domingo, 30 de julio de 2023

Segundos apuntes helénicos


MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica


El Canal de Corinto supuso la realización del sueño de Nerón, uniéndose así el mar Jónico, desde el istmo de Corinto, al gofo Sarónico del mar Egeo, sin tener que dar la vuelta a todo el Peloponeso en la ruta Bari-Atenas, o entre todas las ciudades del Adriático y las islas del Egeo, con un ahorro de casi 500 kilómetros. Un canal de siete kilómetros de longitud, como una profunda hendidura en la roca, que forma un río de purísima esmeralda de siete metros de anchura con ocho de profundidad, por el cual bien podría pasar una trirreme romana. Nerón es el gran patrono de las obras públicas, y es posible que los dioses vieran en su sueño una transgresión o contravención de las leyes de la naturaleza. Al fin y al cabo Zeus coloca los istmos, las islas y los mares como quiere, y es una impertinencia pecaminosa alterar su divina voluntad. Quizás por eso Nerón fue asesinado por quien tanto le amaba para no ser linchado por el populacho romano. Pero la maravillosa cinta verde que une el istmo de Corinto con el Golfo Sarónico, como una serpiente de agua entre farallones fantásticos, permanece ahí como una herida abierta a los dioses y una efemérides geológica delirante.
Las cabras de Micenas. Sube uno al poderoso baluarte del rey Agamémnon, el Atreidês wanax andrôn de Homero, tras cruzar las mochetas felinas del portón, guardianes de la Ciudad que me escrutan el alma, y antes de divisar los lejanos paisajes y el golfo de Patras, se topa uno con cabras blanquinegras, ramoneando tranquilas la montaña cargada de historia, que casi saben trepar por los muros de la fortaleza, rompecabezas de grandes piedras en hileras que responden a una fórmula matemática sexagesimal. Estoy seguro que los ancestros de estas cabras hesiódicas, además de dar leche, carne y piel para los escudos a los micénicos, les enseñaron también las danzas egipánicas. Agamenón, Egisto y Clitemnestra en tholos separados, aunque compartiendo el matrimonio real algún pasillo, como Ecclesia domestica. Todos estos lugares son los paraísos terrenales de las cabras, y es que al otro lado de un alto monte, con el parecido de un gigantesco ónphalos délfico, comienza la Arcadia, en la que se inventó el Juego de la Oca. Todo un juego iniciático para el peregrino, el eterno homo viator. Las cabras son los principales habitantes de este baluarte delirante. Y lo son por propios méritos. La Puerta de los Leones supone una bellísima mocheta en milenario relieve grandioso. Este tipo de mochetas todavía existen en nuestro país, como en los campos de Aliste, que también tienen su toque micénico, y tienen la función apotropaica de alejar mediante el miedo que suscitan fieras de los intermundia los posibles peligros que del inframundo puedan entrar en la ciudad con intención hostil. Los primeros ideogramas que descifraron Ventris y Chadwick –la escritura micénica no sólo tiene silabogramas– fueron los que representan a la oveja y a la cabra. Todo el mundo micénico huele a pastor de Aliste. Baja uno como un viejo Pílades a las cisternas de la gran ciudad de Micenas y oye todavía el rumor fresco de un agua telúrica con que lavaban su hermosísimo rostro las niñas Electra y Efigenia. Pero las manos de Tiestes no pueden estar limpias aún, aunque se hayan lavado más de tres mil años. Nos estremece la anamnesis del canibalismo. Pero hoy se vuelve a aquel canibalismo de niños. En el Museo de Micenas nos topamos con una réplica perfecta de la famosa máscara descubierta por Schliemann en la tumba de pozo V de la Ciudad y “reconocida” por él como el rostro de Agamenón. En la excitación de su descubrimiento, este Indiana Jones de la arqueología homérica, envió su famoso telegrama: “A su Majestad el Rey Jorge de los helenos, Atenas. Con gran alegría anuncio a Su Majestad que he descubierto las tumbas de Agamenón, Casandra, Eurimedón y todos sus compañeros”. Hacia el 1250 a. C. Micenas se había convertido posiblemente en el reino micénico más fuerte, en parte por sus ofensivas victoriosas y en parte con matrimonios con otras dinastías (al estilo del Matrimonio de Menelao en la casa real espartana). El gran arqueólogo Mylonas creyó que los gobernantes de Micenas habían conocido los elaborados y magníficos enterramientos de los faraones y sus nobles, y con su enorme riqueza trataron de imitarlos. Las mismas máscaras funerarias de oro, como la de Agamenón, y su puñal con incrustación en el que aparece una escena de gatos cazando a través de matas de papiro a orillas de un río son clara influencia egipcia. Las tumbas dan el último prestigio a sus muertos. Tampoco podemos olvidar que encontramos en Egipto cerámica micénica.

En Santorini, acompañados por los poemas de Yorgos Seferis, no se han respetado los sueños del gran Spyridón Marinatos. Se expulsan de la islas a los pobres isleños pescadores para levantar en sus solares abandonados, y adquiridos por pocos dracmas, la horrísona uniformidad de casas paridas por los listillos Kapsimalis de turno, que ignoran la arquitectura minoica aunque aparenten versionarla y tratan de sustituirla con fea barbarie. No pude encontrar en Santorini a nadie nacido en Santorini, una isla griega sin griegos, lo mismo que el centro de Madrid ya no tiene hoy madrileños. Oia es un vómito babilonio sin los jardines de Nino y Semíramis. Marinatos se equivocó sin duda en apoyar el golpe de los coroneles, pero acertó de pleno, por desgracia, sobre lo que le iba a ocurrir a su isla querida. Encomendamos con epíclesis a Marinatos el futuro de la isla. Grecia no ha podido sacudirse hoy sus derrotas en Magnesia y Pidna. Desde la isla minoica cuyo volcán arrasó todo el Mediterráneo volvemos a España en una noche de muchas incertidumbres políticas. No es menos dar a las cosas su Naturaleza primera que cambiársela, decía San Ambrosio. ¿Quién será nuestro wanax en los próximos cuatro años? Se puede salir de Guatemala para caer en Guatepeor, cosa que nos parece casi imposible, la verdad. La libertad de decidir políticamente hace del hombre un sujeto moral. Pero estas elecciones ni siquiera entrañan una decisión política. Aquí no hay sindéresis.

[El Imparcial]