Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Pedro Sánchez es el Pedro Páramo, con su mezcolanza de voces y muertos (Franco, Azaña), de la Comala (¡un lugar inánime!) moral y cultural que es esta España oficial que vive de la real y que ganará las votaciones, que son las suyas.
Pedro Páramo es cosa de Juan Rulfo, hombre menudo que podría ilustrar en dos anécdotas la azarosa distinción schmittiana de lo político, que es la distinción de “amigo”, Freund, y “enemigo”, Freind.
La primera con José Luis Cuevas, el de La Giganta, en el aeropuerto de México, en los primeros 60, camino de Yucatán, pues se celebraba un encuentro de intelectuales americanos donde iba a gestarse la idea del “boom”. Cuevas llega al aeropuerto y entonces ve a un hombre, ¿verdad?, de pequeña estatura, muy magro, que se acerca y le dice: “Te voy a ayudar a llevar tu equipaje. Toma mi maleta, que es más pequeña”. Cuevas le dice: “Pero señor, por favor, ¿cómo va usted a hacer eso?” Pero él es enérgico: “Ten”. Y le da la maleta, al tiempo que toma su equipaje y avanza... Cuevas corre detrás de ese personaje al que no conoce. Los dos van a Yucatán. Ya en el avión, le pregunta: “¿Pues y usted qué es?” Y él le responde: “Yo escribía. Soy Juan Rulfo.”
–Me quedé muy sorprendido. A partir de entonces, fuimos amigos inseparables.
Otra vez, el domingo 6 de junio del 82, estaba Rulfo en Berlín tomando whisky con Ricardo Bada en un rincón del bar del hotel cuando lo encontraron los periodistas y lo asaltaron con preguntas que Rulfo respondía, al decir de Bada, con suma educación y creciente cansancio, hasta que de repente, a una nueva pregunta, “replicó con una calma total y sin faltarle un ápice a la educación”:
–Ustedes ¿por qué no aprenden de su compañero [señaló a Bada con la mirada], a quien le negué una entrevista y a cambio de eso nos hicimos amigos?
España saldrá del apuro moral cuando tenga el valor de admitir ante el espejo que la grande estrella de su vida literaria es Pedro Sánchez, un Pedro Páramo hecho en los chinos.