martes, 9 de julio de 2019

Clarín

Clarín


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Lo que el Carnaval fue a la Religión es el Orgullo a la Libertad: una caricatura. ¿A qué, pues, tantos ayes con el discurso-Gettysburg de Marlaska, el jurisperito que en el apellido (tuneo de la “c” latina con la “k” griega, esa conquista de la subversión “okupa”) ya luce su vocación de hacer de su kappa un sayo?

Vivimos donde la confusión hizo su obra maestra. Donde el Supremo legisla, el Congreso juzga, La Moncloa elige (compone las listas) diputados y jueces… y nos llevamos las manos a la cabeza porque un ministro de la policía suelta ante la multitud cuatro muletillas nemotécnicas de cuando estudiaba oposiciones a funcionario.
Como ministro vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar… ¡La concausa de la causa es causa del mal causado!
Uno ahí sólo ve a un español del montón tratando de hacer carrera en un Sistema que calcina al discrepante. ¿La libertad? ¿Libertad en España? ¿En Europa? ¿La libertad como “el derecho de todo hombre a ser honrado”, que dijera Martí (“el amigo de Fidel Castro”, en palabras de Vanessa Redgrave)? ¿Ha probado alguien a ser honrado en la cultura contemporánea? ¿Y estaba obligado a serlo el ministro de la policía?
Para Hegel –explicó divinamente Bertrand Russell el marlaskismo–, y hasta aquí podemos coincidir, no hay libertad sin ley; pero él lo convierte en que, donde hay ley, hay libertad, con lo que libertad, para él, no es más que el derecho a obedecer a la policía.
Marlaska justificó el trato en el Orgullo a las mujeres de C’s como justifica Macron el trato en las rotondas a los chalecos amarillos, pero el ministro sólo es un “mandao”. En el cuento del gallo de Esculapio de Clarín, Marlaska sería Critón: cuando los discípulos del maestro van a cumplir el encargo, el animal les recuerda que en Sócrates todo es ironía, pero Critón pega una pedrada al gallo, que cae cantando:

–¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino. Hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.