lunes, 8 de julio de 2019

Modos de ser. La inaceptable honradez de Carlos Arruza

Carlos Arruza


Ignacio Solares

Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, éste lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico —Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería—, sino por tener algo que hacer.

Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco.

Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió en seguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero. 

Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él.

Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen.

Recordemos que eran los años en que un torero podía llegar a tener tanta o más fama de la que hoy puede tener una estrella del futbol.

Y continuó Tello, contándole a Jacobo:

Cuando hubo una recepción para Frank Sinatra y Ava Gardner, ella lo abrazó y lo llenó de besos en las mejillas, ante las miradas furiosas de Sinatra.

El problema empezó —o terminó— cuando lo enviaron a un encuentro taurino-cultural hispanomexicano en Sevilla.

A su regreso, Carlos invitó a Jacobo a comer.

¿Cómo te fue? —le preguntó Jacobo.

Me corrieron —respondió Arruza, moviendo la cabeza de un lado a otro.

Parecía inconcebible.

¡Cómo que te corrieron! Habrá que hablarle al presidente enseguida…

Carlos puso una mano abierta en alto.

Bueno, no me corrieron. Yo renuncié. Ni siquiera le he avisado a Tello para darle las gracias por sus amabilidades, pero lo voy a hacer. Él no tuvo la culpa.

Y contó:

Para el viaje me dieron un montón de dólares en efectivo, dizque para gastos de representación, invitaciones, cenas, comidas, espectáculos… El director de administración me aclaró que no necesitaba traer de regreso ningún comprobante de los gastos, que dispusiera de ellos como mejor me pareciera. Nomás me hicieron firmar un papel de recibido y ya. El avión y el hotel estaban pagados… —Carlos parecía de veras afectado y mostraba las manos abiertas—. Pero ya te imaginas, en Sevilla, donde soy un verdadero ídolo, todo me lo pagaron. Hasta tuve que rechazar algunas invitaciones porque no me daba tiempo de atenderlas todas. Ni siquiera tuve que tomar un taxi. Total, que regresé y así como me lo dieron regresé el fajo de dólares. El director de administración abrió unos ojos como no te puedes imaginar. Me explicó que no podía hacer eso, que crearía un pésimo antecedente. Trataba de regresarme el dinero, y yo otra vez a dárselo. Me puse furioso, ya conoces mi carácter.

¡Ese dinero es del gobierno y no voy a disponer de él! ¡Punto! Y si dice que voy a crear un mal antecedente, mejor me voy. Trató de alcanzarme, pero creo que hasta un empujón le di… Y no he vuelto a la Secretaría, ni pienso volver. Ese tipo de trabajos no son para mí. No estoy acostumbrado. Yo me he ganado todo lo que tengo jugándome la vida y no voy a cambiar.

¿Y qué vas a hacer?

Ya estoy empezando a entrenar. Voy a regresar a los toros.

En efecto, en marzo de 1951, reapareció en una corrida que se celebró en Jerez de la Frontera, España.
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Vía Ricardo Bada