El Campesino
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La propiedad es un robo, dicen los anarquistas. Los comunistas piensan lo mismo, aunque creen que tiene arreglo: cambiarla de dueño.
Cuando los pobres quieren ser ricos y los ricos no quieren dejar de serlo bajo ningún concepto estamos en la lucha de clases, principio táctico para la conquista comunista del poder.
El portavoz de los comunistas madrileños justifica su atraco a un banco gallego en el 80 como lucha de clases en “un contexto franquista”, y critica a “quienes no movieron un dedo por traer la democracia”. Si este portavoz es de algún modo un pícaro, es un pícaro desinteresado.
–Sólo con el uno por ciento de lo que he robado, a estas horas estaría rascándome la tripa en la Costa Azul. Pero yo soy un idealista; un romántico, vamos. El primer buen golpe lo di en una gasolinera del Puente de los Franceses, a la salida de Madrid. Y con el dinero el Partido pagó las dietas a unos cuantos personajes en San Sebastián para el pacto que trajo la República. Y luego he atracado a más gente que Luis Candelas.
Son las confesiones de Valentín González, El Campesino, al diario “Pueblo” de Emilio Romero. “Un romántico, vamos”, porque ¿qué sería del comunismo sin el romanticismo?
No hablamos del amor romántico, que eso, al decir de Calvo de Cabra, sólo es “machismo encubierto”. Hablamos de sustituir las reglas utilitarias por las estéticas Veamos el ejemplo de Russell: la lombriz de tierra es útil, pero no es bella; el tigre es bello, pero no es útil. Un comunista científico hará el elogio de la lombriz, pero un comunista romántico preferirá hacer el del tigre.
Igual que Hermes, patrón de los bandoleros, no robó el ganado a Apolo para aprovecharse, el portavoz comunista no atracó un banco para enriquecerse, sino para democratizarnos. Texto y contexto. Todo texto, le dijo Barthes a Ullán, es un tejido enmarañado, una alusión a la hipótesis freudiana de que las mujeres aprendieron a tejer al cruzar los pelos del pubis para hacer con ellos un pene fetiche.
[Miércoles, 16 de Diciembre]