miércoles, 10 de abril de 2024

Los orígenes del movimiento Woke


Richard Nixon


David Román


Varios libros de calidad han sido publicados en fechas recientes explicando la curiosa evolución del movimiento woke que salió de EEUU a finales de los 2010s y ha infectado a todo occidente desde entonces. El mejor de los que he leído es The Origins of Woke, de Richard Hanania.


En este libro, Hanania se centra más en los mecanismos políticos y legales, como explicación para el surgimiento de lo woke, que en los fundamentos filosóficos del movimiento, sus ideales y proclamas. Esto es clave porque el ideario woke —la base de la teoría de género, el movimiento trans y el nuevo racismo basado en medir el tono de piel para distinguir entre explotadores y explotados— se ha convertido en la excusa intelectual de la clase transcontinental de Davos para imponer su Agenda 2030, y probablemente será la base del programa electoral del PP para las próximas elecciones, al paso que vamos.


Hanania, comentarista y analista político, ha ganado prominencia en años recientes con una visión sobre el conservadurismo moderno que podría definirse como “de vaso medio lleno”, que contrasta con el pesimismo de muchos otros en la derecha y el centro-derecha estadounidense.


Cuando hablamos sobre su libro, hace unos días, hizo mucho hincapié en su optimismo subyacente, a pesar de todos los recientes pesares. Es fácil pensar que EEUU es una sociedad histérica dividida racialmente, sostiene Hanania, pero la realidad es que es un país donde la dialéctica racial básicamente enfrenta a una minoría difícil de asimilar y obsesionada por agravios ancestrales, los afroamericanos (tradicionales votantes de la izquierda demócrata), y el resto.


«Creo que para la mayoría de los estadounidenses la raza no es un factor importante» explicó. “Éste es el caso para la mayoría de los estadounidenses de todos los orígenes. Quiero decir, puedes ir por ahí, si prestas atención a la política estadounidense, mirar a la gente de derecha, mirar a la gente de izquierda. Y verás todo tipo de personas de todos los colores y orígenes étnicos defendiendo la posición de derecha o la posición de izquierda”.


Este optimismo se basa en datos objetivos (en los últimos años ha habido, aunque sea de forma marginal, un cierto freno a la tendencia anterior que llevaba al Partido Republicano a ser el Partido de los Blancos, con los Demócratas como Partido del Resto) y en una visión muy incisiva y bien informada sobre los orígenes del movimiento woke.


Hay un punto clave en el libro de Richard, que no estoy seguro de que haya sido suficientemente apreciado por los muchos comentaristas que han escrito sobre él. Existe una crítica muy poderosa y común procedente de la derecha estadounidense al sistema democrático actual: que el sistema es fundamentalmente injusto e incluso falaz si la burocracia actúa en contra de las intenciones explícitas de los políticos electos que son sus jefes, en lugar de implementar las plataformas por las que fueron elegidos.


Esto, obviamente, es lo que ocurrió durante la presidencia de Donald Trump, con el aumento de una “resistencia” dentro de la burocracia que frustró los intentos (seamos realistas, a menudo bastante torpes) de implementar medidas derechistas por parte del gabinete de Trump y del propio presidente.


Esta resistencia publicó un editorial anónimo en el New York Times confesando que existía, así que el problema es real. La objeción de Hanania es que es mucho menos grave de lo que parece: uno de los argumentos centrales del libro es que, históricamente hablando, la resistencia o deriva burocrática no ha sido un factor significativo en el triunfo de las visiones progresistas en la administración.


 The Origins of the Woke explica con todo lujo de detalles cuántas medidas basadas en género y raza se implementaron desde los 1960 en contra del deseo de amplias mayorías del electorado, sí, pero con un amplio apoyo bipartidista, o al menos con un grado significativo de aceptación republicana para tales medidas.


La pieza clave de derechos civiles, sobre la que se construido toda la legislación woke como un cáncer monstruoso, es la Ley de Derechos Civiles de 1964, que nunca definió los términos que utilizaba para referirse a grupos protegidos y discriminados. Eso se hizo más tarde, principalmente a través de órdenes ejecutivas, la burocracia y los tribunales —pero siempre con apoyo, o al menos connivencia, bipartidista.


A los pocos años de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, el gobierno estadounidense ya estaba exigiendo que los empleadores dividieran a las personas por raza y sexo, dando preferencia a grupos supuestamente desfavorecidos e incluso trazando distritos electorales de manera que legitimaran el tribalismo.


Estos políticos, burócratas y jueces decidieron que la discriminación no tenía que ser explícita, ni siquiera consciente, y que es un pecado cometido no contra individuos sino contra «clases» de personas con derecho a interponer acciones colectivas: como se ha visto con las leyes de género y de “odio” en España, estas normas crean responsabilidad legal independientemente de la intención, circunstancias e incluso actos del presunto criminal. Sirve con haber vulnerado el tabú que se invoca.


Para Hanania, la ideología no surgió de las universidades, como vienen a sugerir Helen Pluckrose y James Lindsay en un libro similar: fue el gobierno quien obligó a universidades prestigiosas como Columbia y Berkeley a adoptar la contratación de profesores basada en cuotas raciales a principios de la década de 1970. Escribe Hanania: “Primero vinieron los mandatos del gobierno y después la ideología”.


Una posible excepción a esta tendencia, sostiene Richard, es la administración de Richard Nixon, durante su mandato entre 1969 y 1974. Nixon habría sido el único presidente que, aún siendo hostil al ascenso woke, no vio el monstruo que su propia administración estaba creando:


“Nixon nunca se llegó a enterar de lo que estaban haciendo. Es en la década de 1980, el momento en que Reagan llega al poder, cuando los conservadores realmente están haciéndose fuertes y reforzando el ala derecha del Partido Republicano. Y Reagan nombra a personas que son conservadoras en materia de discriminación racial y otras cuestiones de derechos civiles. Quiere hacer cosas, pero el Partido Republicano aún no está con él”.


Ésta es la idea central de Hanania, realmente: “No fueron los mandarines de la burocracia, sino los representantes electos, los que frenaron la agenda de Reagan. Y así la elite republicana quedó dividida y hubo verdaderas batallas”.


Sin embargo, eso era la década de 1980 y las cosas han cambiado, añade Hanania. El Partido Republicano se ha desplazado hacia la derecha incluso desde antes de Trump; un candidato centrista como Mitt Romney sólo pudo ganar la nominación republicana (en 2012) sonando mucho más radical de lo que era.


Hoy en día, en EEUU hay una perspectiva republicana sobre estas cosas que es unificada y no sólo sobre la ley de derechos civiles, sino sobre todo tipo de cosas, explica Hanania.


Ésta es, de hecho, una de las razones por las que The Origins of Woke es un libro fundamentalmente optimista. Hanania cree que las elecciones importan, que votar no es una pérdida de tiempo en un juego amañado y que un congreso republicano con un presidente republicano puede empezar el proceso de deshacer todo lo malo que se ha hecho durante años. Esperemos que lleve razón.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera