Numeración de la plantilla
Una de tantas
Francisco Javier Gómez Fernández
Hasta hace apenas una semana, pensaba yo que la búsqueda de augurios (des)favorables en los momentos previos a la batalla eran remanentes indeseables de un tiempo en que las tardes de los sábados en algún pabellón cordobés decidían el ánimo de la semana.
Si ese “adivino” Prólix, que tan cerca estuvo de conseguir lo que las legiones romanas no lograron con la aldea de Astérix, hubiera sido solicitado para auspiciar la tarde del sábado de las Candelas, habría huido despavorido ante tanto Grim aparente en los posos del café. Empezó la faena la ministra saliente, cuya penúltima firma del montón fue convocar el desastre. La siguiente, la última, su dimisión.
No obstante, el opositor MIR, obcecado con anteojeras y ajeno a la realidad mundana, siguió el camino marcado por la academia de turno hasta la siguiente presencia rapeliana. A tres días del día fechado, una señora distinta a la que nos había convocado nos conminó a estar tranquilos. Suponemos que era a eso:
-Tranquilidad y concentración, que el examen va a ser a tumba abierta.
A tumba abierta. Las nuevas estrategias de ¿comunicación? son inescrutables. En tuiter ya se comentaba que, puesto que llevábamos la linterna por si se iba la luz (vestigios de las leyendas de la Córdoba del 84), nos porteáramos el piolet por si había que ponerse el traje de sepulturero. Servidor, que no sabe de gatos negros pero sí de ansiedades varias, con su camisa de cuadros de Oklahoma. Que nunca se sabe con esta gente.
Total, que allí estaba la hidra: sus preguntas, sus imágenes…y su plantilla. Ay, la plantilla. Chirigota “Los Impresores”. Dos preguntas 190, dos preguntas 205. Ninguna 207. Pánico. 15 minutos más de examen. Todo esto, a 15.000 personas que se juegan el futuro y un año del pasado. ¿Cuántas? Más. Que tampoco revisaron las del resto de exámenes de formación (enfermería, biología…)
Y no es que el examen MIR se presuponga como el fin maratoniano -cinco horas en el BOE, y un cuarto de propina incompetente- de la primera guerra ejercida en materia Médica, pero sí al menos se le pronostica una labor de justicia discriminativa. Cómo discrimina la teoría del queso Gruyère, la enfermedad de algo parecido a Fukushima, o la recomendación de que Silvano a sus 88 apoye la causa anfetamínica aún está por ver.
A lo mejor es que tanto cantor agorero, lo único que significa es que nadie está al timón de un barco que requiere un capitán, y no tanto grumete con ínfulas baratarias.
O a lo mejor yo no me he enterado. O a lo mejor nadie se ha explicado.