miércoles, 20 de mayo de 2015

Mítines ¿para qué?



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

A unos que tapiaban un cementerio les dijo Valle-Inclán:
Empeño inútil, pues los que están dentro no van a querer salir y los que están fuera no van a querer entrar.
Es la misma absurdidad que uno ha visto siempre en los mítines: los que están fuera no se van a convencer y los que están dentro ya están convencidos.

Mítines, ¿para qué?

Para mover dinero y justificar la financiación estatal de los partidos, en virtud de la cual el liberal ha de costear los gastos del comunista, quien a su vez ha de costear los gastos del liberal, aunque la socialdemocracia, que es lo que tenemos, es lo bastante cínica para legislar a sabiendas de que el liberal y el comunista, en este sistema, vienen a ser lo mismo.

Hoy, sin ir más lejos, un profesor de Calidad de Gobierno (?) en la Universidad de Gotemburgo escribe con la solemnidad digna de su cargo que “España tiene un sistema proporcional” (para esto no hace falta ser profesor universitario), “pero en la práctica se transforma en mayoritario” (para esto sí hace falta ser profesor universitario, o en su defecto, abogado de los chistes de abogados que contaba Reagan).

Aparte el movimiento de dinero, los mítines sirven para paquear a la competencia con consignas que son las larvas de los titulares de prensa que son los renacuajos de los tertulianos que son las ranas de lo que los profesores universitarios llaman “opinión pública”.

La democracia es el régimen de la opinión pública –dicen, quedándose tan anchos como Madison al redactar su Constitución.

Los tertulianos rumian los titulares salidos de las consignas de los mítines, y entonces aparecen los encuestadores, que recogen lo sembrado, y con eso, convenientemente aventado, la jugada va alargándose hasta el día del Juicio, que son las votaciones.

De estudiante uno empalmaba las resacas de “Pentagrama” y “El Escalón” (aquella “Mari Pili” de Poch) con los mítines de la “Gonzalidad” (en ellos se bebía, y en uno en que hablaba Tierno me quedé tan dormido que al despertar el dinosaurio se había abierto).

Ahora que me dicen de volver a un mitin, y con esto de que, según Albert Rivera, estamos ante la Segunda Transición, había pensado en ir a una conferencia de Trevijano, el “Maverick” que decían los espías de Kissinger, anunciada en Madrid para hoy, pero me dicen que se ha suspendido, con lo que me veo en la Primera Transición, pero sin Poch, y con Carmona, que quiere ser Tierno y que a mí me ha escrito una carta encabezada con “estimada vecina”.

Pobres ingleses, que para ponderar la fuerza de su sistema acostumbraban decir que el Parlamento puede hacerlo todo, menos que un hombre se convierta en mujer.

Nosotros estamos en Carmona, el alcaldable que hace vecinas de los vecinos. Y en Lapuente, el profesor que hace mayoritario lo proporcional. Y en Pablemos, el timonel con voz de “tomtom” que quiere hacer una BBC en Telemadrid.

Pablemos, que tiene de sabio que no sabe nada, ignora que en la Edad Media cualquier predicador franciscano comenzaba sus sermones hacia las cinco de la mañana, duraban unas diez horas y reunía diariamente a más de cinco mil personas.