lunes, 17 de julio de 2023

Corrida del Domingo. Toros franceses de Robert Margé, coyunda de Domecq y de Jandilla, pero serios, con ovación para "Picasso" en el arrastre. Márquez (sin Moore)

 


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José Ramón Márquez

 

Con un impresionante llenazo en los burladeros de gañote del callejón nos disponemos a contemplar el estreno en Madrid de la ganadería de Robert Margé, empresario francés que lidia los toros a su nombre sin intermediación de sociedad anónima o limitada alguna. Con la mosca detrás de la oreja, como corresponde a cualquier aficionado que se haya curtido medianamente en la piedra de Las Ventas, bajamos la calle de Alcalá pensando en qué nos tendrá preparada esta coyunda de Domecq y de Jandilla, dos nombres que al aficionado le suelen echar a temblar, para el día de su estreno y su toma de antigüedad en los Madriles.


Y lo que nos ha traído el señor Margé es una seria corrida de toros, interesante en la variedad de sus comportamientos y de su pelea en varas, con suficientes registros como para que nadie se aburriera, desde el toro de franca embestida hasta el manso, toros con personalidad y con problemas de esos que sirven para que un torero se pueda abrir un huequecito en el rocoso corazón de la afición madrileña. Los toros de Margé han propiciado una interesante tarde de toros que habría sido mejor si se hubiese cuidado más el tercio de varas, ahora que el Club Taurino Pamplonés ha decidido dejar desierto por unanimidad el premio a dicha suerte en la pasada Feria de Pamplona, porque el ganado que se vino a Madrid desde cerca de Narbona mostró a quien lo quisiera ver que estaba criado también para hacer caso del primer tercio y para dejar en buen lugar el pabellón. La otra cosa que demuestra que los toros traían su picante y su incertidumbre fue la cantidad de pasadas en falso y de medios pares perpetrados por los banderilleros, con las salvedades que se indicarán a su debido momento, señal de que no andaban lo que se dice a gusto; eso unido a algún capote que otro volando y alguna muleta arrancada de las manos del que la manejaba también sirve para indicar que el ganado imponía su respeto. En cuanto a presentación, diremos que la corrida ha sido muy pareja, descolgada, seria y ofensiva, nada gorda, dos de descarada cuerna corniveleta y, en general sin el más leve recuerdo morfológico ni a Domecq ni a Jandilla.

 
Para despachar a los Margé en día tan señalado, la razón social Plaza 1 contrató a Borja Jiménez, a Francisco José Espada y al albaceteño José Fernando Molina, que venía a confirmar la alternativa que tomó el año pasado en su ciudad natal. Acaso porque los mozos de espadas no hablaron entre ellos o acaso porque sí lo hicieron o, ¿por qué no?, como un homenaje al gran Mark Rothko, los tres matadores decidieron venirse de blanco, con lo que el desbarajuste entre los turistas (benditos sean) que llenaban la Andanada era descomunal en cuanto a saber quién era el que estaba toreando, y si a ello añadimos lo de la confirmación de alternativa ya podemos hablar de caos en cuanto a tratar de identificar a cada uno de los actuantes.


No gustó ver salir a Lelee, número 162, con el crotal en la oreja. Fue éste un toro de aspecto casi avacado, con las caderas muy marcadas, ante el que muchos levantamos la ceja hasta que, sin dudarlo, colocó un seco remate en el burladero del 6 y acudió al caballo de Daniel López con alegría y fijeza y por segunda vez, puesto a más distancia, con idéntica alegría. En banderillas Cuco Ramos llega corriendo al burladero harto apuradamente sin haber clavado y, cuando vuelve a la cara del toro, nos obsequia con una pasada en falso: para no ser menos, Azuquita pasa sin clavar, luego Cuco deja una puesta a traición, Azuquita esforzadamente deja otra y finalmente Cuco deja dos. Seis entradas para dejar cuatro palos. Como estamos en campaña electoral, Molina se pega un mitin en el micrófono de la TV. A esas horas el toro debía llevar encima ya unos 1.000 capotazos. Lo mejor de la faena de Molina es que se realiza toda reunidamente en el tercio del tendido 9. El toro es difícil y no regala nada y Molina se las ve con él poniendo como argumento una serie de naturales, limpia y despegada, de buen trazo y después otra más embarullada. Da distancia al toro y torea con la derecha echando la pata atrás, después otra serie atropellada y con enganchones y luego otra igual. Un aficionado resume la labor de José Fernando Molina así:


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Termina con naturales de perfil de uno en uno antes del calvario con la espada: media estocada tendida y desprendida quedándose en la cara en la suerte natural, Suena el primer aviso. A partir de aquí, en la suerte contraria, un pinchazo hondo en el que no cruza, otro en el que deja enhebrado el estoque en el pellejo del toro quedándose en la cara y recibiendo un golpe, segundo aviso, y un descabello. El toro, nada fácil, tuvo personalidad y demandaba más firmeza que la que se le ofreció.


Su segundo, el sexto, atendía por Mistral, número 168, negro bragado y cinqueño que de salida derrota con violencia en el burladero del 9. En varas no le vemos, porque la primera la toma al relance y sin fijar y a la segunda simplemente acude, sin más alharacas. Bien Curro Vivas con los palos, especialmente el segundo par en el que el toro le hace un extraño y el veterano torero le aguanta, clava y sale de la suerte con guapeza. El pobre de Caco Ramos nos obsequió con otra pasada sin clavar más. Su trasteo comienza con esos horrendos pases cambiados por la espalda y continúa con un buen manejo de la muleta, a despecho de su falta de colocación. Seguramente los excelentes fotógrafos que hay en Las Ventas habrán obtenido hermosas instantáneas de su toreo vertical, fotos en las que no es posible comprender la falta de colocación del torero en esos pases. Con esos mimbres va Molina trenzando una faenita compuesta a lo moderno. Su lote sin duda ha sido el peor, pero el torero que mejor sello de personalidad ha dejado en esta tarde de julio ha sido él. Torero a repetir, a ver si corrige sus errores. Su balance tauricida es de estocada a un tiempo que resulta ser un pinchazo tirando la muleta en la suerte contraria, otra al volapié en que el estoque sale volando, otro pinchazo, y otra también en la suerte contraria entera y desprendida. Suena un aviso antes de caer el toro.


Borja Jiménez sorteó en primer lugar a Velázquez, número 24, un castaño listón muy veleto al que en varas tratan como al enemigo: Alberto Sandoval ni se inmuta en la primera vara, hecha de cualquier manera, tapando la salida del Velázquez, y en la segunda se lo dejan colocado en cualquier sitio, como quien tira una colilla, para que Sandoval agarre malamente un picotazo delantero. De nuevo tenemos ante nosotros el espectáculo poco edificante de las banderillas: Barrero pasa en falso y “Perico” clava una, luego Barrero deja su par puesto en el toro y es a “Perico” al que le toca la pasada en falso, pero tocado en su amor propio, vuelve al toro a dejar su par un poco a traición. Tras las banderillas el toro se dedica a corretear por el 5 mientras Jiménez da su pequeño mitin preelectoral al micrófono de la TV. Recibe al toro a pies juntos y se sale al tercio con dos trincheras. Luego, una acelerada serie por la derecha y luego otra en la que el toro suelta un cabezazo a mitad de cada muletazo. Luego vienen los naturales, donde deja uno de buen trazo, pero cita desde afuera y con el pico. Velázquez quiere huir y continúa levantando la cara en medio del pase mientras se va llevando la faena hacia el 3. Otra serie con la derecha a base de neotoreo por las afueras y el toro, poco quebrantado, que se quiere escapar llevan a Borja a ponerse a matar: de largo, en la suerte contraria y de cualquier manera se abalanza a cobrar un pinchazo tirando la muleta. Luego, en chiqueros, ahora en la suerte natural, hace la suerte de cualquier manera y tira la muleta dejando una estocada. Antes de doblar el toro le tocan el primer aviso.


Su segundo es Sessanne, número 194. Primeramente se ocupa de él David Prados. Para la primera vara le dejan el toro de cualquier manera y el hermano del Fundi cobra una vara trasera, en la segunda el toro brama y es remiso a entrar al caballo y cuando lo hace es de manera harto violenta y con fuerza. Ahí recibe un puyazo trasero. En banderillas, Curro Robles lo hace todo él en el primer par, “Perico” cumple y Robles deja un buen tercer par. Brinda Jiménez a un señor con pinta de jugador de baloncesto y se sale con él hasta el tercio con muletazos rodilla en tierra; el toro acude y los turistas, y bastantes que no son turistas, le aplauden la ligazón de los muletazos trazados desde afuera y hacia afuera, otra serie igual le permite ahondar en los secretos del feísmo y tras reiterar otra serie a derechas, vienen ya los naturales basados en pasarse lejos al toro aprovechando que le lleva guiado con el pico de la muleta. Muchas contorsiones y las inevitables manoletinas dan lugar a una faena muy pueblerina y poco exigente. Se pone muy largo para matar y cobra una estocada entera y desprendida en la suerte contraria. Suena un aviso y, tras un descabello, el toro cae.


Espada sorteó por delante nada menos que a Van Gogh, número 186,  que remata en el burladero del 6 nada más salir. Nadie se esmera en mostrar al toro en varas y la prescindible labor de David Prados se concreta en dejar al toro de cualquier manera ante el penco para que reciba una vara delantera y aprovechar el relance para cogerle arriba y pegarle con fuerza. En el segundo tercio Pirri clava a su estilo sus dos pares en sus dos pasadas y Pascual Mellinas cumple con sobriedad en el suyo. Tras el consabido mitin electoral al micro de la TV viene la cosa de la muleta y comienza dando unos pases por delante y otros por detrás, acelerado y trompicado, Luego una serie ligada echando al toro afuera, serie que es mérito del toro y otra en la que el animal, desengañado, se quiere ir. Tira Espada de oficio para sujetar al toro no quitándole la muleta de la cara. Liga tres muy aplaudidos y se amontona con el toro, improvisa un pase por la espalda en una situación comprometida  y deja dos series por la izquierda. El toro no es fácil, tiene muchas teclas que tocar y da emoción a la gran vulgaridad de Espadas, que muestra gran voluntad. Tras las manoletinas que nadie le pide cobra una estocada contraria en la suerte natural, le tocan un aviso y se echa el toro. Van Gogh, el pintor, se cortó una oreja, pero todo lo que ha sacado Espadas de la chistera no le ha servido para cortar la oreja de Van Gogh.


A Espada le ha tocado en suerte el homenaje a los pintores, porque su segundo es Picasso, número 158, el mismo nombre del autor de ese impresionante “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” que en el Museo Reina Sofía etiquetan como “Guernica”. Este Picasso, toro muy veleto, es el toro de la tarde por su juego en el caballo y en banderillas y por su embestida en el último tercio.  Entra dos veces de largo y con ganas al caballo de “El Legionario”, que no saca ni el aprobado en su labor. El toro cumple bien en varas y sufre la lidia de “Pirri” mientras Pascual Mellinas vuelve a estar correctísimo y Javier Perea pone primero nones y después un buen par. Con la muleta Espada comienza con la derecha, muy acelerado dejando al toro en cualquier lugar, pero su clase le hace colocarse y repetir las embestidas, y así en una segunda serie que remata con la izquierda tras un cambio de manos. Poco a poco se va viendo la clase del toro y la faena va decayendo a medida que el toro se cansa y deja de darlo todo él. Con la faena muy a menos, hay un arrimón final y luego las inevitables manoletinas, pero el toro no es la mona y cuando ve al torero descubierto no le perdona, corneándole y lanzándole por los aires como un pelele. Las asistencias se llevan al diestro y Borja Jiménez acaba con el toro de estocada desprendida en la suerte natural.


A raíz de la cogida, por la mala cabeza del torero, unos histéricos se dedicaron, en un espectáculo vergonzoso, a increpar a los aficionados que habían estado censurando la colocación de Espada y su mala actuación con un toro tan señalado. Es lo que siembran por puro interés esos periodisticuchos, esos revistosos del puchero desde los púlpitos televisivos, impresos o digitales.


El toro, Picasso, fue despedido con una fuerte ovación mientras era arrastrado.

 


 Tres toreros de blanco en el desierto venteño