Unamuno en 1883
PRESENTACIÓN DE JEAN JUAN PALETTE-CAZAJUS
Bajo este título apareció, el 25 de diciembre de 1905, en el número 66 de la revista “Nuestro Tiempo”, un largo artículo de Miguel de Unamuno (1864-1936) dedicado -¡ya!- al quebradero de cabeza de los problemas periféricos y centrífugos de España. Hace tiempo que me asediaba el deseo de ofrecer este enjundioso texto a la opinión del lector. Creo que nadie puede leerlo sin sentirse interpelado -más en el meollo de su sentir que en el puro raciocinio ya que ahí es donde hiere el particular genio unamuniano- por el doloroso y exigente discurso del autor de «En torno al casticismo». La España de 1905 nada tiene que ver, afortunadamente, con la de ahora, pero creo que nadie sale ileso de esta lectura y pocos se librarán de la tentación del tópico: nada es igual y sin embargo todo sigue igual.
El texto puede resultar un tanto desaliñado, y la frase se hace en ocasiones algo cansina y cabreante. Más de una vez hay que ir demorando la lectura. Toménselo a ratos con calma. Apabullaba el número de cuartillas despachadas diariamente por el rector de la Universidad de Salamanca, incluidas las que correspondían a su “epistolomanía” como él mismo la calificaba. Unamuno escribía con prisas, mayormente en el caso de este artículo urgido por la actualidad y el afán polémico. Se nota casi el resuello cabreado de la pluma que corre por el papel.
Es también el estilo de una época y más particularmente de un hombre, más determinado por la dimensión perceptiva de la realidad que por su conceptualización. Entre la fecha de redacción del artículo y nosotros media prácticamente todo el período de construcción del corpus de las ciencias políticas y humanas. Hoy disponemos de conceptos breves, teóricos, sintéticos para hablar de casi lo mismo. De modo que todos somos “constructivistas” involuntarios y nuestra cultura conceptual inventa finalmente la realidad y la determina en mayor medida de cómo cree estarla reflejando. De allí la mayor prolijidad del texto de Unamuno, pero también su hálito de cálida “carnalidad”, una proximidad afectiva cuyos modos de expresión a nosotros se nos han escapado definitivamente.
Intentaremos acompañar en cada entrega la comprensión del texto de Unamuno y aportar los mínimos comentarios útiles. Hoy el prólogo se dilata necesariamente por la necesidad de contextualizar el artículo que vamos a ofrecer. De modo que, excepcionalmente, le estamos usurpando parte del espacio al escrito unamuniano.
«La Crisis Actual del Patriotismo Español» llegó al público lector un mes exactamente después de los acontecimientos del «¡Cu-cut». «¡Cu-cut!» era una revista satírica catalanista que había publicado una viñeta humorística considerada injuriosa por los militares [ver nota]. El 25 de noviembre de 1905, al grito de ¡Viva España! una manada de entre 200 y 400 oficiales según fuentes, saquearon e incendiaron los locales de la revista. Ya metidos en harina, hicieron lo mismo con las oficinas del diario «La Veu de Catalunya». De paso unos cuantos viandantes cobraron su buena tunda de sablazos. La conmoción fue enorme en la sociedad catalana y si bien es cierto que el gobierno liberal presidido por Eugenio Montero Ríos intentó, con bastante tibieza, restablecer la autoridad civil sobre los militares, sus esfuerzos fueron torpedeados por el apoyo indisimulado del joven Rey al estamento castrense.
De modo que, por primera vez, todas las tendencias catalanistas, aliadas con los republicanos federalistas y los mismos carlistas (leeréis la interesante reflexión de Unamuno sobre los de la cresta roja) concurrieron juntas a las elecciones generales de 1907 en el seno de la llamada « Solidaritat Catalana». Ésta vencería de manera arrolladora, consiguiendo 41 diputados de los 44 en juego en las provincias catalanas. Los hechos del «¡Cu-cut!» -tan desconocidos y olvidados- marcan el momento en que la «cuestión catalana» se convierte definitivamente en la ponzoña fundamental de la política española.
No estará de más recordar, muy de pasada, la trágica situación social de la época. 1905 es también el año en que se publicará en el diario «El Imparcial», dirigido por José Ortega Munilla, padre de José Ortega y Gasset, el reportaje de Azorín, titulado «La Andalucía trágica» sobre la terrible situación del proletariado agrario.
Pero otra consecuencia gravísima del asalto a «Cu-cut», fue el voto por las Cortes, en 1906, de la «Ley para la Represión de los Delitos contra la Patria y el Ejército» (la famosa "Ley de jurisdicciones”) que confiaba la exclusiva competencia en este campo a los tribunales militares. De algún modo puede considerarse que, a partir de entonces, la vida política española iba a quedar, en el mejor de los casos tutelada, cuando no directamente controlada por los militares, ello ininterrumpidamente hasta el final del franquismo, si exceptuamos el breve “episodio” republicano. Esta primera entrega del artículo de Unamuno reflexiona sobre la pretensión al monopolio del patriotismo por aquello que el indómito pensador vascuence llama “la infalibilidad del sable”]:
Cu-Cut (1905). El dibujo de los líos
LA CRISIS ACTUAL DEL PATRIOTISMO ESPAÑOL
MIGUEL DE UNAMUNO
El motín de parte de la oficialidad de guarnición en Barcelona provocó en nuestra prensa de cobardía y de mentira un estallido de antipatriótica patriotería, que no ha sido, en su fondo, sino un acto de adulación al incipiente dogma de la infalibilidad del sable.
Si
la guarnición de Barcelona, toda ella, hubiera adoptado una actitud
francamente revolucionaria; si, armados de todas armas y como en los
antiguos y famosos pronunciamientos, hubieran amenazado con ocupar
militarmente a Barcelona, y gobernarla ellos si el Gobierno no la
gobernaba como creen que debe ser gobernada, en tal caso la protesta
habría sido genuinamente militar; pero tal como se ha llevado a cabo,
aunque ejecutada por militares, no ha sido protesta militar, sino
meramente un motín de oficiales.
Es
fundamento de las sociedades civilizadas que nadie tiene derecho a
tomarse la justica por su mano, y menos que otros cualesquiera aquellos a
quienes se supone encargados de hacer cumplir, en última instancia, por
la fuerza, los fallos de la llamada justicia. El sable, o se saca para
dar con él de filo, o se le tiene envainado. Para lo que no debe nunca
desenvainarse es para dar con él de plano. De todos modos, es uno de los
más tristes síntomas de la anarquía que parece estar devorando a
España, de esta anarquía desde arriba —y desde muy arriba— á que parece
ha venido a parar aquella revolución, también desde arriba, que, como
necesaria, proclamaba Maura.
Incendio de la Redacción del Cu-cut
Conviene ponerse en guardia, desde luego, contra la especie de que los
militares sientan el patriotismo más vivamente que los demás ciudadanos,
lo cual es tan falso como suponer que los sacerdotes sean más
religiosos que los demás hombres, o que los profesores tengamos más amor
a la cultura que los que no lo son. Hay que reaccionar contra la
tendencia de que eso que se llama la religión del patriotismo asuma
formas militares. La cuestión de las formas de gobierno, y si es
preferible la Monarquía, o la República, es una cuestión casi
escolástica y que no tiene sentido fuera de lugar y tiempo determinados.
Una y otra forma, tienen, como enseñaba muy sabiamente Pero Grullo,
sus ventajas y sus inconvenientes; pero entre los inconvenientes de la
Monarquía es uno de los mayores el de que el Jefe del Estado propenda a
aparecer ante los súbditos, y a sentirse él en sí mismo, no ya como el
primer ciudadano, puesto sobre todas las diferencias de clases,
condiciones y profesiones, mas ni aún como el Sumo Sacerdote —cual
sucedía en la antigüedad— ni como el primer magistrado, sino como el
jefe del Ejército. Aparece más como militar que como paisano, y su
pueblo se compone más de paisanos que de militares; pertenece a una
casta, en vez de estar sobre ellas. Su educación predominante, si es que
no en el fondo exclusivamente militar, le hace un Soberano poco apto
para el estado de paz, que debe ser el estado normal de las sociedades
cultas. Civilización se deriva de civil, y el lenguaje encierra muy
hondas enseñanzas.
El Rey en 1905
Otras
muchas falacias pueden citarse al respecto, y entre ellas lo de
reservar la frase de «dio su vida por la patria» para aquel a quien se
la arrebataron violentamente mientras sostenía, con las armas en la
mano, el partido que el Gobierno de su patria le mandó sostener, como si
no diera también su vida por la patria aquél que la consume día a día
en servicio de su cultura y su prosperidad. Si el sentimiento patriótico
ha de sostenerse y perdurar teniendo por base capital la forma
militarista de él, hay que confesar que al sentimiento patriótico le
quedan ya pocas raíces en España y que acabará por borrarse.
Acaso
en el fondo del choque habido en Barcelona no hay sino dos maneras de
concebir, y más que de concebir de sentir la patria, y es una
precipitación de juicio, y no otra cosa, el afirmar, desde luego, que
los unos representaban el patriotismo, y el antipatriotismo español, los
otros.
Cartel de Solidaritat catalana
Así como los teólogos acostumbran decir que niega un misterio quien
niega la explicación que ellos dan del tal misterio, así es muy
frecuente que en todos los órdenes, pues en todos domina aquí la
especial manera de discurrir que llamaré teológica, se afirme que niega
un hecho, un sentimiento o una idea el que niega la base que a ese
hecho, sentimiento o idea le presta quien tal afirmación hace. El que
para explicarse el orden moral necesita, o cree necesitar, recurrir a la
doctrina del libre albedrío, acusa a quien niega que tal libre albedrío
exista que quita todo fundamento al orden moral y suprime, por lo
tanto, el orden moral mismo. Y así, tal vez ocurre que a quienes buscan
asentar el sentimiento de la patria española sobre otras bases que las
proclamadas por tradición, se les acusa de negar esa patria.
Se
dirá que en ciertas regiones de España hay personas —muchas más de lo
que se cree— que en su fuero interno reniegan de ser españoles. Yo
conozco a muchos que se encuentran en este caso. Pero sostengo que esos
mismos, mientras creen renegar de ser españoles, reniegan, en realidad,
de muy otra cosa, y añado que es en tales espíritus en los que están
cuajando las más fuertes raíces del futuro patriotismo español, sin que
ellos se percaten de semejante cosa.
Y que tal creencia no es en mí sino ya antigua, espero haber de probarlo con citas de escritos míos, y muy en especial con palabras del discurso que leí en Bilbao, mi pueblo, en Agosto de 1901:
Con Ignacio Zuloaga en el Retiro