miércoles, 24 de abril de 2024

El Cid y "Marinero" firman las paces del toreo en Zaragoza. Márquez (sin Moore)


©-Philippe-Gil-Mir


José Ramón Márquez


1. La afición


Un hombre en su localidad, la localidad que ha abonado, que le ha costado los cuartos, se solivianta ante la presencia de la babosa de Núñez del Cuvillo, el caracol, col, col con sus desmesurados cuernos de carabao y su triste esqueleto que se desploma a cada tranco. El Cuvillo, ganadería de ignoto origen, hija de mil padres, se desploma sobre la arena y el hombre protesta esa indecorosa presencia de buey en una Plaza de Toros de primera categoría. Todo es inconveniente: el mal llamado toro, la sustitución de un toro de Ana Romero, ganadería anunciada, por ese indeseable  megamix racial cuvillil, todo da la razón al hombre excepto la fuerza de la mal entendida Autoridad que envía contra el hombre a los del Cuerpo Superior de Policía que, como arbolitos de Navidad, llevan colgados sus mil gadgets intimidatorios: las esposas, la porra, la pistola, el walkie, las botas, los emblemas, la gorra y, sobre todo, la palabra:

-¡Cabayero!, ¡cabayero!...

Y así míl veces con esa «cavalleria» tan poco caballeresca, hasta que ponen al discrepante fuera del tendido y eliminan su justas demandas obedeciendo órdenes de Dios sabe quién, desconociendo que uno de los hechos que da su carácter a la Fiesta de los Toros es su condición de espectáculo al que se va a dar la opinión, sea la que sea.



2. El torero


Manuel Jesús «El Cid» ya no es de este mundo. Él viene a anunciar su Buena Nueva para quien la quiera ver y para que los jóvenes algún día digan que vieron torear a un hombre de la manera en la que torean los hombres de verdad. Sin amaneramientos, sin cursiladas y sin floripondios: el puro toreo. De nuevo Manuel Jesús cuida al toro desde el inicio: no quiere darle verónicas que le quebrante, sino fijarlo eficazmente con el capote, le cuida en el caballo que monta el hermano de Espartaco midiendo el castigo y hace que el tercio de banderillas pase en seguida, leve y eficaz. Ya tiene al toro dónde y cómo quiere para dictar su lesión magistral de toreo. Primero con la mano izquierda, probando la embestida del toro, más centrado en seguida y hondo a continuación. Luego la derecha, que no es el pitón del toro, con algunos enganchones y la firmeza y perseverancia del torero en enterarse de las condiciones del animal. A continuación, de nuevo, la izquierda en una serie de pura hondura y colocación con el toro entregado y alargando al máximo la duración de los muletazos, ligando, mandando y templando, y, a continuación, vuelta a la derecha para someter al toro en una serie cuajada y perfecta por el pitón malo, serie de derechazos de triunfador en la que el toro es ya sometido totalmente a la voluntad del matador. Vuelta a la izquierda, honda y profunda y, cuando el toro está para igualarle, un fulgor final en la forma de una serie de naturales de pura invención en los que el toro es ya un juguete en manos de «El Cid». Entremedias, los adornos precisos: el clásico afarolado de Manuel Jesús ligado con el de pecho de pitón a rabo, la trincherilla mandona y airosa, el pase por bajo son los signos de puntuación de esta sobresaliente faena que ha dictado «El Cid» a Marinero*, número 50, cárdeno oscuro, ganadería de Ana Romero. Habrá quien vuelva a hablar, cómo no, de la suerte de Manuel Cid en los sorteos, sin echar cuentas de la denodada manera en que el sabio maestro ha labrado a su conveniencia a un toro que fue siendo mejor a medida que iba siendo toreado sin errores ni aspavientos, en una faena a más, bella, clásica y compacta. Cuando todos esperábamos el tradicional pinchazo de «El Cid» que suele acompañara a su grandes faenas, nos encontramos con media estocada algo trasera y tendida que echó al toro al suelo para general satisfacción del respetable. Oreja y dos vueltas al ruedo.


3. El toro


¿Qué habría ocurrido si Mariscado, número 88, le hubiera tocado a «El Cid»? Nunca sabremos qué habría puesto en marcha su magisterio para hacerse dueño de las mañas de ese negro mulato que al sentir la puya en su espalda dio un salto de felino y salió huyendo hacia donde no le hicieran daño. Desde ahí todo fue un  despropósito de lidia, o lo que eso fuera, que sólo sirvió para que el toro, un morlaco de 618 kilos de aviesa mansedumbre, cobrase conciencia de que allí el único que mandaba era él y que él era quien imponía la Ley. No consintió el toro en humillar ni una sola ves, como tampoco nadie estimó conveniente aplicarle los principios de la vieja lidia para quebrarle y para someterle, para hacerle humillar  y para prepararle a la merecida muerte a estoque. A cambio, mucho pajareo, veinticuatro intentos infructuosos de clavarle la espada de alguna manera y, finalmente, los tres avisos que condenaban a Mariscado a la muerte solitaria en un lóbrego chiquero.


4. Coda


Borja Jiménez no ha brillado con ninguno de sus dos toros, pero ha mandado inequívocas señas de que en esta temporada está dispuesto a dar la pelea, mandando la impresión de saber bien qué quiere en esta temporada tan crucial para él.

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*"Háblame del mar, marinero" es un dicho español que me gusta mucho (Carlo Ancelotti)