Hughes
Abc
Estos días se lee bastante lo del voto útil. Hay gente que lo pide para el PSOE en la izquierda y gente en la derecha que, sin decirlo, lo pide para el PP. Esto del voto útil ya me hace añorar a Vizcaíno Casas, una novela suya que se convirtiera en película con Juanito Navarro, Pajares y los demás. Porque el nivel roza lo cómico. “El voto útil”. ¡No hija no! Lo primero en lo que pienso es en la utilidad. Útil ¿para quién? Para algunos ha venido siendo utilísimo, no cabe ninguna duda. Eso es lo primero que deberían precisar, la utilidad, porque no está tan claro.
En la derecha salen voces que explican que votando a Vox los votos se perderán porque no se convertirán en escaño. La aritmética hará que votando a la derecha salga la izquierda. ¡Pues vaya aritmética! Recuerdo cuando se presentó el partido de Mendiluce, que fue boicoteado por santones de la izquierda en la misma presentación. En la derecha es más civilizado esto, y funciona como una gota malaya que no va a por el partido (o no va a su acto de presentación blandiendo la pureza de la Causa) sino a las sienes del votante con un masaje pre-electoral.
Estas voces al final funcionan como un refuerzo adicional del sistema electoral. Que el votante lo interiorice, lo haga suyo. Refuerzan los estragos de la proporcionalidad, los estragos del D’Hondt y son además grandes nostálgicos del bipartidismo. Roto el bipartidismo, lo quieren recomponer. Esto restringe más la pluralidad y el reflejo de opciones minoritarias. Sus análisis se basan en unos supuestos cuestionables en los que no entraré en este blog, pero sobre todo se basan en una visión muy extraña de la democracia. Para empezar, llena de miedo. O sea, se da por hecho de inicio que uno no va a ser representado si vota a un partido determinado. Pero ellos, en lugar de plantearse la naturaleza del sistema que permite esta disfunción, le dicen al votante (por su bien) que cambie el voto. No lo corrigen, lo refuerzan.
El efecto de estos partidarios del voto útil (último uh uh uh de miedo) es reforzar el sentido del sistema proporcional en una concentración del voto aún mayor. Esto convierte al votante en preso definitivo del sistema electoral. No de un modo inconsciente, sino ya de forma plenamente voluntaria, interiorizada, somatizada en un voto que ya no sea voto, sino renovación del voto. Ni votar lo deseado podrá. ¿Qué nombre tiene esto? “Vote lo que usted quiera en el bar, haga populismos allí, pero cuando llegue lo serio, ¡vote útil!” Es como si dijeran: mire, no se esfuerce, como este sistema no refleja del todo la pluralidad de corrientes, vote a los que ya están para que sigan estando.
Es decir, con esto nos resignamos ya por completo a que el voto no aspire a representar, solo que sirva para nutrir a los que ya están.
A la rebeldía del voto “inútil” (que sólo será útil cuando ellos lo anuncien) le llaman votar con pasión, con sentimientos. Pero así se vive, se piensa y se vota. La emoción es razón. Pensamos porque sentimos. Yo no me entero de que algo existe hasta que no lo siento (claro que yo soy un populista confeso). Las decisiones económicas se toman con sentimientos, también las políticas. Racionales por completo no son ya ni los robots.