Kant
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Yo, a quien me pide opinión sobre la vacunación obligatoria, le contesto lo que el bombero de la Andanada del 9 en Las Ventas grita a los gordos del castoreño que no pican (no pican por no poner en evidencia al toro, que es un inválido de los que torean las figuras) en la suerte de varas:
–¡Hay que picar!
Hay más “vivaz espíritu jurídico” (lo que Albornoz atribuía al españolejo, por la herencia romana) en ese grito que en todos los folios del Supremo para justificar la mascarilla obligatoria.
Es verdad que la vacuna de “la Coviz” no es la de la viruela, contra la cual estuvieron los ingleses de Croydon, en Londres, y por supuesto el “todo Madrid”, cuyo vecindario, dice Camba, consideraba la vacuna como una tiranía, “y si se considera que la vacuna es la tiranía, no se está muy lejos de creer que la viruela sea la libertad”.
–La inoculación al hombre a través de la sustancia de un animal de inferior especie (¿qué tal un pangolín?), no puede ser considerada ni más ni menos que como la inoculación de la bestialidad –avisaba, puntual, el buen Kant, autor de cabecera de Pablemos, contra la vacuna jenneriana (de Edward Jenner, padre de la inmunología, que no llegó a doctor porque pasaba de examinarse de Latín ni de Griego).
En Inglaterra a algunos voluntarios de la vacuna de Pfizer, cuyos directivos hacen la cobra a Trump para echarse en brazos de Sleepy Joe, a quien no vemos con cuerpo para aguantar las tres varas reglamentarias, les ha salido pelo de Boris Johnson y han contraído una parálisis de Bell, pese a lo cual ya hay cola de políticos dispuestos a la demagogia de entrar al caballo públicamente para animar a la cabestrada a estrellarse democráticamente en los petos que facilite el Gobierno, que nos hará la carioca.
Había esperanzas en la vacuna rusa, pero Putin quiere matar con ella dos pájaros de un tiro, “la Coviz”… y el alcohol, pues después del varetazo no se podrá beber ni por tristeza, para aguantar el fracaso, ni por alegría, para animar el éxito.
[Viernes, 11 de Diciembre]