Caricatura de Cavia, obra de Tovar y publicada en Madrid Cómico
ABC AL PASO
Un Estado con agujeros
MARIANO DE CÁVIA, EL MAESTRO QUE NO QUIERE NADA,
SALVO QUE LO DEJEN SER ESPAÑOL EN ESPAÑA
Ignacio Ruiz Quintano
Cávia, que firma con acento para que nadie pueda decirle roedor,
pasa en Madrid por todos los periódicos, pero gana la inmortalidad en
ABC (donde apenas deja un par de artículos) con el premio periodístico
al que Luca de Tena pone su nombre. Si levantara la cabeza, se
limitaría a soltar uno de sus “¿Hem?” de displicencia mientras cierra su
mano derecha empujando el pulgar con el anular.
Cávia es el Galdós del artículo, aquél con criado y con secretario éste, aunque no dicen nada a los jóvenes estetas, como Ruano, que en Galdós ve un cigarrón averiado (“daba calor verlo”), y en Cávia, un cangrejo cocido.
–Cuando fui a visitar a Cávia –recuerda Rubén Darío– me
llevó a un balcón, y señalándome uno de enfrente, me dijo: “Cada vez
que me asomo veo allí una página de gran filosofía”. Y me explicó que
allí se había dado muerte el pobre Larra.
Viste decente y limpio (“pero descuidado”) y, soltero y célibe, vive, como Camba, en un hotel, del que sale para comer tocinos de cielo bajo la estatua de Campoamor (“que le gustaban mucho”).
–Lo más interesante de mi vida –dice a Carretero– es que no fui nada, que no soy nadie, ni tengo nada, ni lo tendré, ni lo quiero. Jamás he percibido aldehala, sueldo o gratificación del Estado. En política he sido sistemáticamente de la oposición, molestando al que manda.
Cávia, autor del histórico editorial programático de “El Sol” (España
debe despojarse “todos los oropeles de la España oficial y todos los
guiñapos de la España de pandereta”), es hoy subversivo (“El idioma
nacional es tan sagrado como la bandera”), sin sitio en ningún
periódico.
Alemania nos arrebata una isla asiática y detienen a Cávia en Sol porque
ve golpear a unos jóvenes que vitorean a España y exclama: “¿¡Es que ya no se puede ser español en España!?”
–No sabíamos –escribe– que eso constituyera delito. Estaba reservado al señor Cánovas
que la gloria del grito de “¡Viva España!” fuera grito subversivo. El
único grito que gusta al actual gobierno es “¡Viva Alemania!”
Satírico como Quevedo e irónico como Larra, lo pinta Natalio Rivas
(“¡Natalico, colócanos a tos!”, es el grito que resume la
Restauración), y acaba paralítico, sin sillón académico (“no me lo
permiten mi modestia y mi soberbia”), pero puliendo el idioma (suya es
la broma de imponer “balompié” para no decir “fútbol”) para evitar,
entre otros, el crimen de confundir el Estado con la Nación, que él dice
Patria:
–El Estado es el continente. La Patria, el contenido. La Patria es el vino generoso. El Estado, el odre viejo, medio podrido y lleno de botanas por cuyos resquicios y agujeros se va escapando gota a gota, hilo a hilo, y aun chorro a chorro, toda la vida nacional.
"Es muy raro este sujeto. Yo no he
podido hacerle más que una fotografía en mi vida, que, por cierto, es la
única que de él hay: ésa del clavel y el cordoncito de los lentes" Pepe
Campúa, fotógrafo (asesinado en el Madrid del 36)