siguiendo así la interpretación de Stylianos Harkianakis podríamos decir que Ratzinger y García-Trevijano fueron “aeì paídes”, esto es, griegos de espíritu.
En su entrega por un ideal el papa Benedicto XVI y Antonio García-Trevijano murieron realizados plenamente. Porque sólo la persona que se expone al fuego, que reconoce en sí una llamada, una vocación, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llega a realizarse.
Ni aquel papa ni nuestro amigo jamás mercadearon con la verdad por el consenso o la integración social de ellos mismos. Siempre resistieron triunfalmente que la armonía del grupo se convirtiese en tiranía amable contra la verdad. Quien deja de lado la cuestión de la verdad y la declara innecesaria, amputa al hombre, le quita el núcleo de su dignidad humana.
De su sucesor argentino tuvo una opinión pésima, “le olía” a párroco de pueblo con mal carácter –y eso que era jesuita–, consciente además de que nunca podría llegar a los tobillos a su predecesor. El estado actual de la teología es tal, que si fuéramos enemigos de la Iglesia Católica, lucharíamos a favor de la clase de religión en los colegios e institutos, ya que la aproximación de la Iglesia y su teología al mundo moderno se ha efectuado copiando lo peor de dicho mundo, lo que viene de la sociología, la psicología y la sexología.