sábado, 9 de mayo de 2015

La del Cortijillo. Tres naturales de Pepe Moral y el buen camino de Juan del Álamo

 Arranca la Feria

 El Panamá...

 ...de Jean Palette


José Ramón Márquez

Bueno, pues ya empezó la Feria de San Isidro, con sus ausencias, de las que la más sonada es la de Pepe Escolar, con sus presencias, de las que la más notoria es la de don Felipe VI, con los suplementos de los periódicos en los que siempre se acaba hablando de los rabos de Toribio y con el aluvión de gente que se presenta en Las Ventas a ver qué es eso de los toros. Hoy, primera corrida del serial, los tendidos ofrecían un aspecto muy poco saludable, con unas ronchas y unos vacíos tales como para que alguien empiece a preocuparse; por contra también se pudo ver un aluvión de gente joven armada de sus gintonics y de sus bolsas de pipas.

Para esta primera entrega, festejo número 10 de los de la temporada madrileña, se anunciaron toros de El Cortijillo, primera de las seis ganaderías cuyo nombre acaba en –illo o –illa de las anunciadas para este San Isidro. Bien es verdad que de los Cortijillo sólo se vieron dos, primero y sexto, y que los otros cuatro fueron de Lozano Hermanos, también propietarios del Cortijillo, que con ésta y las dos de Alcurrucén (días 19 y 27) que les han colocado a los Choperón Father & Son, se quitan de encima dieciocho toros sin salir de Las Ventas. Todo queda, pues, en casa Lozano, a quien desde ahora mismo ya podemos darles el fajín de triunfadores de la feria del ganado. De los Cortijillo siempre hemos reseñado su extrema fealdad y es justo decir que los dos que salieron hoy por chiqueros no desmerecían de otros hermanos suyos que ya llevan años criando malvas. El primero, Barba-Azul, número 4, feo como él sólo, colorado y careto tipo Hereford, tenía leña como para hacer una nao; el sexto, Cachorrero, número 23, desproporcionado, con jiba de cebú, ensillado, era otro monumento a la antiestética. Y los cuatro de Lozano Hermanos, pues lo mismo: el quinto, Manchoso, número 18, era como un delirio de Clembuterol, atascado como un globo al que la afición protestó de salida por amorfo, y los otros tres compañeros mártires, cada uno de su padre y de su madre, no eran ni mucho menos como para presentarlos a ningún concurso de belleza bovina. Y sin embargo casi lo más reseñable de la tarde fueron los toros, porque a causa de sus comportamientos tan poco claros, de la incertidumbre de sus respectivas mansedumbres, de la falta de seguridad que da el imprevisible humor de los animales, era difícil apartar la vista del ruedo, ya que los toros andaban completamente sueltos por la Plaza atendiendo a los capotes cuando les apetecía, acometiendo a éste o al otro picador según conveniencia y huyendo a brincos al sentir el hierro en la espalda, fijándose de mala manera en los banderilleros y haciendo hilo con ellos o haciendo sumamente complicada la labor de los coletas con la franela. Todo el tiempo llegaba al tendido la sensación de que ahí abajo había un riesgo cierto, tan cierto como para ocasionarle una fuerte caída de latiguillo a Bernal, que estaba haciendo puerta, o comprometer a Jarocho en banderillas o poner a Juan del Álamo con los  pies por arriba en un volteretón.

Para despachar los Cortijillos y a sus primos los lozanillos se anunciaron en el cartel los nombres de Joselito Adame, Pepe Moral y Juan del Álamo.
 
Joselito Adame anduvo por allí toda la tarde, se puso francamente pesado y a estas horas no hay nada que quede en la memoria de su perfectamente prescindible actuación, acaso que hoy venía vestido de manera algo más sobria que lo que acostumbra.

A Pepe Moral daba la impresión de que la cosa le venía muy grande. En su primero, Artillero, número 7, le cuesta una barbaridad sobreponerse a si mismo. Al toro había que pisarle el terreno y Pepe Moral lo hace hacia la mitad de la faena en una impecable serie de tres muletazos, tres naturales, todo plasticidad, puro toreo del bueno. Acaso se conforma con eso, porque vuelve a tomar la muleta con la derecha y el fulgor de esos tres muletazos no tiene la continuidad, con la que todos nos estábamos relamiendo de gusto. Digamos en favor del sevillano que las incertidumbres que planteaba el toro en cada pase eran muchas, pero que cuando el torero le pisó el terreno y le llevó sometido, toreado, el toro se los tragó. Impecable estética la de Pepe Moral en tres grandiosos muletazos para no olvidar. En su segundo, el toro más bobalicón del encierro, el gordito de Manchoso, fue incapaz de dar el paso hacia adelante y de poner sobre la arena argumentos de un mínimo interés.

A Juan del Álamo le midieron una barbaridad, con una cicatería con la que muchos no miden a las mal llamadas “figuras”. Juan del Álamo construyó una faena más que aceptable y con argumentos bastante sólidos en su primero, Mojito, número 5. Desde el recibimiento en los medios con el toro lanzado como un tren hacia la muleta, Juan del Álamo va labrando una faena estructurada, sólida, en la que no renuncia a irse siempre hacia adelante y donde apenas si cede la posición al toro. Si pensamos en el abismo que media entre el Juan del Álamo de hace un año en San Isidro y éste de hoy en cuanto a salirse del molde del neotoreo, es como para darle un voto de confianza. Las condiciones del toro le hicieron cavilar durante la faena y puede decirse que todo lo que hizo el torero es obra suya, pues el toro no estaba dispuesto a poner nada de su parte. Con gran inteligencia Juan del Álamo ha ido construyendo una obra bastante sólida y bien armada que ha servido para llevar la polémica al tendido, por la fuerte división de opiniones que se ha suscitado. En su segundo recibió un fuerte volteretón; en ese toro, cuando lo estaba preparando para la muerte, dio una serie de ayudados por bajo de castigo de sabor añejo y de gran torería.

Buena tarde de toros, en suma, de las que dan pie a la polémica, bendecida por la presencia en el ruedo del peligro, de la incertidumbre, del desasosiego que provoca el toro de lidia. Con que haya muchas más así, ya nos conformamos.

 El volteretón

 El pañolón

El orejón