jueves, 11 de abril de 2024

Black Rock y la tarea pendiente de Trump


Trump & Ramaswamy


Javier Bilbao


La gran ventaja que la realidad tiene sobre las historias de ficción es que no necesita parecer realista: las cosas simplemente ocurren, por inverosímiles que a veces nos resulten, y no hay guionista al que culpar. Por su cercanía temporal aún no podemos tomar conciencia de su alcance, pero bien mirado las peripecias políticas de Trump durante estos últimos años están adquiriendo la altura de una leyenda artúrica (aunque a veces parezca más un episodio de The Office, ciertamente). Así que siguiendo la estructura del mito ideada por el antropólogo Joseph Campbell tendríamos al héroe llamado a salvar al pueblo enfrentándose a fuerzas fabulosas, las cuales inicialmente logran derrotarlo usando para ello toda clase de artimañas, pero luego vuelve del vientre de la ballena, renace tras su descenso al inframundo ahora más sabio y decidido (su viaje también es interior), dispuesto a culminar la misión encomendada y clamando a sus seguidores nada menos que «yo soy vuestra venganza». De manera que, en estas horas oscuras que atraviesa el mundo, Trump se ha convertido en el favorito de todas las encuestas electorales para el próximo noviembre pese a los más de 700 años de cárcel que penden sobre su cabeza en las diversas causas fabricadas en su contra, y una de las preguntas más repetidas está en quién será en esta aventura final su Enkidu, su Subotai, su Sam. Es decir, el vicepresidente de su segundo mandato, uno que promete ser más ambicioso y cargado ideológicamente y por tanto requiere alguien a la altura.  


Hace unos días el complejo turístico y base de operaciones de Trump, Mar-a-Lago, acogió la entrega de un premio a Vivek Ramaswamy, un joven empresario, figura pública de meteórico ascenso y reciente candidato republicano al que ya dedicamos unas palabras en su momento. El anfitrión, presente en el escenario, tomó la palabra para expresar lo mucho que quiere al premiado y proclamar «será mejor que ganemos». Inevitablemente muchos han visto en este gesto un indicio de que él será su compañero de candidatura para las elecciones, pues Trump no se distingue por sus demostraciones de afecto y raro es que apoye a alguien sin esperar algo a cambio. Nada es gratis y menos en el ámbito en que ambos se mueven. Vivek, por su parte, ha expresado que aceptará cualquier cargo que se le conceda —también hay rumores sobre que no sería finalmente vicepresidente, aunque sí estará en el gobierno— y esta semana ha estado concediendo entrevistas y tuiteando para hablar sobre los tres temas en los que el propio Trump lleva tiempo centrando su atención: la necesidad de un cambio en la política exterior estadounidense, el control de la inmigración y la oposición al ideario woke o progresista, desde el cambio climático hasta la teoría crítica racial.


Respecto a esto último es muy significativo que el pasado miércoles tuiteara respondiendo a una declaración del CEO del mayor fondo de inversión del mundo: «He aquí el nuevo truco de BlackRock: dejar de decir `ESG´ y, de hecho, seguir impulsando exactamente las mismas agendas. Esto les permite aplacar la reacción conservadora y, al mismo tiempo, hacer un guiño a empresas como CalPERS para que puedan seguir gestionando más de 10 billones de dólares de todos. No caigas en ello». ¿Por qué decimos que es significativo? Porque en esos criterios ESG, siglas en inglés de «ambiental, social y de gobierno corporativo» es donde reside buena parte del impulso contemporáneo a la agenda progresista (como habrá observado el lector no hay gran corporación que no celebre el 8-M, el Orgullo Gay y nos aleccione sobre la «sostenibilidad», palabra fetiche), acabar con ellos será atacar al corazón de este colosal proceso de ingeniería social que llevamos presenciando desde hace años de implantación forzada de nuevos códigos morales, identidades, creencias y formas de relacionarnos. Es lo que, por poner un ejemplo entre un millón, llevaba a Yolanda Díaz a felicitar la semana anterior no el Domingo de Pascua sino en su lugar el Día Internacional de la Visibilidad Trans, por lo visto mucho más importante. 


Ramaswamy sabe bien de lo que habla cuando critica esta política corporativa que sustituye a la búsqueda de beneficios, que es en lo que pensábamos que consistía el capitalismo, por este adoctrinamiento a los empleados y clientes. Él mismo llegó a sufrirla incluso desde su antigua posición de CEO y es lo que le impulsó a escribir su libro Woke, Inc.: Inside Corporate America’s Social Justice Scam. La muerte de George Floyd el 25 de mayo de 2020 sacudió a Estados Unidos de arriba abajo, un país con un largo historial de disturbios raciales, que acababa de salir de un inaudito confinamiento por la pandemia que puso los ánimos a flor de piel y que afrontaba unas elecciones en las que todo valía para echar a Trump. Como vemos era una tormenta perfecta. Decidido a no usar el nombre de la compañía farmacéutica que había fundado unos años antes ni su posición en ella para hacer proclamas políticas, fue sin embargo presionado a hacerlo y, a continuación, severamente cuestionado entre empleados, directivos y accionistas por su tibieza cuando redactó un breve comunicado intentando ser neutral sin denunciar el «racismo sistémico» que demandaban de él que expresara (siendo además de origen indio y tez morena).


Ya puesto en cuestión entonces, la puntilla vino unos meses después, cuando unos cientos de simpatizantes republicanos asaltaron el Capitolio y la respuesta coordinada de varias compañías de Silicon Valley fue anular las cuentas —ya fuera en redes sociales, métodos de pago en línea, alquiler, etc— no sólo de supuestos participantes sino de cualquier votante de Trump que mostrara algún tipo de simpatía por ellos o de crítica a las autoridades en relación con ese evento. Vivek publicó entonces un artículo en el Wall Street Journal denunciando lo que consideraba una persecución ideológica de tipo soviético claramente inconstitucional. Las reacciones se sucedieron de inmediato en su contra y con el fin de poder garantizar la continuidad de su empresa ese mismo mes terminó presentando su dimisión como CEO. Poco después comenzó a escribir el libro antes mencionado, intentando explicarse a sí mismo qué había pasado y cómo en Estados Unidos se había podido llegar a estos extremos.


La conclusión a la que llegó Vivek es que buena parte de la culpa se encontraba en los criterios ESG, por los cuales se evalúa ante los inversores el llamado impacto social y medioambiental de una empresa. El problema de esto es que se ha convertido en un criterio de inversión prioritario para fondos de inversión como BlackRock, cuyos activos alcanzan unos 10 billones de dólares (el PIB español es algo más de la décima parte, por hacernos una idea) repartidos en acciones de unas 18.000 compañías. Así que muchas empresas tienen que sumarse a la corriente progresista sobre cambio climático, feminismo, LGTB…etc no tanto por voluntad propia sino por exigencias del mercado bursátil. Tal como proclamó en 2017 su CEO, Larry Fink, «tienes que forzar comportamientos. En BlackRock estamos forzando comportamientos». Y tiene poder para hacerlo.


Como señalan en este reportaje titulado precisamente Cómo Larry Fink de BlackRock se ha convertido en el rostro del capitalismo woke: «la altura de Fink en los círculos globales financieros es mayor que la de muchos gobernantes», con los que acostumbra a tratar personalmente, pues «se ha vuelto de hecho un secretario global del tesoro sin el título oficial».  Otro Soros. O bien, dado que de joven fantaseaba con ser una estrella de rock y ahora aspira a salvar el mundo, un Bono del mercado de bonos.


Pero la reacción ante esa agenda y su forma de imponerla ya ha comenzado. En agosto de 2022 el Estado de Texas prohibió que cualquier dinero público fuera invertido en BlackRock, medida que unos meses después replicó Florida. Más genéricamente, en 37 Estados de la Unión se han propuesto leyes dirigidas contra los criterios ESG, por considerar que conllevan una carga ideológica. Pronto llegará el turno del Gobierno federal. Recordemos cuando unos meses atrás siendo aún candidato a liderar el Partido Republicano Vivek fue categórico al respecto: «BlackRock, State Street y Vanguard representan posiblemente el cártel más poderoso de la historia de la humanidad: son los mayores accionistas de casi todas las empresas importantes y utilizan *su* propio dinero para imponer agendas ESG a los directorios corporativos. Votan por `auditorías de equidad racial´ y `límites de emisiones de Alcance 3´ que no promueven sus mejores intereses financieros. Esto plantea serias preocupaciones fiduciarias, antimonopolio y de conflictos de intereses. Como presidente, cortaré la verdadera mano que guía el movimiento ESG: no la mano invisible del libre mercado, sino el puño invisible del propio gobierno».


No será ya presidente, pero como veíamos al comienzo puede que sí vicepresidente o al menos miembro del gobierno… La persona idónea, desde luego, con la que deberá contar Trump, si realmente quiere derrotar al dragón y convertirse en leyenda.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera