domingo, 10 de diciembre de 2023

Procedimientos para mantener los procedimientos


Estatua de Cromwell en el Parlamento



Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica


¿Es posible acabar con la Democracia siguiendo escrupulosamente un procedimiento democrático? Es posible. Tenemos casos en la Historia, gracias a los cuales se han mejorado los dispositivos jurídicos para que el procedimiento democrático no se elimine a sí mismo, en que el procedimiento democrático ha acabado con la Democracia. Así, tras la derrota de Atenas ante Esparta en la larga Guerra del Peloponeso, la Asamblea de los atenienses, en donde residía la soberanía, ratificó, en contra de la digna resistencia del joven demócrata Cleomedes, las condiciones negociadas por Terámenes, quien ya había intentado diez años antes subvertir la Democracia en Oligarquía, y, a finales de abril del 404, el almirante espartano Lisandro entraba triunfalmente con su flota en El Pireo. Lisandro iba convirtiendo por todo el Egeo las póleis democráticas que habían sido aliadas de la Democracia Ateniense en póleis oligárquicas, y lo hacía manu militari, asesinando a miles de demócratas. Pero el caso de Atenas era distinto; por su fuerza era aún la pólis enemiga, aunque derrotada, más peligrosa, y los reyes de Esparta le prohibían su destrucción completa, y el paso a la oligarquía tenía que hacerse con el consenso popular, en la misma sede sagrada de la soberanía, en la Ekklêsía, so pena que el pueblo se levantase a los pocos días contra la oligarquía. El pueblo ateniense era obediente a las formas, concretadas en las leyes y procedimientos, y suponía Lisandro que un cambio de régimen aprobado en el foro de la Democracia tenía más posibilidades de permanecer en el tiempo. Lisandro no sólo odiaba la Democracia, representada por Atenas, sino que veía claramente que si en las póleis vencidas de la antigua liga ático-délica instauraba regímenes oligárquicos conseguía también establecer gobiernos títeres obedientes a los intereses de Esparta. Es más fácil mandar sobre treinta ciudadanos que sobre 30.000. Lisandro era el general espartano más soberbio y más despiadado; a fin de aterrorizar a los atenienses con su recuerdo, como una advertencia a futuro, degolló a los 3.500 atenienses que habían caído prisioneros tras la batalla de Egospótamos. En Lisandro la dureza de carácter hacía temible e insoportable su poder. A fin de conseguir sus propósitos, a través de Terámenes, a quien el pueblo ya entonces lo tenía calado y lo llamaba “coturno”, un tipo de zapato que no distingue el pie izquierdo del derecho, y por tanto sirve tanto para el izquierdo como para el derecho; esto es, un hombre que se situaba en cualquier partido que le diese poder (Los españoles tenemos una larga lista de “coturnos”, cuyo patrón y guía podría ser el presidente actual), Lisandro se reunió con los ciudadanos más enemigos de la Democracia, a fin de asegurarse unos oligarcas fieles. Entre ellos estaba el pre-fascita –y que me perdonen los dioses por el anacronismo– Critias, el soberbio tío de Platón. Lisandro les informó de sus intenciones, y de que el cambio constitucional debía hacerse en la Ekklêsía a fin de que gozase de la máxima legalidad. Los futuros Treinta Tiranos le advirtieron de que no sería posible, que era casi seguro de que el pueblo de Atenas, a pesar de estar harto de la guerra y deprimido por la derrota, votaría “no” a la oligarquía, que ellos ya lo habían intentado diez años antes y era muy difícil. Entonces Lisandro les espetó:


Quizás, si me ven a mí, se convenzan de que es mejor votar que sí y palpando su espada agregó–: el que manda con ésta es el que alega mejor derecho.


De este modo, el pueblo de Atenas –muy poco– reunido en Asamblea, con la espada de Damocles sobre su cerviz, aprobó el tremebundo decreto de Dracóntides, que establecía un comité de treinta miembros encargados de revisar las leyes y de redactar una “constitución semejante a la de los padres”, y que mientras tanto se encargarían del gobierno provisional. (Lo mismo, por cierto, que pasó en Roma unos años antes con los Decenviros ). Estos treinta legisladores se convertirían inmediatamente en los Treinta Tiranos, que eliminarían a un 5% de la población en los cinco primeros meses de gobierno. Lisandro nombró también a otros diez oligarcas para gobernar El Pireo. Antes de abandonar Atenas Lisandro, los oligarcas, aterrados ante la reacción de su pueblo, le rogaron que dejase una guarnición de espartanos en la Acrópolis para apoyar su autoridad, y Lisandro consiguió que los éforos les mandaran una fuerza de setecientos espartanos al mando de un capitán bravucón, llamado Calibio. Este Calibio quiso un día dar con una vara a un ciudadano en la cabeza por no retirarse a su paso, pero éste soslayó el golpe, cogió a Calibio por los pies y lo arrojó al suelo. El espartano no reaccionó de forma criminal, y reconoció en el “idiôtês” ateniense, no sólo agilidad sino la dignidad del hombre libre. Pero los Treinta Tiranos, pensando que sería un detalle obsequioso para Calibio, mataron al ateniense a los pocos días. Se llamaba Autólico.


Los reyes de Esparta, tanto Pausanias como Agesilao, fueron recortando poco a poco el ubicuo poder que tenía Lisandro en Grecia, y prácticamente dejaron que los demócratas atenienses, encabezados por Trasibulo y apoyados por Tebas, derribasen la tiranía oligárquica, que no llegó a un año de vida. Lisandro moriría poco tiempo después luchando contra los atenienses cerca de Tebas, y el propio Trasibulo entregó su cuerpo a Pausanias. Días después los reyes de Esparta (la dinastía Agíada y la Euripóntida) descubrieron en casa de Lisandro un cuaderno en que el soberbio y despiadado almirante tenía un plan para acabar con el régimen diárquico de Esparta. Todo un tirano de pies a cabeza. Tras la restauración de la Democracia en Atenas se establecieron protocolos para que nunca más la propia Asamblea votase contra la Democracia. Se persiguieron la “hetaireíai”, clubs oligárquicos, y se castigó la compra de votos con la muerte. Sabemos, por ejemplo, que en el 390 el general Ergocles fue acusado de preparar un golpe de Estado, habiendo previamente comprado el voto de 2.100 atenienses. Las pruebas eran tan abundantes que no pudo hacer nada para no ser condenado a muerte, siendo arrojado al báratro.


Cuando la Democracia sensu stricto se hizo representativa a través del Parlamento se hizo más fácil agredirla, pues eran menos personas a las que había que corromper o eliminar. Así, Cromwell, como Lord Protector, convocó dos parlamentos, pero disolvió al primero porque se le insubordinó, y casi cien miembros fueron excluidos del segundo parlamento antes de su reunión. Inglaterra podía recordar que Carlos I perdió la cabeza por haber intentado excluir sólo a cinco de sus miembros. Y Cromwell no hizo otra cosa que lo que hacen hoy todos los jefes de nuestros partidos políticos, que es hacer la lista entera de diputados. En el siglo XVII fue un escándalo, hoy es la norma.


No fue la primera ni la segunda vez que la Democracia fue metida en el frigorífico por métodos democráticos. Aquí estamos nosotros.


[El Imparcial