Posada de las Maravillas
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El torero Posada de las Maravillas, que se llama José Luis Ambel, viene de Badajoz, como la cantante Rosa Morena, que se llama Manuela Otilia Pulgarín, y el lunes cortó una oreja (sesenta minutejos) en la orejería de Las Ventas, el mejor medidor de la socialdemocracia española, donde impera el arte por el arte, ya sea Isco con el balón… o Posada con la muleta.
Chesterton intentó decir que el arte por el arte es buen principio si se parte de la crucial diferencia entre la tierra y el árbol que hunde sus raíces en ella, pero muy malo, ay, si se dice que el árbol también podría crecer hundiendo sus raíces en el aire.
Y en el aire estamos. Quien sepa del acontecimiento venteño por el “Magníficat” mediático, creerá haberse perdido la de Aparicio al toro de Alcurrucén (¡veinte años!), y tampoco fue eso.
El toreo de Maravillas fue como el politiqueo de Rivera, desnudo (sin chaquetilla) y por las afueras (“en paralelo”, según el canon de lo moderno). Sin más clásicos que Elvis, en el caso de Maravillas, por su forma de (ex) citar con la pelvis, y Sabina, en el caso de Rivera, que vive fascinado por dos versos a los que, según él, no llegó Quevedo:
–Que ser valiente no salga tan caro, / y que ser cobarde no valga la pena.
Muleteó descamisado por un revolcón, cosa que no se le permitió a Belmonte en Sevilla una tarde de julio en que la Giralda se doblaba de calor como una vela de cera. Luego, sartenazo… y oreja, llena de los rumores del gentío, diría Cocteau, como una caracola con los rumores del mar.
Mondeño, por cuya elegancia se pegaron en barrera Cocteau y Yul Brynner, toreó en Beirut; la corrida fue en un campo de fútbol y el marcador luminoso anunciaba los “olés”.
–Los libaneses decían “olé” cada vez que se encendía, y yo no he oído más “olés” en mi vida.
Como ahora en Las Ventas.
Hace tiempo que yo bajo a la plaza cantando por los pinejos “The glory of Lebanon shall come unto thee, the fir tree, the pine tree”…
Y hoy, la Prensa.
Y hoy, la Prensa.