jueves, 12 de diciembre de 2019

Luis Ciges: "Un secundario escucha órdenes por todas partes"


FARÁNDULA Ignacio Ruiz Quintano

Un secundario escucha órdenes por todas partes. Consultas al director y el director no está para nada; llegas a maquillaje y te dicen: "¡Fuera! ¡Tú ya estás moreno!”


A mi madre, con los tres niños, nos recluyeron en un convento. Después fuimos a una finca que teníamos en Monóvar —Azorín era hermano de su madre—, pero hubo que vender la finca a unos tíos que pusieron una fábrica de muñecas. Luego llegamos a Alicante y nos miraban mal porque nos habían fusilado al padre. Yo acabé en la División Azul, y me pegué un año entero en el frente ruso. Me relevaron por no dar la edad. Me vino el "mal de guerra", la crisis, la fiebre... Yo con fiebre, y al lado estaban componiendo con un acordeón el himno ése de Gibraltar, Gibraltar.... Y de Rusia, a Melilla, a sudar. Acabó la guerra. En casa no quedaban ni libros. El gobernador de Alicante quiso enchufarme de funcionario, pero yo seguía sin dar la edad para firmar papeles. Terminé en Córdoba, trabajando en una ganadería. Apareció entonces el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, hice el ingreso y, como todos los que iban para actores eran guapos y yo con esta cara no tenía nada que hacer, me apunté a dirigir. Cinco años. Me fui a París para asistir a la Filmoteca. Conocí a El Campesino y viví en el Barrio Latino. Volví e hice cosas para televisión. Me echaron. Volví a París, pero al pasar por Barcelona me quedé diez años de realizador de televisión. Vino lo del encierro de Montserrat, en diciembre del sesenta y nueve, y me decidí por la interpretación. Empecé con Berlanga, ¡Vivan los novios!, que le había conocido en el Instituto; estaba de profesor de montaje. Yo le promoví para una serie de televisión sobre timos. Comenzamos con La venta del tranvía y ya habíamos hecho Plácido. Del setenta para acá, cinco o seis películas de monstruos, y yo ya había hecho mis documentales. Nunca he hecho largometrajes porque soy muy tranquilo y no me gusta gastar el tiempo peleando con la productora. El cine no me gusta, es molesto. He trabajado en una serie inglesa, y es otra cosa: cada dos horas, el té: el director te llama por la tarde, te dice dónde colocará las cámaras al día siguiente. Odio el mimo. Prefiero la interiorización. Y la improvisación. Mira, tengo la pierna izquierda hecha cisco de los golpes que me llevé haciendo Los restos del naufragio, de Ricardo Franco. En Molokai, la isla maldita el director me tenía por gafe: tiraba una piedra al alto, se agachaba y, si le caía encima, decía que yo le gafaba. Luego me echó y descubrió que el gafe era un chico del equipo que vestía una camiseta amarilla. Los sufrimientos con Iquino han sido memorables. A mí me dobló en una ocasión: por no pagar a un doblador, supongo. Las mejores películas que he visto, en realización, para mí son El acorazado Potenkim y El buscavidas. Poro no voy nunca al cine. Gozo con la cienciaficción: 2001, una odisea del espacio. La guerra de los mundos, en cambio, es una película del siglo veinte con una mentalidad del diecinueve. Un secundario escucha órdenes por todas partes. Consultas al director y el director no está para nada; llegas a maquillaje y te dicen: "¡Fuera! ¡Tú ya estás moreno!”


El director me tenía por gafe: tiraba una piedra al alto, se agachaba y, si le caía encima, decía que yo le gafaba. Luego me echó y descubrió que el gafe era un chico del equipo que vestía una camiseta amarilla