La nostalgia
José Ramón Márquez
Hoy Madrid era como el cuento de Tintín de La Estrella Misteriosa, con ese calor africano. Al llegar a la explanada de Las Ventas sólo faltaba Philipulus El Profeta con su campanilla y su monserga “¡El fin está cerca! ¡Arrepentíos!” Y con esa matraca el tronado de Philipulus a buen seguro que habría tenido su audiencia entre el público de toros, ya que como buenos aficionados que somos, o que nos creemos que somos, todo lo que suene a que “esto se acaba” es algo que en nuestras orejas nos suena a música celestial, ya que ésa es una de las cantinelas o jaculatorias que con más ahínco han pronunciado los aficionados de los últimos siglos, desde los que vislumbraron el final con la retirada de Pedro Romero, los que dieron por finiquitado el cotarro con la de Montes, los que se pusieron de luto por la tauromaquia con las retiradas de Salvador y Rafael, y así hasta nuestros días, por no aburrir.
Particularmente mi opinión es que mientras exista el toro, el de verdad, no hay nadie que acabe con esto. Ayer, en la de Pedraza de Yeltes, una corrida que los que saben han calificado de monstruosa, fábrica de filetes, bueyes de carne y otras lindezas por el estilo, resulta que no había quien quitase los ojos de lo que ocurría en la Plaza, no había quien se pudiese sustraer a los mil lances o situaciones peligrosas o comprometidas que se prodigaron a lo largo de toda la tarde. Hoy, con una especie de novillada que nos han colocado como corrida de toros, el tedio corría cual liebre por los tendidos y en vez de oles lo único que se oía era los bostezos del personal, deseando todos que aquello terminase para irse cada cual al fresco que más le conviniese.
Hoy llegaron a Las Ventas los de la efe, no los de la Agencia, sino los del hierro de la efe, ganadería conocida como El Ventorrillo (y aquí, junto a lo de El Ventorrillo, siempre hay que citar al industrial don Francisco “Paco” Medina, como si hubiésemos hecho imaginarias con él en Araca), que en la actualidad es un bien de uso y propiedad privativo de las Edificaciones Tifán, S.L. y por ende de don Fidel San Román Morán, edificador. Llegó la efe, y donde muchos ven la efe de don Fidel otros vemos, ahora que se cumple el centenario de Orson Welles, la “F for Fake”, la efe de fraude en la que don Fidel sería la Oja Kodar que nos acompaña por todo ese mundo de rufianes y tramposos, embaucadores de altos vuelos, empezando por el propio Welles y continuando por Elmir de Hory o Clifford Irving, lo mismo que don Fidel nos cuela a Botijito, número 111, o a Bellotero, número 40, como si fuesen toros. Y lo mismo que De Hory, en su casa de Ibiza, echa al fuego los cuadros de Modigliani que acaba de pintar, así los veterinarios echaron de vuelta a los predios ganaderos de Los Yébenes a los seis primeros que don Efe mandó a Madrid (¿cómo serían?) para acabar aprobando la novilladeja que malhadadamente hemos tenido que tragarnos en esta tarde de calor de plaga bíblica, agosto en mayo.
Después del festival para los ojos de los Pedraza la verdad es que era una mofa ver a las cucarachas (algunas extrañamente lisarnasias en sus hechuras) acometer (es un decir) a los teflones de los pencos. Ver esos cabeceítos de rabiosete que metían cuando la puya les hacía un agujero en la espalda era la pública demostración de que, como toros, los seis desgraciados de la efe eran nada y menos. Hubo uno, el novillete Botijito, que fue de la condición trotona y correveidile que tanto estiman este tipo de ganaderos. Digamos que ése fue el punto “álgido” (sic), que dicen los Tertulianos, en la corrida y que ni en los de antes ni en los de después se llegó a esa perfección trotona y bovina, a ese trote de perro que corre en pos de una pelota en el parque en que se sustancia la labor pecuaria de un buen puñado de ganaderos.
Se anunciaron en esta tarde con los de la efe Padilla, El Cid y Talavante. De estos, el tercer nombre implica la primera presencia en la Feria de uno de los que dominan el cotarro, de los que se llevan las pelas de las Plazas, para entendernos. Y acaso sea por él que la Plaza registró la primera buena entrada de lo que llevamos de Feria, cerca del lleno.
Lo de Padilla -a quien lleva Matilla- está ya más visto que el viejo TBO. Este hombre ha matado lo que no está en los escritos, y un respeto a su trayectoria con el toro, pero desde la desgraciada cogida que le ocasionó la pérdida de visión en un ojo anda por las Plazas haciendo sus bolos con ganado de poca o nula exposición. No es torero para Madrid. Sus banderillas no dicen nada y su muleteo, tampoco. En Pamplona es un ídolo, pero es difícil que en Madrid llegue a vender algo más que cierta campechanía, muy del gusto del público más bondadoso. Ha estado francamente mal con la muleta. No merece seguir dando más vueltas a este chicle.
Cuando sale El Cid no vemos a Manuel Jesús El Cid, sino a los seis de Victorino que le esperan el día 5 de junio. Si tratamos de proyectar alguna expectativa para ese día tan señalado con lo que hoy ha traído Manuel a Las Ventas, la cosa se pone oscura y tormentosa, tal y como en aquellos viejos manuales se nos presentaba el reinado de Witiza. La pobre impresión que hoy ha dado en Madrid El Cid, un torero por el que nunca hemos ocultado nuestra admiración, aumentada por las incertidumbres que nos sembró en su comparecencia en Sevilla con Victorinos, ponen el listón de junio a un nivel de enorme dificultad. En los toros sólo cambia la moneda quien la tiene y nadie puede dudar que El Cid, en un registro clásico, la tiene. A ese clavo ardiente nos agarraremos, pero por pura decencia no podemos por menos de señalar la inconsistencia de los argumentos que hoy ha puesto El Cid sobre la arena de Las Ventas. Lo de su cuadrilla es como para ir pensando en la posibilidad de un ERE.
Y luego Talavante. Si el Cid es un torero de tauromaquia, un torero que a lo largo de su carrera ha definido de manera precisa su sistema de torear, Talavante es el camaleón, el torero de los mil registros, el Fantômas de la tauromaquia, el torero ready-made que lo mismo es Pepe Arroyo que Tomás, el torero que maneja el recurso del temple, tan esencial en la tauromaquia contemporánea, diríamos en el post-espartaquismo, que si encuentra un toro que vaya y venga y no se pare es capaz de encender el entusiasmo de las gentes y hasta de dar por casualidad algún muletazo bien colocado y con cierta enjundia de buen toreo. Y todo eso da la impresión de que lo hace sin ton ni son, sin saber qué está buscando, o acaso es que sólo busca que el toro vaya y venga. Como eso ocurrió en su primero, las gentes se pusieron tan contentas y pidieron honor y galardón para el de Badajoz. El resultado de su actuación es, como si dijéramos, un menú del día de diez euros con vino y pan, olvidado según sales del restaurante.
A Juan José Trujillo le pegaron una ovación de lujo por dos pares simplemente correctos. Hoy, por quinta tarde en las seis que llevamos de Feria, ha vuelto a picar un Bernal, pero hoy ha sido Juan, no Óscar, como los días anteriores.
La mano negra de Talavante
La papela de Abella
Luis Miguel
Riverita
Ventas
El falso Zuloaga
La lideresa
La columna vacía
Portagayola
El callejón
El burladero
El nido de Abella
La terna
Ramoneo en el Ventorrillo
El paseíllo
¡Es ella!
La columna llena
El Cid
El bingo
La cuadrilla
Caronte
Da Silva
Una Rosa es una Rosa es una Rosa...
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