sábado, 15 de julio de 2023

Cuando la reliquia destruida es el propio Indiana Jones


 Kathleen Kennedy

 

Javier Bilbao

 

Walt Disney debe estar revolviéndose en su frigorífico a la vista de lo que han hecho con su compañía: de inventar historias y personajes entrañables que se convirtieron en clásicos y formaron parte de la memoria colectiva de varias generaciones, a transformarse en una compañía inmersa en absurdas guerras culturales que espantan a buena parte del público e, incapaz ya de cualquier logro creativo, se obceca durante los últimos años en la producción de refritos de sus títulos más conocidos, pero ahora como mero producto manufacturado sin gracia, alma ni talento artístico. Peor aún, no contenta con dejar yermo su propio legado, a la manera de una miasma incontenible incluso compra otros estudios y franquicias para poder vampirizarlos a gusto, tal es el caso de Lucasfilm y de sus ahora desdichadas sagas.

Pero antes de entrar de lleno en Indiana Jones y el dial del destino y para entender mejor qué falla en esta conviene recordar a dos de los personajes de las últimas entregas de La Guerra de las galaxias. Por un lado, tenemos a Luke Skywalker, quien tras un proceso de aprendizaje, sacrificio y superación termina salvando a la galaxia y festejándolo junto a sus seres queridos en los bosques de Endor. Puede sentirse orgulloso. Cabía suponerle desde entonces una vida dichosa, con reconocimiento y admiración en su entorno, muchas batallitas que contar y una vejez apacible y sabía, digna continuadora del maestro Yoda. Pues no. Lo que vemos es a un anciano huraño, deprimido, apartado del mundo, alguien que nada tiene que ver en sus valores, metas y carácter con el personaje que conocíamos. Toda aquella madurez y autoconocimiento que le vimos adquirir se han borrado de su mente. Así nos quedará bien claro su contraste con la heroína que debe sucederle y que apenas tendrá nada que aprender de él… aunque eso suponga echar por tierra la historia narrada originalmente.

Ea, fuera Luke. ¿Y qué hay de Han Solo? Un tipo carismático, buscavidas, que siempre sabía caer de pie y al que vimos crecer interiormente al abrazar una causa más grande que la de su propio interés, ahora reducido a un viejo gruñón escasamente competente (ella incluso le explica el funcionamiento de su propia nave). Todo para terminar muerto sin heroísmo alguno, con una ingenuidad impropia de él. Ese cascarrabias solo estorbaba, parecen decirnos, pongamos de una vez el foco en ella, epítome de toda perfección.


Pues bien, con tales antecedentes… ¿qué nos deparará la nueva entrega del otro gran personaje de Harrison Ford, ahora en los cines? Exactamente la misma fórmula. Tras la adquisición de Lucasfilm por Disney, Kathleen Kennedy pasó a ser su presidenta y hay quien ve en el esquema argumental de «señoros ineptos frente a mujeres jóvenes brillantes que deben ocupar su lugar» cierta proyección psicológica y vital por parte de ella. No lo sé, de ser cierto estaríamos ante la terapia psicológica más cara de la historia, pero mejor centrémonos en la película (sin desvelar su trama).

 

(...)

 

En conclusión, estamos ante una cinta innecesariamente larga, tediosa, mera acumulación de retales, absurda en sus planteamientos, deprimente por momentos, carente de gracia, carisma y originalidad, bien cargada de agenda feminista y de una iconoclastia respecto a una saga y un personaje muy queridos por el público que resulta incluso cruel. ¿Es que a la gente que ha perpetrado este bodrio no le gusta el cine? Es una superproducción de nada menos que 300 millones de dólares (sin contar gasto publicitario) y dado que las salas se quedan en torno a la mitad de los ingresos, por los malos resultados de su estreno cabe suponer que vamos a presenciar uno de los mayores desastres de Hollywood de los últimos años, que no vienen escaseando ciertamente. Ante este panorama sólo cabe atesorar la trilogía original como una de esas preciadas reliquias de otro tiempo que el propio Indiana quería poner a salvo.

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera