domingo, 1 de julio de 2018

Mbappé, una fiera suelta en un centro comercial




Hughes
Abc
Lo que hizo ayer Francia con Argentina pasará a la historia de los Mundiales y tendrá consecuencias. Fue una exhibición de época y uno de los partidos de fútbol más importantes de los últimos tiempos.

El partido lo quiso ganar Mbappé desde el principio. Se fue directo a la portería contraria y no paró hasta darle un vuelco al escalafón del fútbol. Lo hizo en 20 minutos.

Pero ayer no sólo se vio a una estrella, se vio algo más: una generación, un equipo, una idea nacional de fútbol.

Lo que la Francia multirracial de Clairefonatine soñaba era esto. Un prodigio de la ubicuidad como Kanté junto a un jugador inexplicable, futurista, discordante y lleno de recursos como Pogba. El incomprendido Pogba dirigió y tomó el mando cuando Francia perdía. Junto a ellos, la inteligencia de movimientos y primeros toques de Griezmann y Giroud, que ayer reivindicó la figura del 9 clásico como una elegancia. El 9 no como tanque sino como elegante. ¡Qué maravilla regaló ayer el fútbol francés! Después de Platini y Zidane ayer nos dieron esto. Algo tan rico que cuesta definirlo.

Hasta los laterales parecieron revolucionarios. Sobre todo Pavard, central-lateral de clase infinita y autor del golazo del 2-2 y ya (ay) imposible secreto.

Pero Francia fue también un equipo. Se escalonó con inteligencia, empezó en una banda y acabó en otra. Hizo un fútbol vertical y armónico que se homenajeó a sí mismo con la maravilla coral del 4-2. No quiso el balón de primeras, pero atacó a varias profundidades y en varios carriles.

El partido se le complicó un rato en dos acciones, el chut de Di María y el rechace de Messi-Mercado. Pero Francia asumió por fin su talento y Argentina se vio avasallada por un conjunto superior en cada posición. Un equipo que venía del futuro desalojaba a otro que heroicamente se arrastraba desde el pasado. Es imposible que Pérez-Mascherano-Banega puedan hacer algo serio contra Matuidi-Pogba-Kanté y lo que hizo Argentina fue extenuarse, alargar su capacidad de sufrimiento y agonía. Pero el Mundial no va de éxtasis y tormentos. Sampaoli cambió en cada partido. Cambió de alineación y de sistema y el Messi falso 9 volvió a ser un cambio fetichista para imitar otra vez al Barcelona cuando ya se había decidido que eso era imposible y perjudicial. ¡Infinita soberbia de Sampaoli queriéndole mandarle a Francia! Francia le dio el balón y la mató sin piedad. Mbappé era como una fiera suelta en un centro comercial.

Argentina vivió este Mundial en el instante y ha convertido el fútbol en una superstición. Tuvo, eso sí, un gran mérito. La pasión de su hinchada y su entrañable circo de divinidades dio color a la competición. Dentro del campo también supo recomponerse. Luchó y extremó su agonismo hasta querer tutear a Francia.

Con esta derrota se despedirá una generación fantástica de jugadores. Mascherano persiguiendo a Pogba ha sido una de las imágenes del Mundial. Los separa medio siglo en realidad.

Di María fue otro que lo dio todo. Hizo un gesto de cojonudismo al celebrar y siguió en su surco infinito cuando todo estaba perdido.

También Messi lo intentó. No hay nada reprochable. Messi sonrió al himno, ha aprendido a sonreír en este Mundial, a amar el instante en que representa a su nación hasta cargar con ella. Hubo una definitiva comprensión mutua entre Messi y Argentina de la que hicieron partícipes al mundo. Fue un espectáculo excesivo y generoso.

Pero Argentina ejecutó una siniestra política deportiva, o la ausencia de ella, y eso afectó también a Messi. La intromisión en el trabajo de Sampaoli es más que una sospecha. El entrenador ha destruido de un modo temerario parte de su prestigio profesional con un Mundial tragicómico en el que todo resultó inexplicable. Lo Celso y Dybala, jugadores notables en el PSG y la Juventus, fueron condenados a la condición de espectadores. Sirven como síntoma. Sampaoli no podía ponerlos porque ni podía rozar el sitio de Messi ni podía confiar en el mero sentido constructivo de un joven. Quería respuestas urgentes, «navaja entre los dientes» y se puso en manos de los veteranos. «Mascheranizó» todo. Esto explica a Argentina en su conjunto. El muy corto plazo. El problema no es si Messi tiene el pechofrío o el cubo de rubyk para encajarlo. El problema es que lo mejor que podía sacar para cambiar las cosas era a Pavón. Y hasta eso le costó.

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