Pablo Molina
El cine español constituye un microcosmos ajeno por completo a las circunstancias que concurren en el mundo real, de tal forma que ni la devastación financiera más profunda como la que actualmente padece el país, con cinco millones de dramas familiares incluidos, afecta en lo más mínimo a un sector que sigue viviendo del trinque presupuestario, encantado de parasitar el esfuerzo ajeno a cambio de hacer sus tontadas.
Pero si las subvenciones al cine español, una industria cuya producción no vale en el mercado ni las ayudas que recibe, es algo escandaloso en términos generales, les sugiero que nos detengamos hoy un momento en una línea de subvenciones al cine de lo más sugestivo, tras lo cual vamos a tener una imagen fidedigna del punto exacto de cocción en el que se encuentra la desvergüenza político-cinematográfica de nuestro país. Nos referimos a las subvenciones que el Gobierno de España concede a la elaboración de guiones de largometraje, gracias a las cuales comprobaremos a quiénes y con qué requisitos entrega Zapatero el dinero extraído previamente de nuestros ya paupérrimos bolsillos.
Lo primero que llama la atención de las ayudas a la elaboración de guiones para películas de largometraje es que no resulta necesario acreditar que los textos premiados van a llegar a la pantalla grande, que es algo así como conceder una subvención a una fábrica de coches que no fabrica coches, con lo que la ayuda consiste en un empujoncito estatal para que el personal tenga una alegría presupuestaria y pueda seguir viviendo de la fabricación fantasmagórica de vehículos sin necesidad de tener que dedicarse a otra actividad productiva. En realidad ni siquiera es necesario escribir un guión para trincar la pasta, ya que, a efectos de la concesión de estas ayudas, basta con presentar una sinopsis y un tratamiento secuenciado para que el ministerio te conceda, si tienes suerte o un apellido famoso, cuarenta mil euros con cargo al bolsillo de los demás, que no otro es el importe de las quince ayudas previstas en cada convocatoria. Dividan el pastón recibido per cápita entre los 20 folios exigidos y verán que esto de hacer guiones es más rentable que realizar estudios para la Generalidad catalana sobre la almeja brillante, que hasta el momento estaba considerada como la actividad analítica más productiva de todas las que se llevan a cabo en este país.
La segunda sorpresa es el nombre de algunos de los agraciados con estos "premios" que el Ministerio de Cultura concede anualmente. En la última convocatoria resuelta, correspondiente al ejercicio 2010, podemos encontrar por ejemplo nombres tan conocidos como el de Gracia Querejeta, Emilio Martín Lázaro, Antonio Mercero (hijo) o los jóvenes y muy prometedores Jaime Chávarri y Gonzalo Suárez, especialmente este último, que a sus setenta y seis años todavía se presenta a estas convocatorias para llevarse cuarenta mil perifollos y la satisfacción de ver su nombre entre los elegidos.
Los cuarenta mil euros que los quince cineastas señalados por el dedo ministerial se embolsan anualmente con la simple presentación de veinte folios escritos por una sola cara es el doble de lo que gana al año una familia media que tiene la suerte de tener al menos uno de sus miembros en activo. Y es que esto del cine español ya ha dejado de ser un despelote presupuestario para trincones insolentes. Con la que está cayendo, con más de un millón de compatriotas acudiendo a los comedores sociales, repartir cien millones de pesetas cada año entre quince cooptados a cambio de nada es ya un asunto de pura crueldad. Por cierto, un tema excelente para un guión. Lástima que en España no haya "subvenciones" para ponerlo por escrito y presentarlo a concurso.