miércoles, 16 de diciembre de 2020

Ruido de sables


Vilallonga y Cabeza de Vaca en Patrimonio Nacional

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La desobediencia es el pecado capital para la religión comunista, ese fascismo del pobre, visto por Cabrera Infante, que lo padeció en el lomo.


    En España, país de miedos atávicos, dado que el comunismo no ha terminado de establecerse, la forma que tiene de obtener la obediencia ciega es el “ruido de sables”.


    Cuando un comunista habla de “ruido de sables”, algo está tejiendo, y no precisamente el jersey de lanas de Marcelino Camacho. Teje el miedo, no al comunismo, que ése desapareció, para desgracia de los partidarios de la libertad, con la caída del Muro, sino el miedo a perder la tranquilidad, esa “pasión depravada por la tranquilidad que hace de los gobernados los primeros enemigos de sus propios derechos”.


    –El hombre no ama la libertad –dice Bernhard con más razón que un santo–, todo lo demás es mentira, no sabe qué hacer con la libertad; apenas es libre, se dedica a abrir cómodas de vestidos y ropa blanca, a ordenar viejos papeles, busca fotografías, documentos, y anda sin sentido y lo llama paseo.


    El “paseo” es la contrapartida comunista del “ruido de sables”, invento setentero de Carrillo para justificar su traición a la causa de la Ruptura que había estado vendiendo en sus entrevistas con Oriana Fallaci y en sus pendoneos con Vilallonga y Cabeza de Vaca, un marqués que al pasear de Carrillo a Berlanga nos hacía la metáfora de España, ¡oh, capitán Benito Cereno!, y no supimos verlo.


    “Ruido de sables” y “ultraderecha”. ¿La matanza de la calle del Correo? “Obra de la ultraderecha”, sentencia Carrillo.


    Y ahí seguimos. “Ultraderecha”, ahora, es todo español culto que hable o escriba en español, y “ruido de sables”, las machiruladas cuarteleras de unos yayos que fusilarían a media España en un chat de Watsapp (¡Napoleón en Elba!) que han llevado a intervenir a la ministra de Defensa, que es como si hubiera intervenido el director de la Academia cuando nuestra Jane Austen de Becerril dijo que cada mañana “fusilaría” dos o tres voces que “le sacan de quicio”.


[Miércoles, 9 de Diciembre]