lunes, 29 de abril de 2024

Isaías y Tulio Vázquez, Raso del Portillo, Palha, Conde de la Corte y Dolores Aguirre. Crónica de la III Feria del Aficionado en San Agustín de Guadalix. José Ramón Márquez

 

 Isabel Lipperheide Aguirre recibe la montera de Damián Castaño
 en la III Feria del Aficionado


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Es harto conocida y harto certera la frase del escritor y periodista francés Jean Cau que sostiene aquello de que «amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro», con la que se explica que una de las principales componentes de la afición a la Fiesta está compuesta de ilusión. Quien va a escuchar a la Filarmónica de Berlín acude con la certeza de que va a ser testigo de una  perfección técnica casi sobrehumana y la sorpresa nace de que al frente de ella esté Kiril Petrenko o Sir Simon Rattle para extraer de ese extraordinario conjunto, de esa máquina formidable, los más audaces registros.

 

En los toros nada se puede dar por supuesto, pues no hay quien sepa ni pueda garantizar el resultado de una tarde, ni por la parte del ganado ni por la parte de los coletas. La bobada ésa del «toro de garantía» sólo garantiza de manera inequívoca que el animal que saldrá por chiqueros será una inmunda babosa que se arrastrará por el ruedo durante sus quince minutos de vida pública. Y en cuanto a los toreros, lo mismo. Hay veces que un diestro está en racha y todo le sale bien… el día que le sale bien.


Viene esto a cuenta de la recién acabada III Feria del Aficionado que, organizada por el Club 3 Puyazos, acaba de tener lugar durante el pasado fin de semana en San Agustín del Guadalix. Los de Tres Puyazos, como los  tres Reyes Magos de Cau, nos han tenido con la ilusión en la cabeza aguardando y relamiéndonos, esperando que llegase el día que pudiéramos ver a los Tulios, a los Conde de la Corte o a los Dolores Aguirre en un entorno favorable al toro, al desarrollo ordenado de la lidia y al respeto a la Tauromaquia, en una cita que ya es imprescindible para ese pequeño grupo de aficionados -valencianos y aragoneses, franceses y catalanes, andaluces y madrileños, castellanos de las dos Castillas- que van buscando el toro por la geografía de Iberia como Diógenes buscaba un hombre honesto con su candil encendido a plena luz del día.

 

La propuesta para este año consistió, como los años anteriores, en dos corridas de toros y una novillada. Para la mañana del sábado se dio la novillada de Isaías y Tulio Vázquez y Raso del Portillo, para los desconocidos novilleros Joao D’Alva, de Setúbal (Portugal),  y Miguel Andrades, de Jerez. La ilusión por ver a los Tulios, después de tantos lustros, era enorme y cuando, al salir el primero, le vimos con los crotales en las orejas la verdad es que no gustó. Como si (que Dios me perdone) al Cristo de Mena le pones un piercin, vamos. Luego, el novillo arreó un cabezazo fortísimo en el burdadero, que ahí estaba el capotito ése que siempre dejan los peones como si nada, y tras un fuerte chasquido se partió el pitón. Se cambia el toro y sale otro de Tulio, de buena planta, que remata en tablas y se entera de todo lo que pasa alrededor, no le vuelve loco la cosa del caballo, saliéndose más bien sueltecito y no se entrega a la muleta de D’Alva, que nos dio un buen segundo tercio pareando con decisión, sin darle facilidades y con ganas de irse. El segundo de Tulio, Llorón, es el toro al que habíamos ido a ver. De preciosa lámina y trapío, Llorón peleó en varas empujando con riñones, se arrancó de largo al caballo, acudió a los cites con una embestida vibrante y hermosa y, a medida que el trasteo se iba desarrollando, fue tomando conciencia de que el amo era él con lo que las iniciativas de Andrades, que le había recibido con unas pintureras verónicas, no llegaron a nada. El bicho acabó en tablas donde le pegaron una puñalada más digna del tempranillo que de un coso taurino. Merecidos aplausos en el arrastre para el novillo.


Los del Raso del Portillo echaron por delante a un cárdeno claro, bien criado y lustroso, que remató en tablas y que no destacó de manera sobresaliente en su vis a vis con el que iba montado en el jamelgo. El toro acude en banderillas, que D’Alva le clava como si le fuera le vida en ello, con un buen segundo par, y llega a la muleta con una embestida clara y noble que el portugués ahoga sin dejar aire entre él y el novillo. Un espadazo de ínfima catadura moral echó al suelo al de Raso. El segundo fue un entrepelado con bragas también muy bien criado al que picaron de pena y cuya pelea no nos puso en pie. Banderilleó el jerezano y se esforzó en el último tercio, enganchando al toro y dando el mejor toreo que se vio en la matinal. Antes no se le había ocurrido otra que irse a porta gayola, a no se sabe qué, y como final, se abalanzó en plena cellisca contra el testuz del novillo, recibiendo un fortísimo golpe, cosa que le valió una oreja.

En general da la impresión de que los novilleros se fiaron más de los del Raso del Portillo que de los de Isaías y Tulio Vázquez.

 

 

Andrew Moore al pie del cañón


Por la tarde, desafío ganadero entre Palha y Conde de la Corte. Palha siempre nos interesa, pues esa ganadería de ignoto origen y mezcolanza es capaz de dar lo mejor y lo peor y del Conde de la Corte se hablaba bastante de su recuperación. En principio un atractivo cartel que, a la postre, resultó ser el garbanzo negro de la Feria y el peor festejo de los nueve que ha organizado la Peña 3 Puyazos. La gran decepción es que esa corrida podría haberse dado en cualquier sitio: en Granada o en Don Benito, que la tarde no tuvo nada de lo que se busca en esta Feria del Aficionado y que fue una tarde más, de tantas como llevamos. Ni por presencia, pero sobre todo por comportamiento los seis toros de la tarde nos echaron el jarro de agua fría que menos nos esperábamos, tras la fría lluvia de la mañana, y los actuantes estuvieron a la misma altura. Deleznable tercio de varas -que es parte esencial de esta Feria- y falta de interés por lo que pasaba en el ruedo fueron las señas de esta corrida para olvidar. Sanchez Vara pasó por allí, Morenito de Aranda se empeñó en citar colocándose la muleta en la entrepierna y Ángel Sánchez pajareó lo suyo. El sexto tenía dos escobas en vez de pitones, y por más que miramos las termografías ésas no encontramos explicación a ese despropósito. Por poner algo bueno, reseñaremos los pares de banderillas de Víctor del Pozo al tercero. Luego, a la salida, ya aparecieron el habitual derrotismo hispánico, la consabida mala leche y los comentarios acerados contra los organizadores, como si ellos tuvieran culpa de lo que había pasado.



Y el domingo Dolores Aguirre, que se trajo a San Agustín toda la casta que había faltado el día anterior para darnos una espléndida mañana de toros y poner un punto final a la Feria del Aficionado a la altura de las expectativas con una corrida seria y cuajada, de gran trapío y de impecables pitones que puso a todo el mundo de acuerdo. Sergio Serrano, Damián Castaño y Francisco Montero fueron los diestros ajustados para dar muerte a estoque al encierro.


La espectacular salida del cuajado primero fue saludada por la afición con vítores. El animal no defraudó las expectativas, acudiendo por cuatro veces al caballo y apretando con poder. Sergio Serrano parece que no se enteraba de las condiciones del toro, que demandaba series cortas y muy mandonas, al quererle aplicar un toreo de ese de todos los días. Tampoco es que el hombre brille por su colocación ni por su mando, con lo que el toro da la impresión de quedar por encima del torero. Los aplausos en el arrastre son el reconocimiento del público a la sinceridad del toro en los tres tercios. El cuarto, un pavoroso chorreado, parecía sacado de una lámina de La Lidia. El animal impuso su ley en los dos primeros tercios, cuatro entradas al caballo descabalgando a Cristian Romero en una impecable caída de latiguillo de las que emocionaban a nuestros abuelos, y sembrando el pánico en un tercio de nones, porque allí no hubo nadie que fuera capaz de poner un par. Y, al sonar el cambio de tercio, el toro se apaga y aquel vendaval de intenciones aviesas y de sustos se queda como uno de los toros de Guisando, paradito como si fuera de piedra y sin comerse a nadie.


Damian Castaño se fue a porta gayola (¿a qué?) para recibir a su primero. Nadie le demandaba esa tontería, porque el tipo de aficionado que se va a Guadalix a los toros un domingo por la mañana no es de los que buscan esas emociones, pero allá que se fue el hombre para continuar con verónicas certeras al doloresaguirre que ahí ya demostró su clase y la refrendó en varas ante Juan Francisco Peña, acudiendo con nervio y fuerza a los cites. Castaño toreó con mucha generosidad al toro, luciendo su distancia, que ya había cantado en banderillas, sin ahogos y sin precipitaciones y componiendo una faena de gran empaque y torería, primero sobre la mano derecha y luego sobre la zurda, la mano muy baja con mando y temple. Una combinación perfecta de series medidas, buena colocación y claridad de ideas, acompañadas por la esplendida embestida del toro para componer una faena maciza y a más. Se perfila el diestro para entrar a matar y tira la muleta, entrando sin ella como hacía Antonio José Galán, nos recuerda la aficionada C, pero sin la efectividad del cordobés, con lo que Castaño se lleva un formidable porrazo que le tiene medio groggy durante un rato. Vuelta al ruedo al toro y vuelta al ruedo al torero. En su segundo vuelve a lo de la porta gayola (¿por qué?) y esta vez el toro le arrolla, pegándole un tremendo topetazo que le pone fuera de la corrida sin ton ni son.

 

 Sergio Serrano se hizo cargo del toro, siendo lo más reseñable de su actuación la estocada con la que echó a tierra al doloresaguirre.
El primero de Francisco Montero acudió cuatro veces a la caballería, saliendo suelto y llegó a la muleta  con clase y recorrido, sin que el toreo bullidor de Montero acabase de hacerse con los resortes que llevan al triunfo. Su segundo fue un toro de mucho cuajo, aplaudido de salida, que peleó de aquella manera en el caballo y que llegó al tercio de muerte con una embestida vibrante ante la que las mañas de Serrano resultaron de poco provecho, con más voluntad que acierto y adoleciendo de falta de una adecuada colocación para las condiciones del toro. Claro es que había que estar allí abajo con el toro y tratar de tener la cabeza fría ante la presencia y la casta del toro y la violencia de su embestida. Ovación en el arrastre para el toro y silencio para el torero. El toro fue picado por Gabin Rehabi que dio una lección práctica de buena monta y del óptimo manejo del caballo, de cómo se puede torear con un caballo de picar. Se lució con los palos Francisco Javier Tornay.


Con una ovación de la Plaza a la señora ganadera, presente en un tendido, y la vuelta al ruedo del mayoral de la ganadería se dio por finalizada la III Feria del Aficionado. Ya estamos esperando las primeras noticias que nos vengan para la IV edición, que a buen seguro no tendrá lugar los días 5 y 6 de enero, por más que sea esa la fecha más adecuada.

 

 

Matinal III Feria del Aficionado

San Agustín de Guadalix