Hughes
Pura Golosina Deportiva
La gente no sólo creía en la remontada. Distinguía entre tipos. "¿Quieres que el primer gol llegue al principio o más cerca del descanso?". De lejos y de cerca venían a la remontada, palabra española que se internacionaliza como guerrilla o liberal.
La remontada es un producto de la irregularidad, o más bien del desequilibrio. Cuanto peor, mejor o: si fuéramos una máquina perfecta, ¿nos divertiríamos así?
Otra manera de verlo es que el fútbol es tan malo en sí mismo que necesitamos algo más, la emoción del todo o nada. La remontada es nuestro jalapeño, nuestro picantito, nuestra salsa siracha...
En esta última semana se añadió, no sabemos con qué origen, la nota del "manicomio". Hay una tontería festivalera alrededor. Falta que hagan pulseritas.
Ancelotti anunciaba a Lucas. Sus opciones en el once, sin Ceballos a tope, se reducen a Lucas o Modric. Ese ha sido el balancín de su año.
El Arsenal salía al césped y los jugadores decían "nothing to fear". Es lo que tiene el inglés, que cualquier cosa suena a eslogan de Nike...
Odegaard ponía cara de ex (pero sigue sin salirle la barba).
La defensa del Madrid: Lucas, Asencio, Rudiger y Alaba. Como cruzarse España con los neumáticos parcheados. Tenían algo de plantel maltrecho, de reunión imposible. Era defensa de acabar la remontada más que de empezarla.
Había mucho ambiente aunque el minuto de silencio cortó el rollo. En los 80 no ser moría tanto la gente. Homenaje a Beenhakker y Vargas Llosa. Algún enemigo de los libros pensara quizás que Vargas era un delantero de los años 60. Bien el Madrid yendo a todo, pero... ¿no era un poco hacer de menos a don Leo?
Beenhakker tampoco es que fuera el madridista más afortunado con la Copa de Europa y la música de duelo fijaba su sic transit en el rostro humanísimo y reblandecido de Ancelotti...
El Madrid empezó con anfetaminas cuando tocaban cervecitas preparatorias, con lo que ha sido su fútbol este año: carreras solitarias de Vinicius o Mbappé, a menudo estorbándose. Inútiles en ataque y tan rápidas que partían al equipo. Por mucho celo que tuvieran, los defensas del Madrid no podían seguir a sus delanteros. No era un problema de "balance defensivo" sino ofensivo.
A Alaba le sacaron muy pronto una amarilla, a la primera. Quedaba marcado el tono arbitral, el mírame y no me toques. No se puede culpar al árbitro de nada, pero era un arbitraje malo para una noche de revolución.
El Arsenal tenía sus tres medios, el lateral-interior Lewis y Merino de falso 9 y el Madrid tenía a Valverde, Tchouameni y Bellingham. Cinco contra tres.
El Arsenal se iba siempre donde Saka, que chutó pronto a Courtois.
Tras el desfogue inicial y la parafernalia, ¿dónde estaba el juego del Madrid?
El arbitraje era de un intervencionismo meticuloso. Poco europeo. A los diez minutos, en un córner, le pitaron a Asencio un penalti absurdo. La pelota en el primer palo y él, en otro lugar del área, agarrando a un inglés como alguien agarraría a la novia que se le va en un enfado: ciñendo su talle sin convicción (condeno la violencia en cualquiera de sus formas contra la mujer, incluso si no fuera mujer biológica). Imprudente Asencio, pero penalti ridículo que Courtois le detuvo a Saka, en sobradete panenka.
Courtois la paró como cuando se nos cae la sal y reaccionamos, pero en su caso él también se caía. Su mano era una mano de hombre que se ahoga. Era un "socorro".
Seguíamos desempaquetando al Madrid, a ver qué había, en qué consistía y una voz de la narración dijo "Yo creo que en esa acción Vinicius se ha equivocado". Frase curiosa. Pasmosa si se piensa. En España la crítica la ha recibido el extremo izquierdo.
El Madrid se ordena desde ahí, desde ese jugador corriendo la banda, para bien o para mal, y algo así se intentó en algún momento. Era mejor llegar poco que llegar. El fútbol era nervioso, sin el ansiolítico del mediocampo, del toque, de la ocultación. Todo era zafarrancho y robar, pero a la pobre organización para el pressing del Madrid se unía la dificultad de que el árbitro lo pitara todo, el más mínimo roce. Parecía la estricta directora de un baile de instituto antiguo. No es que fuera malo el árbitro, es que de verdad había algo tecnológico, como si redujera a los propios futbolistas a una impotencia de videojuego, encarcelados ellos también en un algoritmo. El pinganillo introduce una inquietante nota de Black Mirror.
Rodrygo colgaba un balón, Saliba se comía a Mbappé... el Madrid lo intentaba, corrían, pero eran como los pececillos esos que echan para comerse las callosidades de los pies.
En el 22 se pitó un penalti a favor del Madrid. Rice agarraba a Mbappé, que con calidad actoral se desmayaba. Había talento y oportunidad porque en el origen los brazos de Rice sí rodeaban, aunque poco, ceñían como en el ensayo de un beso operístico,
El árbitro picó o pitó, pero le llamaron del VAR y estuvo minutos escuchando las impresiones hasta que le convencieron para ir al monitor. Ya sólo les faltaba bajar (cosa que no es descartable que veamos).
Se le hizo al gol un repaso como si fueran caseros chequeando a un posible inquilino. Se le miró a la jugada detrás de las orejas.
Arteta protestaba en la banda. Es Ted Bundy, toda la cara de Ted Bundy.
En el entrañable Carletto la ceja iba siendo sustituida por el belfo...
El árbitro anuló el penalti. Quizás fue la interrupción más larga del juego desde la portería del Borussia. El árbitro despitó.
Al volver ya había pasado media hora. El tiempo presupuestado para cada gol de la remontada. El Madrid se puso más nervioso.
Había balones colgados, tiros lejanísimos de Mbappé, obcecado en tener que hacer... ningún fútbol.
Rodrygo volvió a realizar esa jugada irritante que consiste en avanzar en diagonal sin regatear hasta comerse el espacio entero. El suyo y el de sus compañeros. Es como si los empujara al fondo del área, al final del autobús.
Lo único bueno es que el Arsenal no amenazaba. Ese miedo se disipaba un rato. Así que el Madrid se volcó en atacar, sin engaño, sin merodeo, sin indirectas, sin escalonamientos (todo lo que se puede asociar al mediocampismo); un ataque directo, frontal, como de indios sin sabiduría, cuando ya se saben extinguidos y se lanzan por honor cheroqui tumba abierta.
Presión y balones colgados para ninguna cabeza, pues no la tienen. De ahí se sacaron en claro varios córners, sin más resultado. Había algo meritorio en el empuje, en las ganas, pero hasta ese colgar balones era formulario, poco convencido. Había brívido robador, pero se traducía en balones a los que Rodrygo transmitía toda su indostánica indolencia. Ver, ver, veíamos a Lucas, todo el rato. El Madrid era una galaxia muriente pero de Beckam hacía Lucas Vázquez.
Al descanso, salpimentado por un enganche de Carvajal con Saka (si nosotros viendo a Lucas sentimos lo que sentimos, ¿qué sentirá Carvajal?), cualquier aficionado entendía que faltaba un medio, alguien donde Rodrygo, y acabar, cual caballo, con el sufrimiento de Alaba, encargado de Saka y con amarilla.
Esto lo pensaba cualquiera, por eso hubo hasta belleza en la reacción de Ancelotti, que fue la inacción.
Volvieron al césped los mismos once cabrones de siempre. Toshack se colaba en el recuerdo a Beenhakker.
Al Madrid, tras el descanso, le caía una luz que lo hacía más lastimoso. Mbappé intentaba las de Butragueño: me detengo, arranco y que sea lo que Dios quiera. Y peor era la salida de la pelota. La proeza de meter tres goles exigía la proeza aun mayor de pasar de mediocampo.
Ahí llevaba Ancelotti la penitencia: su Madrid era una cosa penosa desnuda ante el mundo entero.
La ansiedad ya se comía al Madrid, que necesita futbolistas acabados en pam.
Lucas llegó a chutar desde la zona del campo donde partía Zidane (donde, por tanto, no chutaba Zidane) y Valverde intentó la de Weah, irse de área a área, ser box to box literal y definitivo porque ¿a quién dársela? ¿en quién confiar?
Era escandalosa la debilidad del Madrid y en parte también el arbitraje, que en cierto modo lo maniataba. Se pitó todo, matando cualquier posibilidad de azar.
Cualquier persona sin Copas de Europa hubiera hecho los cambios en el descanso, pero Ancelotti esperó... al minuto 60, cuando dice el convenio de gestor de egos. Se fueron Alaba, Lucas y Rodrygo.
El año entero se habría dado por bien empleado si Ancelotti hubiese llegado a esa conclusión una hora antes.
Aunque tampoco serviría de mucho. El desequilibrio es anterior, de concepto.
Ceballos podía "dialogar" si acaso un poquito más con Bellingham, darle un poco de vida a su fragilísimo candil, pero poco más. El queso estaba agujereadísimo y en el 65 llegó el 0-1: balón largo que peina Merino, en falso nueve, Asencio rompe el fuera de juego, y le vuelve al faux neuf que ante Asencio, en Babia, asiste a Saka para que eleve sobre Courtois con gran piececito.
Un golazo. Asencio es rapidísimo, pero participa en numerosos destrozos y tiene una gestualidad que ni Cannavaro y Ramos juntos... Con todo, ha sido una de las pocas alegría del año.
Inmediatamente empató el Madrid. Vinicius, quién si no. Robó en un fallo del Arsenal y marcó a puerta vacía.
Minuto 60 y el locutor Martínez retomaba lo de "la semilla de la locura...".
El comentario del locutor, a un nivel más profundo y maniaco (en el que nos movemos) era desactivador, desinvocador, gafante.
Todo esto de las remontadas se ha ido de madre. Explotación mediática a costa del psiquismo del club. Reedición de tictac. Verbena de la Paloma donde el ridículo lo pone la entidad.
Esa de Vinicius fue la última que pudo robar, pues el árbitro lo pitó todo. Incluso detuvo el partido para explicarle a Odegaard muy seriamente que no perdieran más tiempo, que ya se bastaba él.
La presión del Madrid no era sobre la salida de la pelota sino tras haber salido, e iban los delanteros intentando robar por detrás como Camavingas. Así se lesionó Mbappé, metiendo el pie, para que no digan.
Se iba cojo y fracasado. Se le hará culpable. El culpable no es Mbappé sino el fichaje de Mbappé. Cuando íbamos por el Tercer Florentinismo preguntando cómo sería eso, si habría estadio para tanta Copa de Europa, volvió el Primero.
El realizador se puso sádico y comenzamos a ver caras de aficionados madridistas (tuvimos que enfrentarnos a lo que somos).
Ni una del palco, por cierto.
Tras los cambios, el Madrid era mejor equipo en el campo. Habían salido los pocos medios que hay, Modric para un ratito y hasta Brahim. Los jugadores estaban más o menos en su sitio.
En el minuto 86 (1-4 en el global), el narrador Martínez aun hablaba de un posible "milagro".
Aunque era la honrilla lo que estaba en juego.
Minuto 88 y Martínez seguía con la mística, la leyenda y el todo es posible en Granada.
El Madrid moría por Vinicius, por dónde si no.
Pero tampoco había fútbol para sostener la honrilla y el Arsenal marcó en el 92. Martinelli cruzó el campo a una velocidad distinta, como un meteorito. Si lo fuera, la NASA o Elon Musk habrían avisado, alguien lo hubiera interceptado, pero en el Bernabéu llegó hasta el final y marcó gol.
"No fructificó la semilla de la locura", sentenciaba el locutor Martínez.
Minuto 92. Aun quedaba tiempo de descuento para quizás tres goles. Pero Arteta, con sus ojos de haber troceado a algunas personas, agotó los cambios para comerse también el descuento. Fin, por tanto.
En el estadio ultramoderno no sonó ya el viejo himno. Lo que servía de mítico contraste, de parangón para la ira o la simple nostalgia ya no está. Es ya un bucle de florentinismo.




