lunes, 25 de mayo de 2015

Amarcord

Jean Palette-J.R. Márquez


Jean/Juan Palette-Cazajus

El estupendo historiador Pierre Nora se sacó de la manga, en los ochenta, el concepto, ya clásico, de los «lieux de mémoire». Lugar de la memoria  puede ser  un sitio, un monumento,  también un momento, una palabra, una vivencia.

Trataré de identificar los lugares de la memoria que jalonaron mi reciente estancia en Madrid.

Me acuerdo de la corrida del 2 de Mayo, porque salió inesperadamente encastada e interesante. Porque la vi, delantera de andanada del 9, junto a J. R. Márquez, en charleta agradable, ininterrumpida, algo blasfema, tal vez, en plena Misa Mayor.

Porque, pese a ello, sin tomar apunte alguno, al día siguiente, el profesor Márquez se recreó  en una reseña plagada de detalles humillantes para quienes carecemos de aquellos 100 millones de neuronas suplementarias, especializadas en aprensión taurina, que le ha regalado una afortunada mutación evolutiva. Confieso que me quedé durablemente impresionado.

Me acuerdo de un momento socrático: durante la faena a su segundo toro de el Cortijillo, Juan del Álamo adelantaba, pedagógicamente, la pierna contraria en el embroque y convertía varios momentos de su faena en sustanciosa mayéutica.

Me acuerdo de la  saeta que brotó de los pulmones de Javier «el bombero» :

-!Qué bien que destoreas, Payo!

Quién me dará el cálamo de Homero para glosar el barroco estallido, el cohete conceptista, dialéctica afirmación de la negación, o tal vez sea al revés. Para loar quien proclama a la faz de la plaza obtusa, reñida con la funesta manía de pensar, que las cosas, en el ruedo, pocas veces son lo que parecen. 
Y que la conciencia taurina sólo puede ser, hegelianamente, «desgraciada». 

Me acuerdo de la eusko comida en Leganés, alrededor de un cabrito lechal. Junto al Sumo Pontífice de este blog oficiaban varios purpurados de la Curia. ¿Por qué «eusko »?  Porque al estilo de los txokos, era cónclave exclusivamente «maschile», que dicen los italianos. Ya lo dijo Heidegger: Como mejor y más intensamente se manifiesta el Ser es en tanto que Ausencia. 

Me acuerdo, en cambio, del 13, 13 de Mayo cuando me encontré con Ellas.

Beatriz me invita a los toros, sabia, bella, serena. Reservada: bien sabía mi maestro Lévi Strauss que el exceso de proximidad marchita la comunicación.

En el asiento delantero ¡sorpresa! está Carmeli, desgarro de la Repompa rediviva. Casta y peligro sordo. También decía el  Maestro que el exceso de comunicación perjudica la proximidad : ¡Condesa
de Estraza, cuando me toreas, déjame distancia y oxígeno!

Allí abajo, errático, insustancial, petulante, un tal Talavante.


Errático, insustancial, petulante... 

Día de san Isidro. Me acuerdo de la comida homenaje a Rafael Cabrera Bonet en el Casino Militar. Acudo amadrinado por Beatriz. Diversidad, como dicen los socialdemócratas, gente entrañable, educada y afición asolerada. Pequeño oasis de civilización en medio del erial.

Me acuerdo que, tras la sustanciosa sobremesa, acudo a la plaza en compañía de Maruchi, gracia goyesca, elegancia garbosa, empaque soleado, chispeantes los clisos azules y juveniles. ¡Desmerezco cantidad!

Vamos en el subproletario metro : ¡Maruchi, si la fortuna me depara una nueva oportunidad de acompañarte a los toros, juro que ha de ser en calesa de caoba tirada por seis caballos alazanes enjaezados con cordobanes y guadamecíes!

Me acuerdo de los toros de Pedraza de Yeltes, echándose el penco a los lomos. Tocante a la memorable puya de Tito, me remito a la glosa, desde ahora clásica, del profesor Márquez.

Me acuerdo  del jamelgo derribado, pataleando larguísimo rato, escarabajo panza arriba, patéticamente incapaz de incorporarse. Recuerdo a los monosabios quitándole las cáscaras del peto como quien pela una naranja. Recuerdo el perturbador receso como el repentino desenfoque de un espectáculo exhausto, crepuscular, capaz de rozar el esperpento. El sueño de la razón produce rutina y la irrupción de lo insólito la despierta.

El penco de Tito

Me acuerdo del caballo de regreso a la cuadra, renqueando con sus manguitos blancos. Era Alfredo Landa en calzoncillos, tras su enésimo adulterio frustrado, en las películas del destape. Sólo le faltaban los calcetines negros. 

Me acuerdo de la andanada del 9, suburbio de Peshawar, pedanía de Kabul. Guarida de talibanes hirsutos y mal encarados, donde un comentario indulgente vale por apostasía; donde un aplauso te expone a la decapitación despiadada; donde el muecín Javier convoca regularmente al Yihad contra los infieles, las turbas del toreo ¡paralelo, paralelo! los impíos enemigos de la pata alante. Pero más me acuerdo de ellos todavía cuando mi orfandad me lleva a peregrinar por tendidos y parajes desolados, donde todo vale y quienes parecen tener el oro adoran al becerro.

Me acuerdo del grato momento en Casa Leandro, con Ana, Ignacio y Manolo. A la « convivencia » los franceses la llaman «convivialité». Veis así cómo la espontánea, orgánica «convivencia» se torna razonable y casi abstracta «convivialité». Intenté, pese a todo, estar a la altura simbiótica y cordial del instante, teniendo en cuenta lo que me dijera, hace años, con innegable perspicacia, una novia perdida:  «Eres el tío más soso que he conocido ».

Francamente me dolió mucho más la implacable aseveración de Jorge Laverón según la cual sabría yo menos de toros que una monja belga.

¡Por cierto, no pagué un duro! No, no; no se crean, no soy un parásito, todo lo más un invitado contumaz. En tales circunstancias, trataré de reaparecer antes de que finalice el ciclo.