sábado, 20 de julio de 2019

Lunares


Margaret Hamilton

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Mis dos grandes lunares televisivos son el entierro de Kennedy, que me volvió “apocalíptico”, y la pisada de Armstrong, que me volvió “integrado”.
Kennedy había metido como morcilla en un discurso la promesa de llevar en el plazo de una década a un hombre a la Luna, y los americanos, que son como niños, no pensaron en otra cosa hasta que lo lograron. Y entonces ¿qué?
Del entierro de Kennedy recuerdo el miedo a la guerra: me llevaron a verlo vestido de oveja de cinco años (¡pacifismo!) a casa de una vecina donde había un tonto que, en vez de mirar al televisor (¡qué pena de Carolina y de John John!), miraba a la ventana para ver caer las bombas que, como murciélagos, vendrían de Cuba.

¿Por qué los murciélagos no van volando hacia la Luna, teniendo en cuenta lo malo que es el alumbrado del campo? –se preguntaba no sé dónde Mónica Fernández-Aceytuno.
Y de la pisada de Armstrong recuerdo la desilusión (¡la desilusión de cuando los Reyes son los padres!), y también el miedo, pero el de Collins, o así nos lo figurábamos, dando vueltas, solo, al otro lado de la Luna (“la cara oculta”, decían los antenistas de Robledo de Chavela), como el salteador que aguarda con el coche en marcha en la trasera del Banco asaltado por sus compinches.

Anda, que menudo atraco (¡un saco de piedras!), la Luna.

La Luna es el ejemplo de lo que le va a pasar a la Tierra –tenía escrito Russell; se va a convertir en algo muerto, frío y sin vida.
La pisada de Armstrong mató la “Cierva blanca” de los poetas. Ahora los astronautas matan por ser ministros y la lírica selenita se reduce al “humor negro” de la tuitera Cassandra. Un portero de fútbol, Casillas, y una diputada socialista, Ros, sostienen que el alunizaje fue un cuento de Hollywood. Mientras, el “Post” de Bezos y el “Times” de Slim, que no han oído hablar de Margaret Hamilton, rematan el aniversario con una condena redonda: el programa Apolo (la cultura que nos llevó a la Luna) fue cosa de hombres blancos y para hombres blancos. Una machirulada supremacista que debemos expiar.

La luna por montera